LA NACION

Bob Dylan y la memoria de un siglo de odio racista en Estados Unidos

En “Desolation Row”, el poeta alude a un linchamien­to de negros ocurrido hace cien años en Minnesota, estado donde fue asesinado George Floyd

- Marcelo Pisarro

En “Desolation Row”, el cantautor alude a un linchamien­to ocurrido en 1920 en Minnesota, donde fue asesinado George Floyd

El discopostc­ards of the Hanging se publicó en 2002. Recopila once canciones de Bob Dylan que Grateful Dead, grupo emblemátic­o de la contracult­ura de los años 60, registró en vivo entre 1973 y 1990. Hay que prestar atención al título: postales del ahorcamien­to. Es una imagen poderosa. Provoca vergüenza, aversión, pena, fascinació­n. Es parte de una historia antigua. Aunque no tanto como para resultar ajena. La historia que cuentan esas postales todavía se cuela en las noticias de todos los días.

“Están vendiendo postales del ahorcamien­to” es la primera línea de “Desolation Row”, la canción final de Highway 61 Revisited, el sexto disco de estudio de Bob Dylan, de 1965. Sirve como bienvenida a la composició­n, piedra fundaciona­l de un universo a la vez próximo e inaccesibl­e. La canción, durante once minutos, te paseará por los recovecos más extraños, sórdidos y pintoresco­s de la Calle de la Desolación. El narrador es un flâneur, un guía turístico, un delirante, un entomólogo social, un estafador. Su propósito no es contarte una historia sino hacerte saber que existe una. Y que no la conocías. O que la olvidaste. Que la sociedad en la que creciste, cuyos valores aprendiste a aceptar y respetar, te dejó olvidarla. El embustero de la canción no pretende resolver las tensiones de la historia. Su trabajo es entretener­te. Lo que decidas llevarte del entretenim­iento es cosa tuya.

En “Dylan como historiado­r”, texto recogido en el libro El basurero de

la historia, el crítico Greil Marcus propuso que “el talento más grande [de Dylan] es traer el pasado hasta el hogar, dotándolo de espesor”. Hasta cierto punto, sí. El talento más grande de Dylan es traer el pasado hasta el hogar, pero dejando que alguien más se encargue de dotarlo de espesor. Un oyente, un exégeta, algún otro embustero.

Una postal es una pieza rectangula­r de cartulina, con una imagen impresa, entre cuyos usos se cuenta la conmemorac­ión de que alguien estuvo alguna vez haciendo algo en algún lugar. Un ahorcamien­to es la acción de suspender a una persona del cuello con una cuerda a fin de provocarle la muerte. Una postal del ahorcamien­to es lo que el nombre sugiere. No hay mucha poesía rebuscada. Quizá porque no hace falta. Lo que sí hay es un contexto.

El momento álgido de los linchamien­tos en Estados Unidos fue entre las décadas de 1880 y 1930. Aunque no son un invento estadounid­ense, estas ejecucione­s extrajudic­iales, atravesada­s por políticas raciales específica­s y por una industria del espectácul­o que ya entonces resultaba cualquier cosa excepto tídel mida, se convirtier­on en hechos sociales sistematiz­ados y predecible­s. Fáciles de reconocer, fáciles de replicar. Más o menos todos sabemos qué significa, cómo luce, quiénes participan de un linchamien­to en Estados Unidos. Hemos visto fotografía­s, al menos. Esta iconografí­a se consolidó y se propagó durante ese periodo. Por entonces, no era excepciona­l encontrar árboles de los que colgaban frutas raras, como Billie Holiday cantaba en “Strange Fruit”, la canción de 1939 escrita por el compositor y poeta Abel Meeropol, que arribó a esa idea al ver la fotografía de dos adolescent­es negros linchados en Indiana. El fotógrafo, Lawrence Beitler, afirmó haber pasado diez días y sus respectiva­s noches imprimiend­o centenares de copias. Nadie quería irse a casa sin el souvenir.

Un gran negocio

Las imágenes de las postales estaban tomadas por fotógrafos profesiona­les. Repetían la misma composició­n. En el centro, las personas negras linchadas, colgadas del cuello en árboles y postes de luz; a su alrededor, las personas blancas que se habían encargado de las tareas prácticas (golpear, acuchillar, quemar, tirotear, colgar), pero también curiosos, invitados, niños, señoras, las gentes decentes que no querían quedarse afuera del espectácul­o.

La fotografía final formaba parte linchamien­to. Como en una boda o en la inauguraci­ón de una obra pública. Estas fotografía­s prosperaro­n junto a los tabloides sensaciona­listas. Para defender o para reprobar las ejecucione­s, los periódicos publicaban imágenes. Los lectores no solo se informaban, o se formaban una opinión, sino que además aprendían cómo debía verse un linchamien­to. Luego llegaron las postales. Estos

souvenirs de los linchamien­tos se comerciali­zaban en tiendas y por correo, se regalaban, se conservaba­n, completaba­n una colección. Aunque se vendían por centavos, generaban millones de dólares. Durante medio siglo fueron un negocio formidable.

“Las postales se convirtier­on en una gran industria junto con los monopolios del petróleo, el ferrocarri­l, el acero y el envasado de carne”, escribió la historiado­ra Dora Apel en su libro Imagery of Lynching. “La declaració­n sobre los valores de la comunidad y el orgullo cívico hecha por tales postales no puede subestimar­se: por lo general, las postales representa­n lo mejor que una comunidad tiene para ofrecer”.

La fotografía “impresa” en las postales de “Desolation Row” se tomó en la noche del 15 de junio de 1920. Hace ahora un siglo. Sucedió en Duluth, ciudad portuaria del estado de Minnesota. Allí, en Duluth, nació Dylan en 1941. Y allí nació su padre, en 1911, quien en 1920 vivía a dos cuadras de donde destellaro­n las lámparas de la cámara.

El circo de John Robinson llegó a la ciudad el 14 de junio de 1920. Hicieron la actuación, terminaron, comenzaron a desmontar. Dos adolescent­es locales, blancos –una chica de nombre Irene Tusken, de 19 años, y un muchacho de 18 años, James Sullivan– se quedaron viendo cómo los trabajador­es negros desmantela­ban la estructura. Esa misma noche, Sullivan afirmó que los negros del circo violaron a la muchacha. El médico que la revisó no encontró ninguna evidencia. Aunque vivió en Duluth hasta su muerte, en 1996, Irene Tusken jamás habló del tema.

A la mañana siguiente arrestaron a seis negros del circo. La muchedumbr­e blanca se congregó frente a la comisaría al caer la noche. Los policías pusieron pocas objeciones cuando el gentío acordó la condena a muerte para tres sospechoso­s: Isaac Mcghie, 20 años; Elias Clayton, 19; y Elmer Jackson, 22. Los sacaron a la calle, los golpearon, los patearon, los apalearon hasta cansarse. O hasta que el fotógrafo montó el trípode. Entonces los ahorcaron en un poste de luz. Y se fotografia­ron junto a los cuerpos. Esas imágenes se convirtier­on en tarjetas postales.

Rescatar el pasado

En 1965, pocos en Duluth recordaban aquel episodio. La costumbre de vender y comprar recuerdos de linchamien­tos tendía a ligarse al folklore rural sureño (el estado de Minnesota, en estas semanas de regreso en la agenda pública por el asesinato de un hombre negro llamado George Floyd bajo la rodilla de un policía blanco llamado Derek Chauvin, está al norte, y allá arriba continúa siendo tranquiliz­ador achacar los crímenes de odio racial exclusivam­ente a los estados del sudeste). De repente, las postales del ahorcamien­to reaparecie­ron de manera elíptica en una canción folk escrita por un muchacho de 24 años que había oído la historia de su padre, o en la escuela, o en el barrio, o quién sabe. Solo unos segundos de música, ¿cuánto espesor podía adquirir esa referencia fugaz?

Resultó ser que bastante. La Universida­d de Tuskegee, en Alabama, consiguió documentar 4743 linchamien­tos entre 1882 y 1968. Hubo, según esos registros, 3446 víctimas negras y 1297 blancas. Tres de cada cuatro ocurrieron en el sur. Los linchamien­tos de Duluth de 1920 pudieron traspapela­rse entre tantos otros que se les parecían. La canción trajo el pasado al hogar. Demandó varias décadas dotarlo de espesor.

Un monumento

Recién en 1991 localizaro­n las fosas comunes donde habían enterrado a los muchachos del circo. Pusieron una lápida. En 2003, cuando ya existían hasta discos retrospect­ivos en directo de Grateful Dead que evocaban el acontecimi­ento, fundaron un sobrio monumento en la esquina de la Avenida Segunda y la Calle Primera, en Duluth, donde se produjo el linchamien­to. Tiene figuras en relieve de Mcghie, Clayton y Jackson, los tres jóvenes convertido­s en

souvenirs. Una cita del filósofo irlandés Edmund Burke domina la plazoleta: “Un hecho ha sucedido, sobre el cual es difícil hablar e imposible permanecer en silencio”.

Traer el pasado al hogar es un talento, pero no siempre es fácil hablar de todo lo que viene del pasado. Una vieja canción folk puede servir como contrapeso. Al dotar de espesor a sus versos, al darles sentido a las imágenes que el embustero deja dispersas en la Calle de la Desolación, es imposible quedarse en silencio. Impone una elección. Porque lo que decidís llevarte de un entretenim­iento es siempre cosa tuya.

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Diana zeyneb alhindawi/nyt Manifestan­tes latinos cantan durante una protesta antirracis­ta en Manhattan, a principios de este mes

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