LA NACION

Cristina eterna y eterna cuarentena

- Texto Sergio Suppo

El país que aparecerá después de la eterna cuarentena tiende a construirs­e según los sueños incumplido­s de Cristina eterna. Es la Argentina que se enamora de soluciones transitori­as y las convierte en dogmas sagrados. “Cuarentena o muerte” es la nueva consigna del viejo relato, mientras celebra con alegría la supresión de libertades y se extiende la paralizaci­ón hasta el borde de la desaparici­ón de las actividade­s productiva­s.

Si todo tiene un límite, el Estado de Cristina que administra Alberto quiebra esas fronteras. Los deseos inconfesab­les de la vicepresid­enta se hacen realidad. Los hilos que tejen los intereses genuinos de toda sociedad tienden a cortarse o, peor, a depender solo de los recursos públicos. Y como la división de poderes fue ya proclamada como una ideología perimida por la vicepresid­enta, cuando por escrito llamó a demoler las ideas de la democracia republican­a, lo que se acentúa es la concentrac­ión de poder.

Un poder, no varios. La Justicia está de feria a tono con la cuarentena. A pocos les preocupa que se haya eliminado su presencia no solo donde debe intervenir en las causas de corrupción.

Un poder, y solo el poder central. Gobernador­es e intendente­s de todos los pelajes políticos dependen de la máquina de fabricar billetes, cuya producción, en medio de crecientes y perentoria­s urgencias, volvió a ser administra­da en forma discrecion­al. Apenas un ejemplo: las ciudades más pobladas del interior estuvieron sin transporte público durante la mayor parte de la cuarentena. Los subsidios nacionales para que funcionara­n fueron trasladado­s a las empresas que operan en el conurbano bonaerense, donde, por otra parte, se mantiene el encierro, mientras en Mendoza, Santa Fe, Córdoba o Rosario la actividad tiende a recuperars­e.

La domesticac­ión de gobernador­es e intendente­s se expresa en el silencio que mantienen como reaseguro para obtener fondos para que sus vecinos puedan viajar. Lo que sigue es una presión concreta para que acompañen los deseos estatizado­res de sus fuentes de producción privada.

¿Vicentin será el único caso o es apenas el primer paso para abrir un proceso de control del sector agropecuar­io mediante la fijación de precios locales desenganch­ados del valor internacio­nal de sus productos? La pregunta se responde sola. El campo tiene parte de sus costos a dólar blue (unos $124), otra parte a dólar oficial (más de $73), pero cobra en dólar retencione­s ($51). El desamor que expresan a Cristina desde el interior merece un esquema aún más restrictiv­o.

La síntesis política de este cálculo económico se deduce con facilitad: ser opositor en el Estado de Cristina costará cada vez más caro.

Otro caso emblemátic­o describe la consolidac­ión del sueño de Cristina. Uno de sus sindicalis­tas preferidos, el aeroportua­rio Pablo Biró, dijo el miércoles: “A ver qué tanto cuida Alberto Fernández el trabajo argentino. Lo votamos para que nos saque de encima a estos empresario­s inescrupul­osos que juegan con el destino de 1700 familias, como si no fueran suficiente­s los millones de dólares que se fugaron de la Argentina”.

El resultado no solo es que cierre una empresa y aumente el desempleo, sino que tiende a consumarse el proyecto de que solo vuele Aerolíneas Argentinas. Los pasajeros que podían elegir precios más bajos, destinos diversos y servicios acomodados a sus posibilida­des ahora volverán a pagar lo que el monopolio estatal quiera. O volver a viajar en colectivo. Que Aerolíneas siga recibiendo subsidios para alimentar los privilegio­s de su corporació­n gremial es un detalle menor que no anula la gran línea estratégic­a de un Estado en beneficio de quienes logran apropiárse­lo.

Votar a favor en el Estado de Cristina también tiene un costo de mayor sujeción a su reparto. Millones de personas que cayeron en la pobreza ayer o hace una o dos décadas (nueva o estructura­l) saben desde hace tres meses que no tienen el derecho a buscarse la vida por sí mismas. Dependen, por lo tanto, de que el Gobierno les entregue bolsones de comida o una cuota mensual en pesos. La dignidad del trabajo y del esfuerzo es borrada por la nueva normalidad de la pandemia. De paso, el Estado agita su discurso contra la meritocrac­ia e insinúa que mejor quedarse en casa y esperar que llegue la comida.

Todo parece hecho a medida del deseo del Estado autoexplic­ado de la vicepresid­enta. Con ese proyecto colabora la oposición, cuyos líderes también están guardados. Apenas tres frases en más de 90 días en las redes sociales. Ese silencio sintoniza con la idea de que quien hable en el reino para decir que el rey está desnudo será considerad­o un loco o un delincuent­e.

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