LA NACION

El estrés de los demás en mi espejo

- Texto Martina Rua Sonido recomendad­o para leer esta columna: “Hablando a tu corazón”, de Charly García

Créanme que intento escaparle a la pandemia en esta columna, pero hay semanas en las que no le encuentro mucho sentido a hablar de otra cosa. A esta altura, nuestra productivi­dad y bienestar están desgastado­s como un elástico viejo y se hace urgente encontrar nuevas estrategia­s para preservarn­os. La ansiedad está al acecho, y no es solo la propia. Lo que les pasa a quienes tenemos cerca, física y virtualmen­te hablando, incide profundame­nte en nuestro bienestar.

En la última década las neurocienc­ias han generado mucha informació­n sobre cómo nuestros cerebros están “programado­s” para el contagio emocional. Las emociones viajan a través de una red inalámbric­a de neuronas espejo, que son pequeñas partes del cerebro que nos permiten empatizar con los demás y comprender lo que sienten.

A todos nos pasó alguna vez de bostezar apenas vimos a alguien hacerlo. Pero no son solo los bostezos los que nos “contagiamo­s”, sino que también el cansancio, la angustia o el estrés de los demás tienen un impacto en nosotros. Una investigac­ión de la Universida­d de California de Howard Friedman y Ronald Riggio, publicada en el journal Harvard Business Review, demuestra que si alguien en nuestro campo visual está ansioso y altamente expresivo, ya sea verbal o no verbalment­e, existe una alta probabilid­ad de que también nosotros experiment­emos esas emociones, y que nos afecten negativame­nte en cómo nos sentimos.

Observar a alguien estresado, especialme­nte alguien que nos interesa como un compañero de trabajo o un miembro de la familia, puede tener un efecto inmediato en nuestro propio sistema nervioso. En el estudio se descubrió que el 26% de las personas mostraron niveles elevados de cortisol simplement­e observando a alguien que estaba estresado. Este estrés, llamado de “segunda mano”, es aun peor si llega de alguien a quien queremos, como una pareja: el porcentaje alcanza el 40% en ese caso.

Pero también lo sentimos cuando viene de un extraño, buena razón para no ver series superestre­santes antes de dormir o para no sumarnos a cuanta pelea surge en Twitter.

Las emociones viajan a través de una red de neuronas que nos permiten empatizar

Recuerdo estar en una sala de espera y sentir una gran ansiedad al ver cómo lloraba una mujer que no lograba un turno para su mamá o el gran malestar que sentí luego del viaje en el que un taxista se quejaba con mucho pesimismo sobre su día y precarieda­d laboral.

Según explica el doctor Harry Campos Cervera, especialis­ta en psiquiatrí­a, miembro de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina (APA), nos vinculamos con las personas que nos rodean de dos maneras: “Cómo y cuánto nos afecta su estado depende de la significac­ión que le damos al factor estresor que aqueja al otro. Nos vinculamos interactua­ndo con ellas y a través de identifica­ciones con esas personas, que es una especie de transforma­ción en ese sujeto cuando se asume una imagen. Por ejemplo, si estás con una compañera o familiar que está estresada por determinad­o motivo, al ponerte en lugar de ella incorporás su factor estresor y esto puede impactar en el estrés propio”, explica.

Para Campos Servera, “lo importante es poder tomar conciencia de esto e intentar mantener cierta distancia objetiva. Intentar influir sobre el otro para ayudarlo a reenfocar su punto de vista y que esto a su vez nos ayude a nosotros. En la actualidad hay una saturación de informacio­nes que permanente­mente están creando amenazas que, de acuerdo con la vulnerabil­idad o no de cada persona, funcionan como un estresor mayor o menor”.

En su libro Stressahol­ic, Heidi Hanna describe que la mayoría de las personas hemos experiment­ado esa sensación que de solo ver entrar a alguien nos genera estrés. Esta puede ser una respuesta condiciona­da por interaccio­nes anteriores, pero también puede ser una comunicaci­ón energética física, por cambios muy suaves en la frecuencia cardíaca o la frecuencia respirator­ia de esas personas.

De hecho, se ha demostrado que el estrés hace que las personas transpiren hormonas especiales, que son captadas por los sentidos olfativos de los demás. La negativida­d y el estrés pueden literalmen­te flotar en la sala. La sensación de “huelo mala onda acá, siento mala energía” se vuelve bastante real.

Pero no son todas pálidas. Las emociones positivas también se “contagian” con la misma facilidad quelasnega­tivas,yesporesoq­uees tan importante elegir, en la medida en que nos sea posible, con quién y cómo pasamos nuestro tiempo. Exponernos a emociones positivas de manera premeditad­a, hacer ejercicio, cantar, conectar con gentequeri­daobalance­arelconsum­o de noticias puede ayudarnos en tiempos de adversidad.

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