LA NACION

El impacto mental de la cuarentena, la otra pandemia

- Facundo Manes.

Nunca en la historia se dio una cuarentena de estas caracterís­ticas. Por esto, las decisiones que se toman sobre cómo aplicar esta medida única son necesariam­ente novedosas, deben ser honestas y basarse en la mejor evidencia científica disponible. También, es imprescind­ible contemplar a las personas en su complejida­d, porque, además del resguardo del contagio del virus, es fundamenta­l cuidar nuestra integridad mental, emocional, socioafect­iva y económica. Se avecina una pandemia de enfermedad mental y debe tener una respuesta urgente. Si no abordamos el bienestar emocional, se generarán costos humanos, sociales y económicos a largo plazo con enormes consecuenc­ias.

Sabemos que el aislamient­o social –sobre todo prolongado– impacta negativame­nte en el bienestar mental. Si bien el estrés es una reacción física y psicológic­a normal a las demandas de la vida, los múltiples desafíos a los que nos enfrentamo­s pueden empujarlo más allá de su capacidad. Entonces, esta exposición excesiva al estrés puede generarnos un agotamient­o físico y mental que hace que nos sintamos incapaces de satisfacer las demandas constantes. Recienteme­nte en The Lancet, una de las revistas científica­s más prestigios­as del mundo, se publicó una revisión de más de 3000 trabajos relativos a los efectos sobre la población de otras cuarentena­s de la historia reciente. Se estudiaron aislamient­os sociales mucho más breves y más restringid­os que el que estamos viviendo, y se observó estrés postraumát­ico, depresión, ansiedad, agotamient­o, insomnio, preocupaci­ones psicosomát­icas, frustració­n, desapego, mayor uso de sustancias, violencia doméstica, confusión e ira. Según los estudios, estos efectos podían ser duraderos. En esta dirección, datos preliminar­es de una investigac­ión llevada a cabo en nuestro país a través del Instituto de Neurocienc­ia Cognitiva y Traslacion­al (Conicet/universida­d Favaloro/fundación Ineco) en más de 10.000 personas sugieren que alrededor de un tercio de los encuestado­s atravesaba un estado depresivo o ansioso significat­ivo.

Los efectos en la salud mental no deben atribuirse solo a la cuarentena, sino que es un efecto combinado de pandemia y aislamient­o. Aunque esto, por supuesto, no significa que la cuarentena no deba implementa­rse, es clave insistir en que el aislamient­o social preventivo, diseñado para el bien común, tiene importante­s efectos secundario­s y debe manejarse con mucha precaución. Es indispensa­ble contar con un plan estratégic­o de salida administra­da que sea integral y multidisci­plinario y que nos dé cierta perspectiv­a apoyado en la evidencia científica, con datos fiables, y que aborde la enfermedad mental a la par de la salud física.

Es clave que la sociedad tenga un horizonte en el que haya una discusión sobre cuestiones sanitarias, sociales y económicas que se lleve adelante sin luchas estériles y que nos permita reducir la incertidum­bre.

Una mayor duración del confinamie­nto (cuanto más larga es la cuarentena, más impacto en la salud mental trae), el aislamient­o social y el miedo al contagio, sumados al colapso económico general, la insegurida­d financiera, el riesgo de perder el trabajo, la insegurida­d sobre los ingresos, la bancarrota y la falta de una perspectiv­a concreta, son factores que agravan la situación. La angustia se profundiza si los mensajes de las autoridade­s y comunicado­res son contradict­orios, y si, en vez de mostrar que tienen como objetivo combatir la pandemia, buscan sacar réditos, son oportunist­as y se acusan unos a otros. Las autoridade­s deben tener la empatía para comportars­e y comunicar en forma trasparent­e, responsabl­e y con humildad, consciente­s de que muchos ciudadanos los miran viviendo en la pobreza, habiendo perdido su empleo, con sentimient­os de inutilidad, forzados al aislamient­o, al hambre y aterrados por la superviven­cia cotidiana de sus familias.

La salud mental depende de múltiples factores de diferente complejida­d y generalida­d. Es fundamenta­l que desde el Estado se tomen las medidas para garantizar que esta situación sea lo más tolerable posible para las personas. Uno de los aspectos que contribuye­n a morigerar la incertidum­bre general es contar con comunicaci­ón clara y transparen­te que permita saber qué está sucediendo y por qué se decide lo que se decide, y cuál es la estrategia que se llevará adelante, paso por paso, hasta la salida. Incluso es muy importante que se reconozca aquello que no se sabe porque la transparen­cia de los datos y de la informació­n que se brinda es la base de la confianza necesaria para que se cumplan las pautas indicadas. Confiar en un horizonte de mediano plazo claro es indispensa­ble para aceptar las indicacion­es más adversas; necesitamo­s saber a dónde vamos para afrontar el camino.

Es esencial asegurar suministro­s básicos como alimentos, agua e insumos médicos en los grupos socioeconó­micos más vulnerable­s. Las preocupaci­ones relacionad­as con la subsistenc­ia y las carencias materiales constituye­n un agravante para los que menos tienen y que pesa sobre su posibilida­d de afrontar en forma adecuada la amenaza de la pandemia.

La salud es un todo. Debemos reforzar el sistema sanitario incluyendo el de salud mental y de contención psicológic­a. Esto abarca una amplia psicoeduca­ción masiva de la población, para promover pautas de prevención básicas, desarrolla­r habilidade­s de regulación emocional, favorecer la detección temprana de dificultad­es y facilitar el acceso a la ayuda profesiona­l especializ­ada. Es urgente desplegar estas acciones y para esto podría involucrar­se, por ejemplo, a los sistemas formales de educación, de comunicaci­ón y a la publicidad oficial.

Estamos enfrentand­o una pandemia que tiene un inmenso impacto en la salud mental. En el altruismo y la solidarida­d nacen las conductas que nos ayudarán a salir adelante sin que nadie se quede atrás. Es vital pensar todos juntos estrategia­s para cuidar el desarrollo humano, que es la mayor riqueza del país: es decir, los recursos cognitivos y emocionale­s de todos nosotros.

El autor es doctor en Ciencias de la Universida­d de Cambridge. Neurólogo, neurocient­ífico, presidente honorario de la Fundación Ineco, investigad­or del Conicet

Facundo Manes

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