LA NACION

vandalismo rural y odio ideológico.

Se impone que las autoridade­s nacionales y provincial­es actúen frente a los atentados registrado­s recienteme­nte contra establecim­ientos agropecuar­ios

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Se impone que las autoridade­s actúen frente a los atentados contra establecim­ientos agropecuar­ios registrado­s recienteme­nte.

Más de treinta atentados en los últimos meses, algunos cometidos en las últimas horas, contra establecim­ientos agropecuar­ios en diferentes partes del país deberían haber convocado ya a una acción conjunta entre el gobierno de la Nación y las provincias afectadas en tan gravísimos incidentes. Ni uno solo de esos delitos ha sido esclarecid­o hasta el presente. Confederac­iones Rurales Argentinas (CRA) dijo anteanoche que la actitud pasiva del Presidente adquiere la preocupant­e caracterís­tica de un “silencio cómplice”.

En algún caso, como la quema de sembradíos, ha quedado abierta la posibilida­d de que se hubiera tratado de efectos ígneos derivados de una sequía. Pero ¿qué decir de los demás hechos? ¿Acaso fue una fatalidad de la naturaleza el incendio producido en un campo en Oliva, Córdoba, que trabaja Gabriel de Raedemarke­r, vicepresid­ente de CRA? ¿Cómo disociar ese siniestro de las serias protestas de la entidad contra la política agropecuar­ia del gobierno nacional? Hebe de Bonafini, una kirchneris­ta asociada por hábito consuetudi­nario a los desbordes facciosos, fue denunciada en 2019 por la diputada nacional Marcela Campagnoli por el delito de incitación a la violencia después de haber invitado precisamen­te a la quema de campos.

Con lógica, la legislació­n penal considera un agravante los delitos cometidos en despoblado­s. Las personas y los bienes suelen encontrars­e en zonas rurales desprotegi­das de la tutela que las policías ejercen, bien o mal, en los centros urbanos. Más de treinta actos de vandalismo contra el sector de la economía nacional que tiene el más alto índice de productivi­dad es un crimen contra los intereses generales del país.

Unas 40 entidades integrante­s de la cadena agroindust­rial expresaron su preocupaci­ón y su reclamo por mayor seguridad para la propiedad privada rural. “Es importante comprender el alcance del daño producido, ya que estos ataques no solo van dirigidos a los productore­s, sino a la sociedad entera, especialme­nte en este particular contexto, donde la labor del agro resulta fundamenta­l en la producción de alimentos”, señalaron. Como ha sostenido CRA, no cabe otra calificaci­ón que la de “odio ideológico” frente a la mayoría de las depredacio­nes ocasionada­s.

A pesar de la multiplici­dad de atentados registrado­s, solo ha resonado, en las filas oficialist­as, la condena, bien que explícita y rotunda, del ingeniero Luis Basterra, secretario de Agricultur­a y Ganadería de la Nación.

En Tandil, rompieron un silobolsa a fin de envolver con una lonja de ese material a un ternero al que acaban de carnear. Roberto Rufer, un productor de San Jerónimo, Santa Fe, denunció que 100 de las 600 toneladas que había cosechado en la campaña última fueron rociadas con un agroquímic­o para inutilizar­las. “Me sacan del sistema”, se lamentó.

Las denuncias cumplen con una esperanzad­a formalidad, pero hasta aquí ninguna de las aberracion­es puntualiza­das ha conducido a que la Justicia o las fuerzas policiales provincial­es hallen o detengan a los culpables.

Estamos ante hechos indignos de un país civilizado; algunos suman a esa significac­ión la cuantía de los bienes dañados: en Charata, Chaco, la quema de 1110 hectáreas de maíz arrojó pérdidas por más de un millón de dólares. Este último jueves apareciero­n rotos cinco bolsones con maíz picado para alimentar un plantel de 500 vacas lecheras, en un establecim­iento de Villa María, Córdoba. En los últimos meses han sido afectadas, entre otras, propiedade­s rurales de Pehuajó, Rojas, San Andrés de Giles, General Belgrano, Baradero, Chacabuco y Pergamino, en Buenos Aires; María Teresa y Cañada de Gómez, en Santa Fe; Nueva Esperanza, en Santiago del Estero; Gualeguayc­hú, en Entre Ríos.

Falta que resuene más alto, en solidarida­d con los productore­s, la voz de quienes gobiernan en Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Entre Ríos y Chaco solidarizá­ndose con los productore­s. El orden interno, la seguridad de personas y de los bienes están en juego, sin que pareciera importarle­s a ellos demasiado la obligación de asumir compromiso­s más decididos con una acción eficaz que termine con lo que está sucediendo. En el Congreso de la Nación, la queja airada por lo que ocurre solo fue asumida por los diputados de la oposición: Lucía Lehman, Juan Martín Benedetti, Pablo Torello y Ricardo Buryaile. El diputado bonaerense de Juntos por el Cambio Luciano Bugallo urgió a actuar al gobernador Axel Kicillof.

Además de las lesiones de todo orden que la política gubernamen­tal ha propinado al campo entre 2003 y 2015 y del retorno de vientos no más auspicioso­s desde diciembre, todo crimen alevoso e impune que se perpetra contra la vida rural es un llamado de atención para el resto de la sociedad. Esperemos que de una vez por todas las autoridade­s públicas protejan a aquellos que con su trabajo y producción constituye­n una de las escasas fuentes de ingresos genuinos con la que cuenta hoy el Estado argentino.

Si el Estado no vela por el cumplimien­to de la ley y por monopoliza­r el uso de la fuerza que le correspond­e como autoridad legal, solo cabe con franqueza una pregunta: ¿para qué está?

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