LA NACION

“Esto nos arruina”. Angustia entre los comerciant­es

Varios dueños de negocios consultado­s en una recorrida por la ciudad reconocier­on que es posible que no puedan volver a abrir después del 17 de julio

- Delfina Torres Cabreros

Detrás de la vidriera del local Erly, oculto por la ropa que cuelga en ganchos desde las paredes y en percheros de pie, abrigado y con la cabeza replegada sobre el pecho, Leonardo Bravo espera los anuncios del Gobierno con los ojos clavados en el televisor. Mira la pantalla escondida debajo del mostrador a la espera de que alguien le responda la duda que lo preocupa desde hace días: si podrá trabajar la semana próxima o deberá volver a bajar la persiana.

Bravo vive en Monte Grande, en la zona sur del Gran Buenos Aires, y desde hace algunos años alquila este local ubicado en Lacroze al 2900. No tiene auto y para llegar hasta el trabajo se toma el tren y combina con el subte, y dice que es imposible hacerlo de otro modo: ir y venir en taxi le sale alrededor de $3000.

Durante los 80 días de cuarentena obligatori­a en los que el rubro de indumentar­ia no fue considerad­o esencial, Bravo no pudo abrir y desde la semana próxima, cuando comiencen a regir las restriccio­nes anunciadas hoy por el Gobierno, tampoco podrá.

“Mi preocupaci­ón ahora es no poder volver a trabajar. Fueron tres meses que estuve cerrado y estas tres semanas que volvimos se vendió poco y nada. Debo el alquiler del local, todos los ahorros ya me los gasté y estoy endeudado hasta el cuello”, repasa Bravo, y va elevando el tono de voz. “¿De dónde saco yo ahora? ¿Cómo hago si no puedo volver a trabajar?”, dice, rodeado de shorts y prendas de verano a pesar de que afuera hace doce grados: todavía no pudo comprar mercadería nueva para cambiar la temporada.

El de Bravo es el único local de indumentar­ia que todavía queda en esa cuadra; sus dos vecinos tienen las persianas bajas. Enfrente, en una zapatería llamada Volverán los Días, abre la puerta una mujer que prefiere no hablar con la nacion. “¿Para qué, para amargarme más?”, lanza, y cuenta que pasó tres horas pendiente del anuncio oficial.

“No puedo pensar en cerrar porque esta es mi única fuente de trabajo. Me estoy endeudando. Lo que vendo me alcanza solo para la comida”, dice.

“Esto es un desastre, un baldazo de agua fría –dice uno de los dueños de la mueblería Casa Ramón, en Colegiales–. Acá ya se fueron cinco negocios. Estamos desde hace 30 años, pero no se aguantan los alquileres. Estos son rubros castigados porque la gente no compra muebles. Ahora no tenemos personal, somos solo mi hermano y yo”, cuenta el hombre, que tuvo el local cerrado desde el 20 de marzo hasta el 8 de junio.

¿Cómo se sostuviero­n todo este tiempo? “Viviendo de préstamos de los amigos, de la familia. Pero todo hay que devolverlo. Lo dueños nos rebajaron $5000 el alquiler, pero eso no nos cambia en nada porque solo de ABL y agua yo pago $7000. A eso sumale el alquiler, la luz, el IVA, los gastos...”, respondió.

¿Cuánto más aguanta cerrado? “Vamos a tironear este mes a ver qué pasa y si no, yo soy muy creyente, estamos en las manos de Dios”, dice el hombre, y por encima del tapaboca se ve cómo sus ojos empiezan a volverse acuosos. Cuenta que ese negocio fue donde trabajaron toda su vida su padre y su tío, pero apenas puede terminar la frase. Pese a los esfuerzos por contenerse, lo invade el llanto. “Disculpá, no puedo hablar más”, dice antes de darse vuelta y desaparece­r en el fondo del comercio.

“Esto nos va arruinar”, dice Francisco Raúl Romero, dueño desde hace 30 años de una joyería ubicada en Cabildo 1196. “Pagamos el alquiler del local y los gastos en partes, con ahorros, y tuve que fundir algunos dijes de oro para cambiarlos a pesos. Así vamos tirando”, dice Romero.

En la misma cuadra, Li atiende un local de chucherías y productos diversos: hay pantuflas, maquillaje­s chinos, tierra fértil. Cuenta que tuvo el local dos meses cerrado y que desde que pudo volver a operar vendió “muy poquito”. Con un gesto de manos muestra alrededor: apenas una pareja curioseand­o en el local de varias góndolas. “Tenemos miedo –lanza con un modo de frases cortas y firmes que a veces se confunde con enojo–. Ahora no sé qué hacer: si cierro, no tengo plata; si dejo abierto, tengo miedo. No sé si es mejor abrir o cerrar”, dice, sin poder contener las lágrimas. La única clienta que ronda el local se acerca a contenerla, busca alrededor algo que comprar.

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Fabián Marelli Un local de ropa que atiende por teléfono, ayer, en la ciudad de Buenos Aires

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