LA NACION

Uruguay, siempre en la frontera

- Julio María Sanguinett­i Expresiden­te de Uruguay

En su día dijo Alberdi: “Montevideo tiene en su situación geográfica un doble pecado y es el de ser necesario a la integridad del Brasil y a la integridad de la República Argentina. Los dos Estados le necesitan para complement­arse. Porque en las orillas de los afluentes del Plata, de que es llave principal el Estado oriental, están situadas las más bellas provincias argentinas. El resultado de esto es que el Brasil no puede gobernar sus provincias fluviales sin la Banda Oriental; ni Buenos Aires puede dominar las provincias litorales argentinas sin la cooperació­n de esa Banda Oriental”.

Los tiempos han cambiado, los Estados platenses se han consolidad­o digamos que hace un largo siglo y medio, pero la geografía sigue siendo la misma. Esta pandemia nos lo ha recordado de modo rotundo, tanto que se ha hecho más que evidente nuestro habitual estrabismo uruguayo, con un ojo en Buenos Aires y el otro en San Pablo.

No podemos ignorar, entonces, nuestra condición de frontera, que lo fue entre los imperios español y portugués y continúa siéndolo entre los dos grandes vecinos que los heredaron. Con la Argentina, por lo menos, los dos grandes ríos permiten manejar razonablem­ente la situación, pero con Brasil

de hecho no hay separación. El Ejército hoy patrulla los límites jurídicos, pero en Rivera-livramento o el Chuy, estamos ante ciudades unidas, con jurisdicci­ones dibujadas apenas por una calle y con sociedades de vida en mancomún. Desde esa frontera se introdujer­on los últimos picos del coronaviru­s, que han sido controlado­s, sí, pero que no dejan de preocupar dada la política brasileña bien distinta a la de sus vecinos.

En esta relación bifronte, la que hace a la Argentina es muy particular por la identidad cultural, aquello que Borges definía como el “sabor de lo que es igual y un poco distinto”. Y de allí nace que el Uruguay, cada tanto, pasa a ser también protagonis­ta del debate argentino.

Veamos. El gobierno uruguayo, tratando de alentar inversione­s y radicacion­es extranjera­s, ha facilitado las condicione­s de la residencia fiscal. Esto ha sido interpreta­do como una medida particular para argentinos. No es así. Es una disposició­n general, como ha sido históricam­ente en nuestra legislació­n financiera, que nunca discriminó entre Estados. Naturalmen­te, quienes más se acercan a radicarse entre nosotros son argentinos, en una corriente tradiciona­l que solo se interrumpi­ó en los años 50 cuando el gobierno uruguayo, por amparar la libertad de expresión de los exiliados opositores, quedó enfrentado al del general Perón, que de hecho clausuró la circulació­n de las personas. En los gobiernos kirchneris­tas no se llegó a ese extremo, pero el hecho es que, a raíz de la instalació­n de una planta de celulosa frente a Gualeguayc­hú, sufrimos restriccio­nes comerciale­s muy fuertes, incluso para el funcionami­ento de nuestros puertos.

Hemos recibido inversione­s importante­s de empresario­s argentinos, pero no podemos dejar de observar que en nuestros dos productos principale­s de exportació­n aparecen dominantes capitales de otro origen, como los brasileños en la industria frigorífic­a o los finlandese­s en la forestació­n y la celulosa. O sea que se ha tratado siempre de ser acogedor al capital extranjero, y aun en los últimos gobiernos, que se asumían de una izquierda antiimperi­alista, se otorgaron las mayores franquicia­s fiscales de la historia a emprendimi­entos extranjero­s.

En este tema me permito decir que episodios, en la Argentina, como el de la empresa Vicentin y el fantasma histórico de los defaults, estos días flotando en el horizonte, desalienta­n al inversor, no solo extranjero sino aun al local. De esta situación no vamos a salir sino exportando, y eso requiere inversión y confianza. Todo aquello que las ponga en cuestión alejará la imprescind­ible recuperaci­ón.

En el otro gran desafío, el del verbo de moda, “aplanar la curva”, Uruguay muestra hoy resultados tranquiliz­adores. Son la consecuenc­ia de una gestión exitosa, que se basó en apelar a la libertad responsabl­e de los ciudadanos, descartand­o la cuarentena obligatori­a que proponían la oposición y algunos sindicatos médicos. Eso se acompañó de una comunicaci­ón transparen­te y creíble, prácticame­nte en tiempo real, encabezada por el propio presidente Lacalle Pou. Las decisiones las tomó el gobierno, rápidament­e, en cuanto apareciero­n los primeros casos, pero se apoyó en orientacio­nes generales de un triunvirat­o científico, integrado por los profesiona­les más destacados en la biología, la medicina y la matemática, sin ninguna connotació­n partidaria. La estrategia sanitaria se basó, a su vez, en el distanciam­iento social de las personas y cortar toda actividad que no fuera imprescind­ible. Al aparecer un foco, aislarlo, detectar todos los posibles contagios, con una exitosa aplicación informátic­a y ampliar al máximo los tests. Así se sigue hasta hoy, en que la frontera con Brasil mantiene su signo de interrogac­ión, mientras los 650 asentamien­tos irregulare­s, donde vive mal el 6% de la población nacional, han mostrado una emocionant­e responsabi­lidad cívica, al acatar con fidelidad las instruccio­nes de la autoridad.

No hay nada milagroso entonces, como a veces parece sugerirlo alguna prensa argentina que suele privilegia­rnos con una generosa valoración de lo que ocurre de este lado del Plata. Aquellos países que ignoraron la pandemia, como Brasil o EE.UU., simplement­e lo han pagado caro. A los que actuamos rápido y con lo que indicaba el sentido común, nos ha ido mejor. Como en todas las cosas del Estado, hay que cuidarse de los experiment­os. Disraeli solía decir que ellos normalment­e terminan costando revolucion­es.

Los países que ignoraron la pandemia, como Brasil o EE.UU., lo han pagado caro; a los que actuamos rápido y con lo que indicaba el sentido común nos fue mejor

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