LA NACION

Mario Markic. “el auto Me permite ir de un lado al otro para contar historias”

El periodista, creador y conductor de En el camino, tiene un vínculo muy importante con los vehículos que viene desde su infancia

- Por Patricia Osuna Gutiérrez PARA LA NACION

Periodista es la palabra que define claramente a Mario Markic, el hombre que durante los últimos 25 años ha llevado a los televident­es En el camino, programa desde el cual, en un vehículo, descubre rincones de la Argentina como aquel que los vive por primera vez.

Con voz calma, relata cómo en su Río Gallegos natal aprendió a manejar: “Tengo tres hermanos mayores y cada uno tenía un Fiat 600. El de Antonio, era uno blanco de 1973; el de Pepe, celeste de 1974, y el de Graciela, el azul, el más viejo, era de 1968. Yo tenía 17 años y aprendí a manejar solo, como pude, nadie me enseñó. Usaba mayormente el de Graciela y una vez choqué el de Pepe por querer estacionar rápido. Luego, estuve mucho tiempo sin manejar porque me vine a estudiar a Buenos Aires”.

En 1979 sacó el registro de conducir en Capital Federal. Después, empezó a trabajar en diferentes revistas como periodista y en sus viajes manejaba autos de alquiler. “Mi primer auto fue uno de colección. ¿Sabés por qué? A fines de los años ‘50 no había industria de autos en la Argentina y llegaban muchos importados, y en la Patagonia eran más baratos porque eran libres de impuestos. Yo era chiquito y allá compraban todos autos americanos, gigantesco­s, con motores muy poderosos; me impactaban y me prometí que, al ser grande, iba a comprarme un auto de esos. Pasaron los años y en 1994, cuando empecé a trabajar en la TV, ahorré algunos pesos. Nunca quise comprar un auto nuevo, sino aquel que me gustaba cuando era chico. Así llegué a mi auto norteameri­cano, un Studebaker Silver Hawk coupé de 8 cilindros de 1957, un auto muy raro y potente. Había salido de Comodoro Rivadavia, pasó a Mar del Plata y luego a Buenos Aires. Lo vi en el diario y lo compré. Estuvo su tiempo en el taller para arreglarlo, pero lo tengo hasta hoy”.

Para usar habitualme­nte tiene un DS 3: “Es un auto chico, de dos puertas, deportivo, muy bonito. Lo usa más mi mujer que yo, salvo cuando voy a jugar al golf porque las canchas están lejos. Para ir al trabajo prefiero el subte o el taxi, ya que en Capital es difícil estacionar”.

Mario detalló cómo surgió En el camino: “Si bien el auto significa traslado, emocionalm­ente es la parte que inspiró la historia de mi programa.

Me permite ir de un lugar a otro y contar historias. Mientras manejo siempre dejo el lugar del acompañant­e libre; así, el televident­e siente que lo ocupa y vamos juntos. La recordada serie de Estados Unidos de los sesenta Ruta 66 giraba en torno de los conflictos que pasaban los dos protagonis­tas que iban en un Chevrolet Corvette por esta famosa ruta que va de Chicago a Los Ángeles y que aún hoy vive del turismo. Esa serie me inspiró para hacer lo mismo, pero desde un punto de vista más documental-periodísti­co hace 25 años. De chico soñaba con recorrer el país manejando un vehículo. Por suerte, ese sueño se cumplió y resultó maravillos­o”.

Dice que entre los lugares más impactante­s que conoció conduciend­o un auto se encuentra la carretera Transamazó­nica de Brasil realizada en los años ’70: “Fue un intento por atravesar la selva con cemento. Pero ésta les daba su lección: construían algo y atrás la selva ya lo había ganado. Fue una experienci­a ecológica muy importante”. Y en la Argentina, recuerda un viaje de 2010: “En una Chevrolet Captiva llegué a 5500 metro de altura directamen­te a la gigantesca olla del volcán Corona del Inca, en La Rioja. Fuimos a campo traviesa y la camioneta respondió muy bien. Es en plena Puna e iba subiendo despacito y sin darme cuenta de repente tenía delante de la trompa de la camioneta un lago gigantesco 300 metros más abajo. Majestuoso”.

En caso de algún desperfect­o en el vehículo, Mario es directo: “No entiendo de mecánica ni tampoco de la tecnología en los vehículos, así que no podría cambiar una goma. Si el auto se rompe quedará allá hasta que vaya a buscarlo alguien o lo lleve al mecánico”.

De los autos lo atrapa su diseño tal cual como le pasó con su Studebaker y la historia de su famoso diseñador, Raymond Loewy, quien también creó la botella de Coca-cola o el avión presidenci­al de Kennedy Air Force One.

En el interior del vehículo siempre lleva sus palos de golf, y en las rutas disfruta detenerse y hacer “vida de estación de servicio”. Como seguidor de las carreras de autos disfrutaba la caja manual, pero hoy prefiere la automática :“Es una bendición en el tránsito ”.

En la ciudad reconoce que su esposa maneja mejor que él. “Además, no me gusta depender del manejo de los vecinos; sorprenden sus actitudes, son caóticos en el tránsito y es peligroso”. En sus extensos viajes escucha noticias locales, porque “no dejo de ser periodista nunca. Quiero saber la actualidad del lugar donde estoy, así me involucro bastante; forma parte de mi trabajo, para que no me resulte ajeno y la radio es una buena manera. Además, escucho algo de blues y folklore”.

Además de su Studebaker, asegura que el próximo auto de sus sueños “debe ser como los antiguos europeos; pequeño, automático, elegante, no extravagan­te ni llamativo por su desmesura o el color, con todo esto y sobrio a la vez. ¿Existirá? (risas)”.

“De chico soñaba con recorrer el país en un vehículo. Por suerte ese sueño se cumplió y resultó maravillos­o”

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Ariel escalante Fiat 600. Markic aprendió a manejar con un pero su primer auto fue y es este fabuloso Studebaker Silver Hawk de 1957 fitito, ●

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