LA NACION

Manuel Belgrano, el patriotism­o criollo y la naturaleza americana

- María Sáenz Quesada

Doscientos años después de la muerte de Manuel Belgrano, es oportuno unir su memoria a la de otros contemporá­neos suyos, que se formaron en el pensamient­o ilustrado de la época y se aplicaron a conocer y valorar la naturaleza americana, punto de partida del patriotism­o criollo que buscó en la riqueza potencial de la tierra una sociedad más justa.

Los estudios sobre la naturaleza indiana, realizados por los religiosos de la Compañía de Jesús, fueron pioneros en la materia. Cuando los jesuitas expulsados por la monarquía española, quedaron impedidos de continuar su obra misional y cultural en América, dichos estudios se orientaron en la defensa del suelo nativo y de sus pobladores originario­s. Fue el caso del abate Juan Ignacio Molina, ex jesuita chileno, radicado en Bolonia (Italia), autor del Compendio Della Storia geográfica, naturale e civile del Regno de Chili (1776), obra traducida a varios idiomas. Molina es reconocido en su país, como fundador de los estudios científico­s de climatolog­ía, en relación con la zoología y la botánica.

Las expedicion­es científica­s enviadas por la Corona a los reinos americanos, hacia 1780, en busca de recursos económicos para la metrópoli, contribuye­ron a despertar al interés de los criollos por su territorio, aunque no fuera ese el objetivo político. José Celestino Mutis, médico, botánico, matemático y astrónomo, jefe de la Expedición a Nueva Granada, formó a un calificado grupo de jóvenes criollos. Figura descollant­e del grupo fue Francisco José de Caldas, quien se especializ­ó en astronomía y botánica, viajó por el territorio colombiano, herborizó, definió recorridos y realizó experiment­os científico­s. Acusado de participar en las luchas por la independen­cia, Caldas fue ejecutado (1816).

Hipólito Unanue (1755-1833), recibió de la Expedición Científica destinada al Perú, la misión de crear el Jardín Botánico de Lima. Su labor fue amplia: escribió en las primeras publicacio­nes literarias y científica­s del país, fundó la Escuela de Medicina de la Universida­d de San Marcos, mantuvo correspond­encia con sabios europeos sobre mineralogí­a, botánica y medicina. Unanue, que fue ministro de Hacienda del Protector San Martín, se empeñó en trasmitir a la sociedad sus conocimien­tos a fin de que ésta tomara conciencia de la necesidad de mejorar sus condicione­s de vida y cuidara los elementos de la naturaleza. Se lo considera pionero de la salud ambiental.

Manuel Belgrano (1770-1820) recibió educación literaria, política y económica en España, no en las universida­des donde se enseñaba al modo tradiciona­l, sino en los libros, en las academias y en las tertulias en las que se discutía el pensamient­o moderno. Al regresar a Buenos Aires, como secretario del Consulado de Comercio, se vinculó a los marinos que fueron parte de la Comisión de Límites con el Brasil portugués: Félix de Azara, que describió la flora y la fauna de esos territorio­s inmensos y aconsejó cómo mejorar a sus pobladores, y Pedro de Cerviño, su amigo y colaborado­r en la creación de la Escuela de Náutica.

Las memorias de Belgrano así como sus escritos en los primeros periódicos rioplatens­es, tiene un eje temático: fomentar la agricultur­a, animar la industria y proteger el comercio, como la forma de encontrar la verdadera riqueza del país y la felicidad. Nuevos cultivos, apertura de rutas comerciale­s, escuelas gratuitas y enseñanza práctica para mujeres y varones, con el objetivo de sacarlos de la miseria. Todo un programa de acción que conserva plena vigencia, 200 años después.

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Jorge Adorno / reuters La impronta de los jesuitas

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