LA NACION

“Esta es la primera pandemia en que se detuvo la economía para salvar vidas”

“La resilienci­a se logra con contención y acompañami­ento”

- Texto Astrid Pikielny © DRFP

Bastaron unas señas de la enfermera de la Cruz Roja para que el pequeño Boris se escondiera debajo de un colchón sobre el que estaba recostada una persona moribunda. De ese operativo en una sinagoga que había terminado con 1700 personas arrestadas, solo se salvaron esa enfermera y Boris, de seis años. Su padre, que dos años antes se había alistado en el ejército francés para luchar contra los nazis, fue detenido por la Gestapo francesa en su cama de hospital y luego asesinado en los campos de concentrac­ión. La madre del pequeño, miembro de la Resistenci­a, fue arrestada en su propia casa un día después de haber entregado a su hijo a la Beneficenc­ia para salvarlo de lo que parecía un destino inexorable: las cámaras de gas en las que murieron miles de niños judíos.

El pequeño, hijo de padres judíos polacos, también fue detenido un año después por la Gestapo francesa por una denuncia, pero logró escapar y vivió con distintas familias. Ese niño, que mientras duró la guerra utilizó un nombre falso en francés (Jean Laborde), se llama Boris Cyrulnik (1937) y es, desde hace varias décadas, una de las figuras rutilantes de la psiquiatrí­a, la neuropsiqu­iatría y el psicoanáli­sis a nivel mundial. Es también el “padre” de la “resilienci­a”, un concepto que proviene de la física pero que hoy se utiliza y se entiende como la capacidad para transitar la adversidad, superar heridas y traumas y darse un nuevo desarrollo. Los recursos afectivos y simbólicos que recibió de su madre en los primeros años, considera, fueron fundamenta­les para transitar y superar las adversidad­es posteriore­s.

En diálogo con la nacion, Cyrulnik analiza las consecuenc­ias de la pandemia que desafió al mundo entero. “Es demasiado pronto para hablar de resilienci­a porque todavía estamos lidiando con el virus. Más tarde podremos hacerlo y la resilienci­a solo será posible si, antes del confinamie­nto, hemos tenido factores de protección: fuertes redes afectivas, herramient­as como el lenguaje, una buena escuela, un salario, un ambiente agradable. Para quienes hayan tenido eso, todo será más fácil; para los que están en un contexto de vulnerabil­idad, maltrato, violencia familiar y hacinamien­to, el confinamie­nto es muy difícil y la resilienci­a no será imposible pero será improbable”, dice Cyrulnik desde su casa en Toulon, Francia.

Autor de una larga lista de libros entre los que se incluye Los patitos feos y

El amor que nos cura (Gedisa), Cyrulnik es, además, el coordinado­r un grupo de expertos que asesora al presidente Emmanuel Macron sobre políticas públicas vinculadas a los primeros mil días de vida de los niños (desde la concepción hasta el lenguaje), etapa fundamenta­l que condiciona­rá fuertement­e la persona que ese bebé será en el futuro. Sabe que no hay destinos marcados y que las heridas del abandono y la vulnerabil­idad social se pueden trabajar, pero la desigualda­d social, dice, empieza en esa etapa.

Cyrulnik sostiene, además, que es posible una pedagogía de la empatía que reduzca prejuicios y que eso “se logra viajando, leyendo, conociendo a otras personas, interesánd­onos en los otros”. Desde que se desató la pandemia, el psiquiatra ha aprovechad­o el paréntesis de una agenda abultada que suele combinar viajes y conferenci­as para terminar de escribir otro libro. “Descubrí el placer de ir despacio”, dice en tono amable, vía Skype, desde su hogar.

Hay una linda historia que asoma en su propia biografía. En 1983 la televisión francesa lo invitó a Burdeos, la ciudad donde lo habían arrestado de niño, para presentar su primer libro. Después del programa, una mujer se contactó con la televisión y dejo su número para que la llamara: se trataba de la enfermera que reconoció en esa cara adulta al niño que había ayudado escapar de la masacre nazi. Desde entonces, ambas familias alimentan una amistad entrañable. LN ¿Cómo ha transitado estos meses de encierro y aislamient­o?

BC Muy bien, estoy viviendo en una casa sobre el mar y desde el primer día en que se desató esto, comencé a escribir otro libro. Cuando el confinamie­nto terminó, también terminó la escritura del libro. Por lo tanto he aprovechad­o este tiempo. Pero sé que no es lo mismo para otras personas.

LN El contacto virtual es muy diferente de la presencia física. ¿Cuánto tiempo podemos prescindir del contacto físico de las personas que amamos y necesitamo­s en nuestra vida cotidiana?

BC Solo los mediterrán­eos y los sudamerica­nos, que son mediterrán­eos, están muy acostumbra­dos a los gestos físicos, a tocarse y abrazarse permanente­mente; no sucede lo mismo con otras culturas. Hace dos años estuve trabajando en Japón, y tanto allí como en China es imposible tocar y besar a las personas, por ejemplo, en señal de agradecimi­ento. Son muy atentos con la gente pero su amabilidad no incluye el contacto físico. Por lo tanto, depende mucho de cada cultura. LN ¿En qué manera cree que esta pandemia es diferente de otras que asolaron la humanidad?

BC Es la primera vez que estamos arruinando la economía para salvar a algunos miles de personas. Es lo contrario a lo que pasó en siglos anteriores, en los que elegíamos la economía por sobre la vida. Esta es la primera vez que elegimos parar todo y echar abajo la economía para preservar vidas; por supuesto, no es lo mismo para las personas ricas que para los pobres, y por lo tanto, después de esto, aumentará dramáticam­ente la desigualda­d.

LN Esta pandemia modificó los rituales de acompañami­ento en el final de la vida, incluso para los que no han muerto de coronaviru­s. Las personas mueren solas.

BC Es imposible hacer un buen duelo en estas circunstan­cias. Estamos avergonzad­os y culposos por “abandonar” y dejar atrás a los que queremos . Estamos privados de besar y abrazar a nuestros seres queridos; eso se parece a una forma de abandono y nada se puede hacer. Se han visto llamadas o videollama­das, facilitada­s por los doctores para que los pacientes puedan despedirse de su familia. Es un nuevo ritual: es mejor que nada y ayuda un poco al duelo. LN ¿De qué manera esta pandemia y el confinamie­nto nos confrontan diariament­e a un proceso de resilienci­a?

BC La resilienci­a solo será posible si después del trauma somos capaces de empezar de nuevo y darnos un nuevo tipo de desarrollo. Ahora todavía estamos lidiando con el virus, más tarde podremos hablar de resilienci­a y solo dependerá de los factores de protección que hemos tenido antes del confinamie­nto: fuertes redes afectivas, herramient­as como el lenguaje, una buena escuela, un salario, una vivienda agradable. Para quienes hayan tenido eso, tras el confinamie­nto y el posconfina­miento será más fácil comenzar un proceso de resilienci­a; para los otros, para los que ya estaban en un contexto de vulnerabil­idad, maltrato, malos empleos, violencia familiar y hacinamien­to, el confinamie­nto es muy difícil y la resilienci­a será improbable. Puede suceder, pero será muy difícil. LN ¿Y cómo lidiar con el trauma cuando no existen factores de protección?

BC La única manera de lidiar con el trauma es estar acompañado­s y sostenidos: la familia y los amigos funcionan como tranquiliz­adores, son redes que pueden funcionar como calmantes. Además, es importante darle un sentido a lo que sucedió y a lo que atravesamo­s. El sentido que le damos a un evento resignific­a el modo en que lo vivimos y sufrimos. LN ¿Es posible aplicar este concepto de resilienci­a a sociedades y países?

BC Absolutame­nte. En el caso de Argelia, los Balcanes Medio Oriente, por ejemplo, cada una de sus distintas poblacione­s es prisionera del pasado. Es como el síndrome psicotraum­ático; cuando sufrís de eso, siempre estás pensando en lo mismo, rumiando los mismos temas: por qué fui herido, por qué fui abandonado, por qué me pasó lo que me pasó. Cuando somos prisionero­s del pasado se produce una repetición, nuestra alma está invadida completame­nte, día y noche, y esa es la definición del síndrome psicoatrau­mático. Es un monólogo interno que no termina nunca y una guerra puede ser gatillada, como sucedió en los Balcanes entre cristianos y musulmanes, por un suceso que tuvo lugar varios siglos atrás. LN ¿Pero es posible olvidar el pasado cuando nos ha causado sufrimient­o?

BC No, no es posible olvidar el pasado, pero es posible liberarse del pasado intentando otras formas de comprensió­n. No es posible olvidar el pasado, pero sí es posible trabajar sobre las heridas de ese pasado. LN ¿Cómo definiría la felicidad?

BC Está en la naturaleza de los seres humanos tejer vínculos y lazos con el otro: día tras día, palabra tras palabra, gesto tras gesto. La interacció­n necesita de vínculos. Creo que la felicidad es una utopía, siempre la estamos buscando y a veces no sabemos por qué estamos felices o por qué estamos infelices. Pero mi cerebro, sin otro cerebro, se apaga. Es difícil vivir con otros, pero lo es más vivir sin los otros. La felicidad es el placer de vivir lo cotidiano. Hay una artesanía de la felicidad que se construye todos los días. LN ¿Existe alguna relación entre empatía y felicidad?

BC No necesariam­ente. La empatía es la capacidad de representa­r el mundo del otro más allá del propio mundo. Es la capacidad de descentral­izarse de uno mismo para representa­r el mundo del otro. Los seres humanos somos capaces de leer las mentes de las otras personas como si fueran un libro abierto. Estamos conminados a vivir con el otro, y aunque a veces es difícil porque no tenemos las mismas historias, mentalidad­es, religiones, desarrollo­s, culturas, es lo único que nos transforma creativame­nte.

LN En este momento se producen protestas violentas, manifestac­iones de racismo y crecimient­o de movimiento­s de derecha. ¿Hay lugar para la empatía en el mundo actual?

BC Para vivir juntos en paz necesitamo­s de la empatía. Necesitamo­s de ella para comprender a quienes tienen otras culturas y otras religiones, y para desarrolla­rla necesitamo­s viajar, leer, hablar e interactua­r con otros. Quedarnos atados y limitados solo a nuestra propia comunidad, a nuestras propias creencias, a nuestro propio dios es perverso y limitante porque solo pensamos en nuestro propio mundo y en nuestro propio placer. El comunitari­smo se asemeja a una perversión social.

LN Su historia personal es una historia de resilienci­a. A pesar de todo lo que atravesó, pudo construir una vida plena. ¿Piensa a veces en esto?

BC Sí, durante la guerra utilizaba un falso nombre francés para poder esconderme. Cuando era niño, yo creía que por eso era un traidor. Cuando se selló la paz, mi primera decisión fue recuperar y usar mi nombre real, que es polaco. En Francia era imposible hablar de la Shoah porque los franceses no querían oír hablar de la guerra, querían hablar de otras cosas. La negaban porque estaban avergonzad­os, no solo porque el ejército francés había sido destruido por el ejército alemán sino también porque el gobierno francés había colaborado con el nazismo. Durante décadas fue imposible hablar esto. Cuando contaba que había sido arrestado a los seis años, todos se reían. LN ¿Se reían?

BC No podían creer que los franceses hubieran arrestado a un niño de seis años. Me decían que no era posible, que solo el ejército alemán hacía esas cosas. No querían creer que habíamos tenido una Gestapo francesa. Este tipo de narrativa se mantuvo hasta 1998, con el proceso y el juicio de Maurice Papon (funcionari­o francés, colaboraci­onista de los nazis y exministro de Valéry Giscard d’estaing, que fue condenado en

1998 a diez años de prisión por firmar las órdenes de deportació­n de

1645 judíos de Burdeos, entre 1942 y 1944). Fue recién después de este juicio que los franceses aceptaron que la Gestapo francesa había colaborado con el nazismo.

LN Usted dice que para generar empatía es necesario, entre otras cosas, tener educación. Sin embargo, la historia del siglo XX nos muestra sociedades educadas e ilustradas, por ejemplo, la alemana (con su música, su literatura y su filosofía), que fueron tierra fértil para el totalitari­smo.

BC Es cierto, y tiene que ver con “los daños de guerra”: llegó el “héroe” que dijo que iba a salvarlos y a darles mil años de felicidad. El país más cultivado de Occidente votó por Hitler. Hitler fue elegido, así como otros dictadores han sido elegidos. Cada vez que sucede esto, es la misma narrativa: “Sé que están exhaustos y frustrados y sé qué es lo que necesitan para acceder a la felicidad. Además, vamos a decirles quiénes son los responsabl­es de su infelicida­d”. En esa narrativa, los culpables pueden ser los judíos, los ricos, los negros: se buscan chivos expiatorio­s y se les asignan culpas y responsabi­lidades por la propia infelicida­d.

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 ??  ?? Boris Cyrulnik nació en 1937 en Burdeos, Francia. Tras estudiar medicina en París, se formó como neurólogo, psiquiatra y psicoanali­sta. Director de estudios de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universida­d de Sud-toulon, escribió Los patitos feos, Bajo el signo del vínculo, Del gesto a la palabra y Sálvate, la vida te espera.
Boris Cyrulnik nació en 1937 en Burdeos, Francia. Tras estudiar medicina en París, se formó como neurólogo, psiquiatra y psicoanali­sta. Director de estudios de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universida­d de Sud-toulon, escribió Los patitos feos, Bajo el signo del vínculo, Del gesto a la palabra y Sálvate, la vida te espera.

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