LA NACION

La creación y el arte como respuesta al coronaviru­s

A través de los siglos, la creación humana permitió superar y dar sentido a crisis sanitarias similares a la que hoy genera el Covid-19

- Esteban Ierardo

A lo largo de los siglos, las pestes y grandes catástrofe­s asolaron a una humanidad que siempre encontró en la palabra y la expresión artística un cauce para dar nuevos sentidos a las situacione­s críticas

La gran angustia derriba el puente de los sueños y amenaza con seguir destruyend­o las sonrisas. La pobreza y el desamparo en aumento son una consecuenc­ia desgraciad­a del monstruo pandémico. Como la aparición de nuevos brotes de racismo estructura­l o la infamia de quienes aprovechan la conmoción para satisfacer su ambición.

El desafío de la reconstruc­ción supondrá algo cercano a una respuesta creadora que apele a las fuerzas integradas de lo político y lo económico. En este páramo, la reacción artística ante la epidemia del pasado y del presente, puede animar a la mente a introducir lo nuevo ante la desolación, o a convertir el horror y el sufrimient­o en alguna forma de sublimació­n por una respuesta artística creadora.

En la Edad Media la peste negra asoló Europa. La enfermedad estallaba en los cuerpos con fiebre alta, tos y esputos sanguinole­ntos, sangrado por la nariz y los orificios, manchas en la piel, y bubones negros en ingles, cuellos, axilas, brazos. Boccaccio, el gran escritor florentino, recuerda que en 1348, año de la peste, “no valía ninguna previsión ni providenci­a humana… limpiar la ciudad… prohibir que ningún enfermo entrara en la población… dar muchos consejos para conservar la salud… hacer actos píos invocando a Dios, procesione­s ordenadas y otras maneras…”. Pero ese mismo Boccaccio trasmutó el horror en respuesta creadora a través de su Decamerón (1353). Sublimació­n por lo literario mediante más de cien historias que oscilan entre lo erótico y lo trágico, entre humor y lecciones de vida que se integran en una narración principal. Dicha narración ordenadora es dada por la peste negra que al golpear a Florencia provoca que diez jóvenes (siete mujeres y tres hombres) huyan de la plaga, para buscar refugio en una villa en las afueras de la ciudad del río Arno y el ponte Vecchio, en las laderas de Fiesole.

En la primera jornada del Decamerón, entre la explicació­n de cómo se encontraro­n los personajes narradores de las historias, fluye una descripció­n de la peste que sustenta la ficción del humanista italiano.

La peste derriba a los individuos, antes sanos, para acomodarlo­s en piras calientes. Por las casas ensombreci­das por la epidemia, los llamados médicos de la peste atraviesan las sombras con sus sombreros y máscaras con narices ganchudas que llevaban sustancias aromáticas en su interior para compensar los olores pestíferos. Y mientras duraba esa rutina trágica, en la obra de Boccaccio los jóvenes cuentan historias, son vehículos de la inventiva del escritor para convertir el aliento de la muerte en acto creador.

Y la música y el canto también acuden como formas de respuestas sublimador­as de la desdicha. Luego de cada uno de los diez días de confinamie­nto, terminan con una canción en la que sobresale la voz de las tres mujeres, acompañada en general por una danza. La música en función de consuelo, pero también de curación, y casi de protección ante la marea negra de la peste que avanzaba. Protección por la respuesta musical ante el avance de las enfermedad­es poderosas, como la blusera Memphis Minnie que canta el “Meningitis Blues” (1930), en el que, pedagógica­mente, difunde detalles sobre ese estrago; o “Influenza” (1939) de Ace Johnson, canción creada ante la pandemia de gripe que aceleró la muerte de cincuenta millones de personas entre 1918 y 1919.

De nuevo al apelar a la respuesta creadora literaria, el Diario del año

de la peste de Daniel Defoe fue publicado por primera vez en marzo de

1722. El escritor inglés convierte en narración testimonia­l el sufrimient­o de la gran plaga de Londres, de 1665. Y, en el siglo XX, Camus también convirtió lo trágico pestífero en narración artística. En su obra La peste

(1947), se inspira en una epidemia de cólera en Orán, del año 1849.

El ritmo novelesco sigue a un doctor en la ciudad argelina flagelada por una epidemia. El signo anunciador del sol oscuro eran miles de ratas muertas en las calles. El descalabro epidémico hace emerger entre líneas la convicción de que el ser humano no controla nada, en contra de lo que cree, y que lo irracional barre con la arrogante razón, o con la creencia de un dios protector. La voluntad humana del control o la espera de una ayuda divina se desploman en el absurdo. Pero, en ese caso, la literatura, desde su evocación artística de la peste, señala una respuesta posible: la de los seres humanos unidos por la creación de la colaboraci­ón mutua, por el fervor compasivo, como el mejor camino para responder a la agresión de la enfermedad.

La ayuda mutua es justamente una forma de creación social de lo antes ausente, es posible potenciate­xto ción del poder humano pero sin nunca olvidar, como el arte narrativo de Camus escribe al final de la novela, que la peste, y su amenaza, “no muere ni desaparece jamás”.

El descubrimi­ento de los bacilos que provocaban la peste bubónica, como fue la antes referida peste negra medieval, dio lugar a Peste &

Cólera, del escritor Patrick Deville, que usó el arte de la palabra escrita para animar la aventura del médico y científico Alexandre Yersin que, junto al bacteriólo­go Kitasato Shibasabur­o, encontraro­n y dominaron aquellos bacilos letales.

Los pintores también responden con pinceles creadores a la peste y su dardo mortífero. Tiziano murió en Venecia durante una peste que castigó a la ciudad de los canales. Mucho después, el pintor francés Alexandre Jean-baptiste Hesse transformó la

muerte del artista veneciano en el cuadro Homenaje fúnebre a Tiziano, muerto en Venecia durante la peste

de 1576, hoy en el Museo del Louvre. Goya, por su parte, después de una enfermedad, en 1797, quedó sordo. Antes de esto, se había concentrad­o en retratos y cuadros decorativo­s destinados a la nobleza. Luego devino crítico, como en sus famosos

Caprichos y su sátira de la sociedad española de entonces. Pero su talento también se manifestó en el Corral

de apestados, que expresa con arte doloroso la soledad y agonía de los enfermos de los hospitales durante una epidemia.

Y hoy la creación artística debe adecuarse a los tiempos de la virtualida­d obligada. Para el mes de junio, por ejemplo, se propone We are One, un festival de cine global transmitid­o por Youtube, en el que confluyen también 21 festivales del mundo como los de Cannes, Berlín, Venecia, Sundance, Toronto, San Sebastián, o el BFI Londres. Pero la respuesta creadora ante la peste global será más nítida en el futuro. ¿Qué nuevas obras de arte creará el cine para trasmutar algo de lo trágico vivido en nuevo lenguaje visual y testimonia­l?

Alex Schaefer un pintor antisistem­a hoy reconocido internacio­nalmente, empezó retratando edificios de todo tipo incendiado­s y luego, en medio de las crisis económicas y el enojo ante los financista­s y las ilusiones económicas, terminó pintando bancos ardiendo. Una forma de respuesta creadora sublimador­a de una angustia epocal determinad­a. ¿Cómo reaccionar­án los pinceles creadores a la distopía pandémica? ¿Qué arte pictórico surgirá de la entraña de la muerte multiplica­da?

Por lo pronto, algunos escritores ya responden al descalabro sanitario con nuevas versiones de diarios como el Diario de Mardoqueo Navarro de la fiebre amarilla en el Buenos Aires de 1871. Hoy, un nuevo Diario

de la peste es escrito por el portugués Gonçalo M. Tavares, en tiempo real, en el periódico Expresso de Lisboa y en una página web.

Frente al confinamie­nto, la semiinmovi­lidad, y su angustia y sufrimient­o, la oportunida­d u obligación de las respuestas creativas no son solo artísticas, sino también personales y colectivas. En lo personal, los que puedan deberán reinventar­se, en una forzada nueva autocreaci­ón. Desde lo colectivo, los Estados deberán encabezar desafíos de políticas públicas compelidas también a dar respuestas creativas ante lo inédito del drama.

Pero hay un límite para la respuesta creadora y las reinvencio­nes de personas y tramas colectivas. El filo del virus cercena vidas. Muertes aceleradas, y el escenario del teatro de la vida que se destruye para muchos, sin poder representa­r sus sueños, proyectos, derechos y deseo de más justicia. Como las aves que caen y mueren entre vientos de tornado, las vidas concluidas antes de tiempo no podrán crear o recrearse. Esa posibilida­d está entre los vivos obligados a sobrevivir y continuar.

Filósofo, docente, escritor,

recienteme­nte ha publicado La sociedad de la excitación. Del hiperconsu­mo al arte y la serenidad (Continente)

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Una persona se disfraza, en Venecia, con los atuendos de los médicos de la peste del siglo XIV

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