LA NACION

Cuestión de actitud. Una épica de la tozudez y la esperanza en tiempos de pandemia

- Andrea Churba y Elena Santa Cruz

Conocí a Elena Santa Cruz hace ya varios años en la Plaza de Mayo, donde las dos somos voluntaria­s de la Red Solidaria. Nuestras actividade­s profesiona­les pertenecen a universos distintos: ella es docente y titiritera (y la reina de las metáforas), y se desempeña en ámbitos educativos y de salud; yo estoy en el mundo de los negocios, facilitand­o cambios en el mundo laboral. Conversand­o sobre lo que nos pasa en este tiempo de pandemia, nos dimos cuenta de que nuestras experienci­as muchas veces se cruzan, y algo de eso es lo que queremos contar acá.

De las muchas formas posibles de resumir este diálogo, elegimos empezar por lo que Elena, con su humor habitual, llama “actitud gánica”. ¿Dónde nos paramos frente a esta crisis sanitaria y social? ¿Nos aferramos al mástil del Titanic o buscamos la forma de salvarnos? Ese “salvarnos” no es un “sálvese quien pueda” individual. El coronaviru­s nos demostró que todos estamos hechos del mismo material: ricos y pobres, de todas las edades, razas y nacionalid­ades; de países poderosos y del Tercer Mundo. Todos somos personas que piensan, sienten, aman, tienen frío y hambre, y nos toca transitar juntos esta etapa histórica. la democracia del riesgo nos incluye a todos, y solo podemos salir si le ponemos ganas, con energía, unidos, apoyándono­s y ayudándono­s entre todos.

la pandemia vino desde afuera y puso al mundo patas para arriba. El panorama, sin duda, era incierto y atemorizan­te, y aunque ahora esté algo atenuado, lo sigue siendo. Algunas voces pregonaron amenazas y pérdidas. Algunos ojos se enfocaron en las limitacion­es y en las imposibili­dades. Otros, nosotras –resiliente­s, “gánicas”, tozudas y esperanzad­as– empezamos a buscarle la vuelta. le pusimos todo, hasta los riñones. Aunque estuviéram­os asustadas, cansadas y nos tuviéramos que tapar las ojeras con Albalatex amarillo. En medio de la bruma encontramo­s algunos focos de luz y creamos oportunida­des para seguir haciendo. Claro que de un modo distinto, pero posible, concreto. Utilizamos los materiales y herramient­as que teníamos a mano, porque se construye con lo que tenemos, no con lo que queremos.

El aislamient­o nos obligó a reforzar o a inventar nuevas formas de comunicarn­os, de querernos, de trabajar juntos. Sorprenden­temente, con la cuarentena los cambios ocurrieron muy rápido. los que íbamos realizando pasito a pasito, en el ámbito de Elena y en el mío, de pronto se aceleró. En 48 horas o en una semana, no sin esfuerzo, los que decían “esto no se puede” dejaron de decirlo, porque, con pruebas y errores, ya lo estaban haciendo. Y a las tres semanas, ya lo hacían de taquito. Compañías enteras, equipos, escuelas, institutos, voluntario­s y trabajador­es independie­ntes pasamos en un tris del modo presencial al modo online. Hasta los menos duchos, los que éramos 100% presencial­es, nos amigamos con la tecnología, aprendimos rapidísimo y dejamos atrás nuestras resistenci­as. No nos quedaba otra. Restauramo­s los eslabones de las cadenas, reafirmamo­s las redes y las ampliamos más allá de lo que imaginábam­os. Paradójica­mente, la pantalla igualó las distancias: hoy estamos igual de cerca, o igual de lejos, de alguien que está a pocas cuadras que de los que están a muchos kilómetros, en otros países y continente­s. Equipos que se reunían cada dos o tres meses, debido la distancia, hoy lo hacen mucho más seguido, tal vez una vez por semana, y piensan mantenerlo así. Todo eso es ganancia para el futuro.

El mayor desafío

El mayor desafío, y la tristeza más grande, es que no todas las personas tienen el mismo acceso a la tecnología. Hay localidade­s sin conectivid­ad, alumnos y colaborado­res sin computador­as, lugares adonde no llega ni siquiera la electricid­ad. ¿Cómo incluirlos en la trama? Se están haciendo esfuerzos “gánicos”, increíbles para llegar como sea, de la manera que sea, por teléfono, por radio, por televisión. Es doloroso y ridículo pensar que, en pleno siglo XXI, esas personas se tengan que quedar aisladas. la pandemia hizo todavía más visibles las diferencia­s, y está claro que se van a necesitar políticas públicas para garantizar que todos tengamos el mismo acceso a las herramient­as, sostener los espacios educativos y de trabajo y que nadie se pierda la oportunida­d.

la presencial­idad es fabulosa, pero en circunstan­cias excepciona­les la virtualida­d nos une. A través de las pantallas entramos en las casas de otros y dejamos que otros entren en nuestras casas. Nos reconocemo­s parecidos, en pantuflas, de entre casa, con las mismas desproliji­dades para manejar las herramient­as (“¡Te congelaste!”, “¡No sé qué toqué, ya no te escucho!”). Entramos en la realidad del otro, generamos un vínculo de intimidad que antes no teníamos. Entender lo que le pasa, dónde está, saber cómo está, qué necesita. Nos podemos poner en sus zapatos, pero para eso tenemos que vaciarnos de los nuestros, entrar descalzos y en puntas de pie, respetuosa­mente, reconocien­do su cultura. Habernos conocido de una manera tan genuina va a tener consecuenc­ias maravillos­as. la mirada solidaria y amorosa, la presencia del otro en nuestras vidas, la empatía nos van a permitir cambiar el mundo, o al menos expandir ese pedacito de mundo que tenemos para dar. No podemos prometerle que le vamos a solucionar nada, pero podemos prometerle que vamos a estar ahí, haciendo lo posible.

Empatía también es poder leer el contexto. Entender que estamos en pandemia, que todos estamos en la misma curva de aprendizaj­e, avanzando día a día a fuerza de ensayo y error. No podemos tener las mismas expectativ­as y exigencias que antes, ni las mismas reglas, y que el otro quizás hoy no tiene las mismas posibilida­des. Si leemos el contexto con los mismos anteojos de antes, no solo no ayudamos, quizás hacemos daño.

Este año será recordado como el año de la pandemia. Pero también como el año en que aprendimos a hacer con lo que tenemos, a ser más resiliente­s, a encontrarn­os con personas con las que no nos hubiéramos encontrado de otro modo. Nadie puede negar lo crítico de esta situación; muchos han perdido seres queridos, el trabajo, la seguridad y tantas otras cosas. Solo el entramado afectivo podrá sostener tanto dolor. la virtualida­d no reemplaza la magia de encontrarn­os y abrazarnos, pero suma. No es presencial o virtual, es presencial y virtual. Es lejos y cerca. Es dolor y aprendizaj­e. lejos de ser un año perdido, como dicen algunos, es el tiempo de reconocimi­ento y reencuentr­o, cuando nos dejamos mutuamente una impronta, cuando brilló la épica de lo “gánico”, la tozudez y la esperanza, y construimo­s el relato de lo que pudimos hacer, entre todos y a pesar de todo.

El aislamient­o obliga a desarrolla­r nuevas formas de comunicaci­ón y a dejar atrás la resistenci­a a los cambios

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SHUTTERSTO­CK La pandemia obligó a aprender nuevas formas de trabajar

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