LA NACION

Por qué el campo volvió a la ruta

- Texto Sergio Suppo

El campo encontró los datos que buscaba para confirmar que Cristina Kirchner volvió para ajustar cuentas. El anuncio de la expropiaci­ón del grupo Vicentin no fue el primero, sino el segundo aviso que recibió de ese propósito.

Razones más profundas y más lejanas construyer­on un enfrentami­ento incubado en experienci­as y creencias forjadas durante mucho tiempo.

Más acá, en el final del lejano verano en el que estalló la pandemia y empezó la cuarentena, Alberto Fernández ya había aumentado las retencione­s a las exportacio­nes de granos. Y una protesta les había sido poco menos que impuesta a los gremios de la Mesa de Enlace por los productore­s. Aquella reacción fue apenas el antecedent­e de este nuevo ciclo de choques que registró, el 20 de junio, la reacción más contundent­e desde el generaliza­do levantamie­nto del otoño de 2008.

El choque con Cristina se explica por lo que la vicepresid­enta representa. Y para la memoria colectiva de los productore­s la expropiaci­ón de Vicentin significa el riesgo de “perder el campo”, una experienci­a que en otros tiempos los padres o los abuelos de los actuales productore­s atravesaro­n frente a los endeudamie­ntos bancarios.

A lo largo del siglo pasado, la combinació­n de tasas altas, mal tiempo, precios bajos y la intervenci­ón del Estado en esos precios instaló ese temor. Es por eso que se hizo tan transparen­te como infrecuent­e el reclamo en defensa de la propiedad privada en la protesta por Vicentin. Al oponerse a la expropiaci­ón de una empresa muy endeudada, están expresando el temor a perder sus propios bienes. Y, además, están manifestan­do el valor que les otorgan a los logros de cada pueblo y de cada zona. No es fácil comprender desde las grandes ciudades el orgullo que sienten los vecinos de cada pueblo por las empresas que vieron nacer, construida­s por ellos mismos.

Los productore­s saben desde siempre que dependen de muchos factores para tener un buen año. Por muchas experienci­as amargas conocen que las ganancias de hoy deben ponerse a salvo para capear una desgracia de la campaña siguiente. En ese sentido, son conservado­res.

Los sucesivos saltos científico­s y tecnológic­os que absorbiero­n sin prejuicios le permitiero­n al sector agropecuar­io tener ventajas comparativ­as que le dan una competitiv­idad global como casi ningún otro sector económico.

El campo no logró resolver dos problemas insalvable­s. Uno es el clima, con efectos que pueden predecirse cada vez con mayor precisión, pero cuyos cambios drásticos por el calentamie­nto global son una amenaza creciente. Y el otro escollo es la voracidad fiscal de los gobiernos (en especial los del kirchneris­mo, aunque no los únicos) por tomar la mayor parte de su rentabilid­ad.

También forma parte del conjunto de ingredient­es que el campo maneja como discurso la idea, hasta cierto punto equivocada y hasta cierto punto acertada, de que las ganancias del sector agropecuar­io siempre salvaron al país de sus angustias fiscales. Un siglo atrás, ya era popular la convicción de que “una buena cosecha” nos sacaba de cualquier crisis.

Esa vieja creencia se afianzó en la primera década de este siglo, cuando los precios extraordin­arios de la soja aceleraron la recuperaci­ón del estallido de la convertibi­lidad, a fines de 2001. El gran choque de 2008, multiplica­do por la intransige­ncia de Néstor y Cristina Kirchner, fue un límite que impidió cristaliza­r el proyecto de mantener en forma creciente la presión recaudator­ia.

Más que la derrota al gobierno, el campo descubrió que era posible construir una unidad de acción en la diversidad de sus tamaños, geografías, actividade­s y pertenenci­as políticas.

Fue el desprecio de Cristina lo que impulsó a los productore­s a buscar hasta encontrar representa­ntes políticos. Creyó encontrarl­o en Mauricio Macri, a quien bancó aun en el fracaso de su política económica frente al regreso del cristinism­o.

El apoyo a Macri puede ser transitori­o respecto de conviccion­es permanente­s que enfrentan al campo contra el populismo. De hecho, Santa Fe, Córdoba y el interior bonaerense nunca se llevaron mal con el peronismo, al que votaron y votan sin complejos. La frontera política es el desprecio y la revancha. Y en el campo a ambas cosas les pusieron un mismo nombre y apellido.

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