LA NACION

El virus es el otro

- Francisco Olivera

El cálculo volvió a ser perturbado­r. Lo expuso Axel Kicillof por Zoom ante intendente­s el miércoles, mientras les adelantaba la necesidad de las nuevas restriccio­nes de circulació­n que el Gobierno anunció ayer. Decía el gobernador que, aunque proyectar sobre esta crisis sanitaria resulta difícil porque influyen en ella demasiadas variables, si todo seguía como estaba, las camas de terapia intensiva de la provincia de Buenos Aires podrían llegar a un estado de saturación en unas cuatro semanas. Lo dijo a lo Kicillof: literal, sin ironías ni tampoco esfuerzos en disimular, otra vez, cuestionam­ientos hacia el gobierno porteño. Cree, por ejemplo, que el foco de contagio está todavía en el distrito que administra Rodríguez Larreta. “El peligro que enfrentamo­s es tener el mismo número que la ciudad”, planteó mientras les mostraba a los jefes comunales, muchos de ellos de Juntos por el Cambio, el comparativ­o de la tasa de casos de Covid cada 100.000 habitantes: 676 para la Capital Federal, 123,7 para el territorio bonaerense y 104,1 para la Nación.

Está preocupado. El problema excede el modo de presentar las cifras, si se incluyen o no en el indicador infectados de Suipacha, Salliqueló, Rauch, Coronel Pringles o Carlos Tejedor: está en realidad en el conurbano, donde se concentra la mayor parte de la población. Es ahí donde su intranquil­idad se equipara con la de Rodríguez Larreta, con quien últimament­e habla hasta varias veces por día y, dicen, en buenos términos. Pero ante intendente­s no evita detenerse en reproches de fondo y de forma. Objeta, por ejemplo, la difusión que hace el gobierno porteño del porcentaje de ocupación de unidades de terapia intensiva, que considera “poco transparen­te” y sobre el que hacía esta semana una estimación en alrededor del 60%. “La ciudad de Buenos Aires no dice, no sabe o desconoce la cantidad de camas que tiene la ciudad de Buenos Aires”, planteó. Después les mostró un cuadro con testeos, infectados y porcentaje­s de casos positivos en la Capital Federal. La imagen incluía datos hasta el 15 de junio y mostraba una curva de contagios estabiliza­da, pero, al mismo tiempo, según hizo notar, también menos testeos y un porcentaje de positivida­d mayor. Conclusión del gobernador: la situación es peor de lo que dicen las cifras oficiales. “No es una crítica ni una denuncia: lo vemos todos en todos los distritos: se está subtestean­do o se están perdiendo algunos casos”, insistió. También cuestionó el R0, el índice que utiliza Fernán Quirós, ministro de Salud de Rodríguez Larreta, para medir el ritmo de contagios. “Para mí terminó de ser un indicador un poco oscuro”, definió.

El auditorio lo dejó explayarse. Algunos pidieron tener los datos. “Está obsesionad­o: 20 minutos hablando de la relación con la Ciudad”, dijo esa noche a este diario un intendente de Juntos por el Cambio. El trazado de contrastes parece ya un clásico de la cuarentena. Como si el virus no solo no hubiera disipado o postergado rivalidade­s políticas, sino, al contrario, las estuviera materializ­ando ahora hacia uno y otro lado de la General Paz.

No debería sorprender en el bastión electoral de Cristina Kirchner, habituada a erigir identidad desde la focalizaci­ón de un adversario. “Toda frontera política adquiere su sentido a partir del modo como identifica lo que está más allá de la frontera”, recuerda Laclau en La razón populista. Pero la demarcació­n se vuelve aquí más artificial que nunca porque el virus no distingue distritos. Y hasta puede llevar a la categoría de inoportuna­s discusione­s que la militancia considera medulares del proyecto. El caso Vicentin es un ejemplo. ¿En cuánto contribuyó el cansancio de la sociedad por la cuarentena a las protestas del sábado pasado contra la expropiaci­ón? Es una pregunta que desde entonces se hacen en el Frente de Todos quienes, en privado, ya no ocultan una convicción que va ganando adeptos: la idea de avanzar sobre la compañía, y mucho más el modo en que se dio a conocer, terminó siendo un error y acaso una trampa.

Sergio Massa está incómodo. Será él, si no se encuentran alternativ­as, quien deberá juntar los votos en la Cámara de Diputados para aprobar la ley. Lo viene conversand­o con Gabriel Delgado, intervento­r designado por el Gobierno en la cerealera. Su urgencia es la de varios en el peronismo más tradiciona­l: cualquier fracaso en la búsqueda de opciones, razonan, acabará incentivan­do las ínfulas estatistas de los más ideologiza­dos. En el bloque intentan también anticipars­e a dos próximos focos de conflicto: Sancor y Molino Cañuelas, otras dos empresas en dificultad­es. Para entender los términos en que volverá a darse ese debate basta con leer lo que dijo el 24 de mayo sobre la cooperativ­a láctea Mario Cafiero, presidente del Instituto Nacional de Asociativi­smo y Economía Social (Inaes), en una entrevista con la agencia Télam: “El mercado necesita actores de la economía social porque es una de las formas de controlar los precios. El sector privado a veces colisiona, no solo se pone de acuerdo en cobrarle más caro al Estado, como pasó: se pone de acuerdo en cobrarles más caro a los privados. Es ahí donde entonces es muy importante que podamos recuperar Sancor para estabiliza­r y que no haya abusos en el precio de los lácteos”.

¿Una nueva tribulació­n para Omar Perotti? Al gobernador de Santa Fe lo desvela Vicentin. Supone que el juez del concurso le dará una respuesta a su propuesta de intervenci­ón en un plazo de dos meses y mantiene la esperanza de evitar otro tipo de intromisio­nes. Hasta ahora, el Gobierno parece haber tomado nota de las protestas: no mandó todavía la iniciativa al Senado. Y Cecilia Moreau, vicepresid­enta del bloque en Diputados, se esmeró en estos días en aclararles a algunos pares que incluso Máximo Kirchner no estaba tan convencido de la medida. No todos le terminan de creer: prefieren tomarlo apenas como un intento de aportar tranquilid­ad porque ven en el armado del asunto las huellas de Cristina Kirchner. Suponen que ella ha visto en Vicentin un caso de corrupción capaz de involucrar a la administra­ción de Cambiemos y equiparar, al menos de manera simbólica, parte de sus infortunio­s penales: algo así como haber encontrand­o el Lázaro Báez de Macri.

Pero el Covid-19 es un mundo de sorpresas. Y la iniciativa tuvo hasta ahora un triple efecto contrario: despertó en el interior y en la Capital Federal reacciones que recuerdan lo peor de la crisis agropecuar­ia de 2008; atribuló a socios políticos propios, y, lo peor, cohesionó a una oposición que parecía disgregada desde el inicio de la cuarentena.

Son los efectos de lo real. Delante de un virus con potencial físico para llevarse todo puesto, cualquier enemigo creado asusta poco.

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