Quiebras por la pandemia
QUITO.– El colapso de empresas por doquier es uno de los efectos colaterales de una especie de bomba atómica planetaria: el Covid y su impacto socioeconómico. La vertiginosa carrera de una quiebra es un fantasma que asoló y asola a miles de empresas de todo tamaño.
En pocos meses la pandemia se llevó vidas humanas, puso en entredicho los sistemas de salud, destapó gigantes casos de corrupción y liquidó millones de empleos en todo el orbe. Una gran damnificada de la pandemia ha sido la industria pesada de autos. Plantas cerradas, varias centenas de miles de empleados en la calle. Una foto que ya conoció el mundo luego de la Gran Depresión y la crisis inmobiliaria, bursátil y fabril de hace una década. Otro negocio tan grande como frágil es la industria aeronáutica. Varias fábricas cierran sus puertas. No hay mercado, y nadie compra grandes aviones porque los vuelos no despegan, los hangares se llenan y los aeropuertos siguen confinados. Muchos no volverán a operar por largo tiempo en los niveles conocidos. Así, grandes aerolíneas de Estados Unidos, México, Chile y Colombia se declaran en EE.UU. en capítulo 11 y cesan pagos. El perjuicio es enorme. La hotelería está parada, lo mismo gigantes cadenas que pequeños hostales.
En el Barrio La Mariscal de Quito las persianas metálicas abajo sustituyen a las mesas de restaurantes y locales ahora sin comensales. El drama social y humano es terrible, obreros metalúrgicos, pilotos o saloneros se quedaron sin pan. Hay una dicotomía que alienta el debate. ¿Debe el Estado ir al rescate de las grandes empresas o dejar que quiebren, como proclama el liberalismo a ultranza? En Europa y EE.UU. hay gigantes ayudas para contener el desempleo. España destina 4250 millones al turismo. Aquí no hay dinero para aguantar la debacle social. Se lo rifaron en décadas de desgobierno.