LA NACION

ADIÓS A ROSARIO BLÉFARI

La multifacét­ica cantante, actriz y escritora murió ayer, a los 54 años.

- Juan Manuel Strassburg­er

“Locura de plantas. Decido hacer una inversión de una parte de mis ahorros en algunas plantas, aunque no sepa lo que va a pasar, aunque no sepa si voy a necesitar esa plata, no me importa, siento que esta es mi oportunida­d de intervenir mi entorno todo lo que pueda”. Desde La Pampa, Rosario Bléfari enviaba estos informes, a modo de diario, llenos de ideas y pensamient­os positivos que luego publicaba en La Agenda Revista. Y que de algún modo ya daban señal –sin decirlo– de lo que le pasaba. “No me estoy sintiendo tan bien, me duele la cabeza, el corazón se esfuerza en bombear. Una ansiedad creciente que proviene de esta condición me hizo enfrentar un trabajo de clasificac­ión de escritos”, expresó, por ejemplo, el último 21 de junio. El cáncer ganaría la batalla ayer mismo por la madrugada, a sus 54 años. Pero está claro –hoy se ve– que nunca estuvo en sus planes pasar los últimos días lamentándo­se. Por eso seguía narrando todo lo que estaba haciendo y todo lo que le quedaba por hacer, sin hacer explícita su enfermedad. Seguía creando con autenticid­ad como hizo siempre, como cada vez que le tocó. “Cuando empecé como solista sentía mucha presión”, contó hace unos años. “Muchos me observaban con expectativ­a y hasta con descreimie­nto. ‘Qué va a hacer esta mina sin Suárez’, sentía que decían tanto afuera como adentro mío”.

–Pero lograste acallar esas voces…

–Sí. Nunca dejé de tocar y de sacar discos. Y estoy feliz.

Nacida en 1965 en Mar del Plata, Rosario Bléfari enhebró a lo largo de las últimas tres décadas una carrera artística notable y sensible en varias disciplina­s. Como música solista o al frente de grupos como Suárez, Sue Mon Mont o Los Mundos Posibles, supo dar canciones que acompañaro­n los días sin estridenci­a; lejos del hit masivo, pero cerca de la experienci­a cotidiana. Como actriz participó en más de 20 películas, siendo especialme­nte recordado su protagónic­o en Silvia Prieto (1998, dirigida por Martín Rejtman), donde logró representa­r un tono y un humor afines al carácter apático pero sensible de muchos jóvenes de aquella época. Una generación X a la argentina. Y como escritora y poeta su producción fue menos constante, pero igual de personal. Escribía relatos como pequeños micromundo­s lanzados al espacio. Siempre lejos de la solemnidad y cerca de lo íntimo olvidado, lo bello que no está en la vidriera.

“Es importante desbaratar la experienci­a y ponerla en crisis”, dijo hace poco, en una declaració­n que bien puede sintetizar su producción en las diferentes artes (música, literatura, cine, poesía), siempre desde la independen­cia y la autogestió­n, credo del cual no hacía bandera pero sí extraía beneficio: no hay canción, relato, poema o actuación de Bléfari que uno pueda decir “esto no es ella”, “esto le daría vergüenza”, “esto es por convenienc­ia”. La impresión es que –aun con aprendizaj­es o equivocaci­ones, como todos– siempre llevó las riendas de su creación y no se forzó en encajar con nada ni con nadie. Y siempre con alta dosis de intuición de su parte. Como cuando arrancó con Suárez, la banda que primereó en hacer canciones dentro de la disonancia y los ruidos de guitarra.

“Teníamos un casete de Madonna que tenía escrito ‘grabado en alta fidelidad’ y le pusimos a nuestro disco Baja fidelidad para burlarnos. Ni siquiera sabíamos que había un movimiento así en los Estados Unidos. Hasta que una vez fuimos a Chile y nos pasaron casetes de Sebadoh y Guided By Voices. ¡Recién ahí nos enteramos!”, festejaba con naturalida­d.

Morocha de mechas cortas y mirada fuerte, Bléfari guardaba relámpagos en su cuerpo que liberaba cada vez que se presentaba. Empuñando con ambas manos su micrófono, bailando en puntas de pie, conduciend­o firme a los músicos que tocaban a sus espaldas, Rosario sabía encender los cuerpos, llenar de electricid­ad el ambiente y liberar la energía atascada.

“Me gusta que la poesía se suelte el pelo”, decía a modo de graficar sus intervenci­ones, que –sin buscarlo– solían ser tomadas como referencia y faro por el amplio arco under argentino, desde Él Mató a un Policía Motorizado, admiradore­s desde el día uno de Suárez, hasta Los Reyes del Falsete, 107 Faunos, Mi Pequeña Muerte, Marina Fages, Mujercitas Terror, Sr Tomate y muchos más. En verdad, lo que hoy se llama indie y que en los noventa se denominaba escena alternativ­a le debe mucho a su influencia.

“Con muchos tengo afinidad como si fuera de toda la vida: Santi Motorizado, los chicos de los 107 Faunos, Javi Punga. Y es lindo sentir la compañía de otras bandas. Me hace bien porque me muestra que no soy sapo de otro pozo para todos”, afirmó una vez en retribució­n. Y respecto del imaginario alrededor del rock señalaba: “Mi vida del rock no se parece para nada a la de las películas de rock, tal vez porque yo estoy ahí, y soy una mujer y soy la líder de mis bandas. En todo caso soy la prueba de que hay otro mundo del rock que existe hace rato y tiene menos prensa porque no pertenece al imaginario conservado­r del rock”.

Apenas se supo la noticia de su muerte, la tristeza y la incredulid­ad en las redes fueron instantáne­as. Citas a sus canciones y fotos de sus diferentes épocas se multiplica­ron con velocidad. También expresione­s genuinas y certeras de su paso especial por este mundo. Entre ellas, el tuit de Nat “Motorizada” Berninzoni, la fotógrafa que sin duda más la retrató, brilló por su sencillez y su verdad: “Estoy en el patio, donde siempre venía a escuchar tus largos audios: tu voz es sol. Divertida, inteligent­e, bella y sensible”. Todo eso fue Rosario Bléfari y ya no está más.

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SANTIAGO FILIPUZZI sensibilid­ad, inteligenc­ia y coherencia marcaron la corta pero significat­iva vida de Bléfari

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