Una actriz que forjó la identidad del cine no masivo
Murió una de las grandes actrices del cine argentino, y si su popularidad estuvo por debajo de lo que mereció fue porque Rosario Bléfari brilló desde fines del siglo pasado hasta hoy, esos tiempos y estos tiempos en los cuales tanto la música como el cine se fueron volviendo cada vez más innecesariamente segregados, por eso su música y sus actuaciones nunca fueron masivas. Suárez, de hecho, fue en los noventa algo así como la principal contraseña de “lo no masivo” en el rock nacional. Antes de esos tiempos, en los ochenta, Bléfari había actuado en Doli vuelve a casa, cortometraje de Martín Rejtman. Bléfari, entre múltiples talentos, tuvo el de haber sabido estar del lado de la novedad, no el de la pose novedosa y farolera, sino el de la genuina capacidad de formar parte de lo alternativo por proponer, justamente, una alternativa productiva. Si se destruían guitarras en un concierto de Suárez era porque ya habían generado música nueva. Y si las actuaciones de Bléfari en cine parecían decir que había que revisar y archivar todos los otros modelos excesivos y exhaustos, no se proponía meramente la supresión gestual.
Bléfari no eliminaba la actuación en el cine argentino, la volvía otra. Basta ver Silvia Prieto, segundo largometraje de Rejtman, ya cuando Rejtman era reconocido como uno de los pioneros de la renovación del cine argentino. Bléfari había estado desde antes del antes, antes de Rapado, y a fines de los noventa era Silvia Prieto: era una y se sorprendía de que hubiera más, y el humor que podía manejar era de un nuevo orden, de una nueva forma de entender el cine argentino, sus diálogos y sus posibilidades. Silvia Prieto y Bléfari eran la nueva comedia, la que debió haber invadido a cada vez más espectadores en el siglo XXI.
Pero el cine y el público se habían vuelto más cómodos: se habían estacionado en casilleros. Acá el cine de festivales, allá el otro cine. Y Bléfari hizo varias otras películas que estuvieron en festivales, como por ejemplo Los dueños, de Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, en Cannes, y La idea de un lago, de Milagros Mumenthaler, en Locarno.
Y en esas películas Bléfari demostraba una y otra vez lo que irradiaba en cada presentación, charla, lectura o escritura: ella era única y sabía hacer todo bien, y estaba creando en general y actuando en particular para que las películas pudieran perdurar: estaba siendo exacta para que, en un futuro post-Bléfari, esas películas, esos discos, esos libros, esos talentos generosamente registrados en diversas formas pudieran seguir renovando las miradas de su público, ese que todavía es mucho menos numeroso que lo que Rosario merecía.