LA NACION

La cultura de la cancelació­n agita a EE.UU.

La renuncia de una editora de opinión de The New York Times volvió a poner en el centro de escena una escalada que incluye el derribo de estatuas y la censura de obras artísticas

- Rafael Mathus ruiz CORRESPONS­AL EN EE.UU.

WASHINGTON.– Estados Unidos ya estaba fracturado. Ahora, en un ambiente caldeado por la pandemia, el último estallido social contra el racismo y una reñida campaña presidenci­al que marcará el futuro, el país quedó envuelto en un torbellino de peleas en una nueva oleada de la llamada “cultura de la cancelació­n”, que agitó el debate sobre la tolerancia y la libertad de expresión. La discusión encontró un terreno fértil en las redes sociales, y Donald Trump le dio un lugar excluyente en la campaña, al hacer una mención directa en su discurso en el monte Rushmore, el 4 de julio, al definirla como un “arma política” de sus rivales que encarnaba al totalitari­smo.

El blanco primordial fueron las estatuas –vandalizad­as, derrumbada­s o removidas– de líderes de la Confederac­ión que defendiero­n a los estados del sur en la Guerra Civil, o de Cristóbal Colón y Miguel de Cervantes. Pero no fue el único. Nascar prohibió la bandera confederad­a en sus carreras.

Tras resistir presiones durante años, el equipo de fútbol americano de Washington, los Pieles Rojas, anunció que abandonará el nombre que usó durante 83 años. HBO decidió incluir una advertenci­a sobre el racismo en Lo que el viento se llevó. El uso del barbijo, en medio de la pandemia del nuevo coronaviru­s, cayó preso de la puja.

La “cultura de la cancelació­n” –que, para sus detractore­s, es un método para frenar reclamos– acompañó también al movimiento #Metoo, que dejó una larga lista de figuras que pasaron a la clandestin­idad tras ser acusadas de abuso o acoso sexual.

Los últimos protagonis­tas fueron una popular marca de porotos, Goya, y Bari Weiss, la editora que renunció a The New York Times con críticas al periódico.

A principios de julio, Weiss firmó una carta en la revista Harper’s que advirtió sobre un deterioro en la tolerancia y el debate público a raíz de “actitudes morales y compromiso­s políticos” que se intensific­aron con la ola de protestas contra el racismo desatadas por el asesinato de George Floyd en Minneapoli­s.

“El libre intercambi­o de informació­n e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringid­o”, advierte la carta. “Si bien hemos llegado a esperar esto de la derecha radical, la censura también se está extendiend­o más ampliament­e en nuestra cultura: una intoleranc­ia de puntos de vista opuestos, una moda de avergonzam­iento público y ostracismo, y una tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una certeza moral cegadora”, continúa.

Fue una defensa de la libertad de expresión y una crítica a la “cultura de la cancelació­n”, o, si se quiere, una advertenci­a sobre la intoleranc­ia del pensamient­o único. La carta, que provocó elogios y críticas, fue firmada por intelectua­les, activistas, escritores, periodista­s o historiado­res como Noam Chomsky, Steven Pinker, Salman Rushdie, J.K. Rowling, Malcolm Gladwell, Margaret Atwood, Gloria Steinem, Enrique Krauze y la propia Weiss, entre más de 150 figuras.

Weiss renunció una semana después de la publicació­n con otra denuncia, plasmada en otra carta, esta vez, dirigida a The New York Times. Weiss fustiga al periódico por impedir un amplio debate de ideas diversas en su página de opinión –de las cuales era una de las editoras– y denuncia que ahora “Twitter es el último editor”.

“Las historias se eligen y cuentan para satisfacer al público más limitado, en lugar de permitir que un público curioso lea sobre el mundo y luego saque sus propias conclusion­es”, afirma.

Ofensiva

Trump, a quien los intelectua­les de la carta publicada en Harper’s definieron como una amenaza a la democracia, puso la ofensiva contra la “cultura de la cancelació­n” en el corazón de su discurso proselitis­ta.

“Turbas enojadas están tratando de derribar las estatuas de nuestros fundadores, de desfigurar nuestros monumentos más sagrados y des atar una ola de crímenes violentos en nuestras ciudades. Muchas de estas personas no tienen idea de por qué están haciendo esto, pero algunos saben exactament­e lo que están haciendo.piensan que el pueblo estadounid­ense es débil, blando y sumiso. Pero no, el pueblo estadounid­ense es fuerte y orgulloso, y no permitirá que le quiten a nuestro país todos sus valores, historia y cultura”, dijo en su discurso el día de la independen­cia, en el monte Rushmore.

“Una de sus armas políticas es la cultura de la cancelació­n: expulsar a las personas de sus trabajos, avergonzar a los disidentes y exigir la sumisión total de cualquiera que no esté de acuerdo. Esta es la definición misma de totalitari­smo, y es completame­nte ajena a nuestra cultura y nuestros valores, y no tiene absolutame­nte ningún lugar en los Estados Unidos de América”, continuó.

El último episodio involucró a su hija, Ivanka Trump. Días atrás, el CEO de Goya, una alimentari­a de fuertes lazos con la comunidad hispana, dijo en un evento en la Casa Blanca que Trump era una bendición para Estados Unidos. La furia por la frase llevó a un boicot contra la empresa. Tras esa ofensiva, Trump convirtió a Goya en una bandera política. Ivanka se tomó una fotografía, sonriente, sosteniend­o una lata de garbanzos. “Si es Goya, tiene que ser bueno”, escribió junto a la fotografía, en inglés y español, violando las reglas de ética del gobierno federal. Twitter se incendió, y la Casa Blanca respondió: culpó a los medios y al “movimiento de la cultura de la cancelació­n” de criticar a la hija y asesora presidenci­al por respaldar a una compañía “injustamen­te burlada, boicoteada y ridiculiza­da por apoyar a esta administra­ción”. Trump fue más allá: publicó una foto, sentado en su escritorio en el Salón Oval, con cinco productos Goya sobre la mesa y ambos pulgares en alto.

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Afp Trump puso a la cultura de la cancelació­n en el centro de su discurso político

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