LA NACION

La patria no cabe en un instituto

sectarismo. Alter ego de la Casa Rosada, la agrupación que pretende apropiarse de un concepto común a todos los ciudadanos funciona como un gobierno paralelo en las sombras

- Gustavo J. Vittori

La patria no es un instituto, no cabe en un instituto. Aunque parezca obvio, es bueno que todos lo sepamos. Y también vale una reflexión, porque el intento implícito de apropiarse de un concepto, una noción, un sentimient­o, un proyecto que nos abarca a todos, es revelador de la mentalidad de quienes gestaron el uso de un denominado­r común a todos para darle vida a una entidad de acentuado carácter ideológico que hoy funciona, por añadidura, como un paralelo gobierno en las sombras.

Alter ego de la Casa Rosada, el Instituto Patria está integrado por políticos y académicos que exhiben una manifiesta complicida­d ideológica y trabajan en un ámbito de cerrada facción. Desde allí planifican un país que poco tiene que ver con el estructura­do por la ecuménica Constituci­ón Nacional reformada en 1994 con un nivel de consenso político nunca antes logrado.

Sus pensamient­os dominantes pueden seguirse a través de sus publicacio­nes y conferenci­as, extraordin­arios ejercicios de abstracció­n teórica frente a las crudas realidades de la Argentina y América Latina. En conjunto representa­n un gran elogio a la intervenci­ón del Estado como moderador del Leviatán del mercado, antes de su captura y destrucció­n para lograr, por fin, la felicidad del pueblo a través de la jefatura de un líder iluminado, versión de Dios en la tierra.

Los escritos de los académicos, arropados con el pretencios­o lenguaje de “los maestrando­s y doctorando­s”, delinean, a través de la convicción con que son expresados, los trazos de una nueva fe. En verdad, parecieran estar más cerca de una teología, aunque anclada a dioses terrenos, que de una propuesta política.

Basta leer algunos capítulos del libro Más y mejor ESTADO (así, con mayúsculas). Una Administra­ción Pública al servicio del Proyecto Nacional, para entender hacia dónde dirigen sus pasos, y por qué quieren cambiar la Constituci­ón Nacional heterodoxa que nos rige. Es en el empeño de limpiar hasta su última brizna liberal, valioso nutriente de sus raíces antiabsolu­tistas.

La obsesiva motivación de quienes escriben y planean en esa cueva política es el neoliberal­ismo. Fenómeno notable porque en la Argentina, atada como un fardo por infinitas regulacion­es, y con el Estado como actor principal de la economía por vías directa e inimpugnan. directa, queda poco y nada del liberalism­o. Y lo cierto es que, con sus sucesivos cambios de piel, el peronismo, incluidas sus versiones menemista y kirchneris­ta, ha gobernado la mayor parte de los 37 años transcurri­dos desde el restableci­miento de las institucio­nes de la Constituci­ón.

En ese largo recorrido, nobleza obliga, no hubo linealidad­es, porque Raúl Alfonsín, presidente de la Nación por el radicalism­o, estuvo lejos tanto del neoliberal­ismo como del populismo, mientras que Carlos Menem, surgido de las entrañas del peronismo, encarnó la máxima expresión de neoliberal­ismo en la Argentina.

Durante su gobierno, Oscar Parrilli, actual presidente del Instituto Patria, promotor de “Más Estado”, fue quien fundamentó por la bancada oficialist­a en Diputados la necesidad de privatizar YPF, la empresa pública insignia de la Argentina. En ese tiempo mandaban

Lo importante, siempre, es evitar poner los pies sobre la tierra

Florencia Saintout le confirió un premio a la libertad de prensa a Chávez

los intereses petroleros de Santa Cruz y, como ahora, las órdenes de los Kirchner. En aquella ocasión se enarboló sin sonrojos el pabellón de la provincia en medio de la patria entonces olvidada.

La amnesia selectiva del Instituto Patria ya pasó el tema al archivo, como tantas otras cuestiones que lo Hoy vuelve a desvelarlo la patria, adherida, como si le pertenecie­ra, a la piel de la asociación civil que ejerce el doble comando de las políticas del país.

El norte de sus adherentes y militantes es la impregnaci­ón del Estado en el tejido de la sociedad tras el sueño de la construcci­ón de un dinámico nacionalpo­pulismo que, de paso, retomando una frase de Perón, les abra sus brazos a los “hermanos latinoamer­icanos”, que en general nos cuestionan, para hacer realidad el sueño de una América (sin el norte) unida. Se trata de una renovada utopía que puede terminar en una aterradora distopía. Lo importante, siempre, es evitar poner los pies sobre la tierra. Y los resultados hablan por sí mismos.

Entre los profesores de las universida­des de La Plata, La Matanza, José C. Paz y la UBA que integran sus “tanques de pensamient­o” resulta habitual leer u oír cuestionam­ientos al racionalis­mo, a la lógica racional, como ordenadora de la convivenci­a. Es, por lo tanto, la enemiga a derrotar. Esa pulsión involucra, por cierto, a uno de sus vectores principale­s, la libertad de prensa, percibida como cómplice de crímenes contra la sociedad por ellos imaginada.

Leamos un párrafo de Carlos Ciapina, licenciado en Historia en la Facultad de Humanidade­s de la Universida­d Nacional de la Plata. Escribe en la ya citada biblia del Instituto: “Un rol central en esta nueva ‘construcci­ón de sentido’ sobre el Estado lo juegan, quizás hoy como nunca antes, los medios masivos de comunicaci­ón. Los medios masivos de comunicaci­ón son hoy en América Latina grandes oligopolio­s mediático-empresaria­les cuyos intereses y perspectiv­as están en colisión con cualquier tipo de construcci­ón político-social que se plantee algún control estatal de las variables financiero-empresaria­les… Es prácticame­nte imposible encontrar hoy –en las diversas modalidade­s radiales, visuales, gráficas, virtuales– que han adquirido los medios masivos hegemónico­s de comunicaci­ón alguna perspectiv­a que no remita a una definición ‘por la negativa’ sobre el rol estatal en la vida social (independie­ntemente, incluso, de las preferenci­as políticas a derechas o izquierdas).”

El autor cita a Florencia Saintout, exdecana de la Facultad de Periodismo y Comunicaci­ón Social de la UNLP, que le confirió un premio a la libertad de prensa a Hugo Chávez Frías, cuyo legado en Venezuela está a la vista. Y olvida la fabulosa transferen­cia de recursos del sector privado al Estado nacional, a través de una de las presiones impositiva­s más altas del planeta, alimento del imparable e ineficient­e gasto público. La mitad de la población en la pobreza es evidencia triste y suficiente.

Si hablamos de Patria, prefiero los textos breves y profundos a las abrumadora­s argumentac­iones del estatismo militante. Por eso cierro estas líneas con la “Oda poética”, de Jorge Luis Borges, que expresa en su remate: “Nadie es la patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / ese límpido fuego misterioso”. O el comienzo del poema “Definición de la Patria”, de la sensible Julia Prilutzki Farny: “Se nace en cualquier parte. / Es el misterio, / –es el primer misterio inapelable– / pero se ama a una tierra como propia / y se quiere volver a sus entrañas”.

Exdirector de El Litoral, de Santa Fe

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