LA NACION

Emmanuel Vázquez. Un argentino en Santiago

El bailarín participa en una gala virtual y benéfica

- Texto Constanza Bertolini

Emmanuel Vázquez tiene 29 años flamantes, una década en Chile y más de 120 días de encierro en el departamen­to donde vive solo. Los números aparecen un poco azarosamen­te, van y vienen en la videollama­da, cuando es de mañana y aún no comenzó la clase que transmite por Instagram el Teatro Municipal. El argentino, primera figura del Ballet de Santiago, va adaptándos­e al ritmo de esta larga cuarentena, paso a paso: primero el parate parecía del color de unas vacaciones como las que no tuvo (en su receso de verano salió de gira a Suiza como invitado de la Compañía de Danza de San Pablo); después, de la mano de la “famosa incertidum­bre”, invirtió el tiempo en unos cursos de inglés y producción musical (la electrónic­a es su otra pasión), y ahora sigue en training, sabiendo que, en el modelo trasandino, el desconfina­miento no pareciera ser un plan inmediato.

Es que 2020 iba a ser una temporada de mucho baile para él: debutar como Albrecht, el personaje de Giselle, suponía una oportunida­d que segurament­e podrá recuperar pronto. pero, fundamenta­lmente, el Ballet de Santiago tenía previstas giras internacio­nales (de Ucrania a perú) que le generaban una ilusión especial. Aun con la crisis financiera del teatro y las circunstan­cias difíciles de un país que viene de convulsión en convulsión, el cambio de dirección en el Municipal (que desde septiembre está a cargo de una gran amante del ballet como es Carmen Gloria Larenas) traía proyectos prometedor­es. “pero pasé de estar a 300 kilómetros por ahora a estar muerto”, dice. Y no es que quiera ser trágico con su metáfora, sino más bien gráfico.

En esa desacelera­ción, sin embargo, su cabeza no para. Si no fuera porque en los próximos días tiene que hacer unas fotos “en casa” para el brochure institucio­nal de la temporada 2021, tal vez pensaría en tomar el riesgo de volar con pasaje de ida a la Argentina para visitar a la familia. En verdad, lo que más anhela es recuperar los asuntos pendientes que deja la pandemia, incluso más allá del escenario: conocer polonia, sobre todo, ya que parte de sus orígenes están allí y se había organizado parar visitar el pueblo de sus abuelos. “Mitad de mi sangre es polaca. Estaba muy entusiasma­do, siento una pena enorme”.

Vázquez es un bailarín poco visto por el público de su país, así que bienvenida es la oportunida­d de regresar a través de una “gala virtual”, este sábado, junto con otros talentos reunidos en la emisión a beneficio titulada “Bailarines argentinos por el mundo”. Aunque se formó en el Colón con ese ideal de integrar el Ballet Estable que prácticame­nte comparten todos los estudiante­s de la carrera, cuando obtuvo un puesto para trabajar en la compañía las circunstan­cias no fueron las mejores. “pude comprobarl­o como contratado, pero en cuatro meses se hicieron nueve funciones, el teatro estaba cerrado por reformas… no era el mejor momento”. Y escuchó los consejos de su maestro Mario Galizzi. “En Chile estaba también su ‘alumno’ Luis Ortigoza, el Ballet de Santiago tiene en la dirección a Marcia Haydée, que es una figura muy importante para la danza, está cerca de la Argentina y se baila más. por muchas razones me lo recomendó. Y yo le hice caso”.

Un poco como Ortigoza, actualment­e en el equipo de conducción del Ballet, que dejó su país y se convirtió en una gran estrella en Chile –como Marcela Goicoechea también, claro–, la suerte y las oportunida­des empezaron a ir juntas para Emmanuel, siempre de la mano del trabajo. “A Luis lo conocía de videos, y eso que entonces recién había Youtube, y en las vacaciones de invierno de 2009 fui a audicionar y vi a todos: a él, a Marcela, a Marcia.

–¿El antecedent­e de esos bailarines estrella argentinos te ayudó a hacer el cambio?

–Hubo un apoyo de entrada de parte de Luis. Como un padrinazgo, sí. Lo primero que bailé fue el Pas paysan cuando ni siquiera era solista.

–¿Qué hecho o actuación crees que confirmó tu ascenso a principal, en 2018?

–Obviamente los roles que había hecho en la compañía, pero también haber bailado un protagónic­o en el Teatro Colón como invitado [Don Quijote, en 2016], la experienci­a en Brasil [pasó la temporada 2014 en San pablo, en la compañía que dirige Inés Bogéa] y con la Ópera de parís [tras una audición, fue refuerzo Sueño de una noche de verano, de Balanchine, en La Bastille]. probableme­nte, creo que el título que confirmó la decisión de Marcia, avalada por la dirección general del teatro que aprueba las promocione­s, fue el estreno de la versión de Raymonda de Luis Ortigoza. Yo era solista todavía, había dos cargos por encima (el de primer bailarín y el de étoile) y me pusieron a mí a estrenar como principal, en el primer reparto. –Otra vez con el tema de las jerarquías, ¿cómo lo ves parado ahora en tus zapatillas de primer bailarín? ¿Crees que en una actividad tan disciplina­da es necesario ese orden vertical?

–Tal vez hoy sea más relajado o tal vez es una mirada generacion­al. Creo que puede haber falta de educación, que es necesario un respeto, pero bien: sin maltrato. por algo existen las categorías, pero antes que nada somos personas. Es más que nada un tema de ubicación.

–¿Cómo te resulta trabajar a diario con una leyenda viva de la danza como es Marcia Haydee?

–Al principio me parecía casi intocable, pero uno se va acostumbra­ndo. Es increíble el traspaso que puede darte sobre todo en las obras que fueron creadas para ella misma, eso es impagable. Es como aprender desde la raíz, la mano directa. Entender, por ejemplo, cómo veía las cosas el propio John Cranko. El trato de ella también es increíble: se ofrece, de buena manera, te da confianza. Me acuerdo que la primera vez que bailé Romeo y Julieta, antes de la función, estaba muy nervioso. Ella entró a mi camarín y me dijo: “Tú eres romeo; simplement­e disfruta y baila”. Salí de otra manera al escenario.

–¿De dónde surgió tu inquietud por la música electrónic­a?

–Soy melómano como mi papá, que antes de que naciera ya ponía unos auriculare­s en la panza de mi mamá con la música de un compositor griego, Yanni, y yo dejaba entonces de patear. Siempre fue una devoción la música. Y obviamente ahora la electrónic­a, la música de los 80, el rock progresivo. Mi referente es Hernán Cattáneo, muy completo no solo como DJ, siempre lo escucho, me encanta cómo habla y explica todo. para mí ser DJ es un hobbie, un gran hobbie, una especie de escape. Quizá me anime a estudiar ingeniería de sonido. pero mi gran vocación es la danza.

–¿Ves un juego de opuestos entre el bailarín clásico y el DJ o todo lo contrario?

–para nada. Son dos cosas distintas, pero no opuestas. Me encantaría por ejemplo componer música electrónic­a para una coreografí­a.

Bailarines argentinos por el mundo Gala virtual a beneficio de Artistas Solidarios el sábado, a las 20. acceso, www.alternativ­ateatral.com

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Gentileza Patricio Melo Emmanuel Vázquez en Raymonda, una obra “llave” para su carrera

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