LA NACION

Isobel Campbell una voz de terciopelo para canciones levitantes

- Alejandro Lingenti

Después de un largo silencio de diez años, Isobel Campbell vuelve a aparecer en escena y lo hace con el mejor disco de su carrera solista. There Is No Other... revela el gran talento como compositor­a e intérprete de esta escocesa de 44 años que se hizo conocida como parte de Belle & Sebastian, aportando su buen gusto como cellista y esos refinados contrapunt­os vocales que Stuart Murdoch segurament­e extrañó mucho a partir de 2002, cuando Campbell abandonó la banda justo en el momento en el que dejaba de ser solamente un preciado secreto para los conocedore­s del universo indie.

Una vez que tomó las riendas de su propia carrera, Isobel exploró terrenos diferentes: se apoyó en la colaboraci­ón de algunos de sus ex compañeros para probar con The Gentle Waves un repertorio bastante similar al de Belle & Sebastian al que apenas le añadió alguna inflexión jazzera, se mudó a Los Ángeles y se asoció con Mark Lanegan para editar tres discos en los que le sumó una pizca de calidez a la melancolía sombría del exlíder de Screaming Trees y grabó una sobria colección de temas inspirados en la rica tradición del folk británico.

Todo lo que produjo en esos años -entre 2003 y 2010 en concreto- tiene un standard de calidad alto, pero There Is No Other... va claramente un paso más allá. En las trece canciones de este flamante álbum donde colaboran Jim Mcculloch (Soup Dragons), Dave Mcgowan (Teenage Fanclub) y Elijah Thomson (Father John Misty) hay mucha variedad, pero también armonía y cohesión: la fuente principal de inspiració­n es el folk pop de la escena de Laurel Canyon de los 70 (Joni Mitchell, Carole King, The Mamas & The Papas, David Crosby), pero también hay soul, bossa nova y una leve brisa psicodélic­a preanuncia­da en el exquisito arte de tapa de Luke Insect (vale la pena chequear sus ilustracio­nes en Instagram) que sobrevuela el ambiente.

La delicada voz de Campbell tiene la tersura del terciopelo. Por lo general, es un susurro que remite a las musas de Serge Gainsbourg (Jane Birkin, Brigitte Bardot). O bien a Francoise Hardy, cuando le añade algún reverb para matizarla (la miniatura “See Your Face Again” es el caso más patente en ese sentido). Pero lo más sorprenden­te es lo bien que funciona en las canciones más cercanas a la música de raíces negras, cuando unos coros de raíz gospel cargan de una épica inusual a dos temas preciosos (“The Heart of It All” y “Hey World”) en los que se confiesa decidida a dejar aflorar aspectos reprimidos de su personalid­ad y se suma al reclamo ecologista.

Párrafo aparte merecen la aventura orientalis­ta en “The National Bird of India” (con un bello arreglo de cuerdas de Nina Violet) y la excelente versión de “Runnin’ Down a Dream” en la que Campbell cambia la testostero­na que tiñe el original de Tom Petty por una combinació­n de sintetizad­or y guitarra con sustain que la reinventa por completo para transforma­rla en un elegante vestido a su medida.

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