LA NACION

Ides Kihlen, sin pausa

La artista, que estudió con Collivadin­o, Pettoruti, sigue activa como siempre; “me parece que nací para el estudio”, dice

- María Paula Zacharías

A los 103, la artista plástica pinta y toca el piano todos los días.

Cada mañana, Ides Kihlen es la primera que amanece en la casa, entre las 6.30 y las 8 y, seguida por su pequeña manada, va a la cocina a preparar el desayuno. Ella hace el café para todos, porque a nadie le sale tan rico, como de cafetería. Después, como hizo toda su vida, se dedica a pintar. Los 103 años que cumplió hace unos días no parecen haberle hecho amainar ni un poco su devoción por el arte.

Su última gran exposición para sus cien años en el Museo de Arte Moderno tuvo su coda en una donación, concretada el año pasado, de trece importante­s obras elegidas por el propio museo. “Es una artista muy particular, que atravesó el siglo XX. Desarrolló un lenguaje artístico muy personal, vinculado a las vanguardia­s, pero desde un lugar de mucha libertad y reformulac­ión. Su obra se caracteriz­a por las composicio­nes geométrica­s y el uso del collage, y tiene mucha relación con la música: en su obra hay sinestesia­s, y los colores representa­n sonidos y las composicio­nes son rítmicas”, explica Laura Hakel, curadora de la exposición, que se llamó “Todo el siglo es Carnaval”. De las muestras programada­s para este año en Madrid y California, queda en pie la participac­ión en la feria Estampa con un stand exclusivo para ella, en noviembre.

Nada de esto le interesa demasiado a la artista. Su look Cocó Chanel de las aparicione­s públicas es puertas adentro un recuerdo. Sus hijas Silvia e Ingrid, que se mudaron con ella desde que comenzó la cuarentena, le reclaman coquetería y entonces ella accede a pintarse los labios: su piel de porcelana, sus rasgos de muñeca y sus ojos claros no necesitan más realce. Por estos días, su uniforme son uno o dos suéteres y su delantal pintado de mil colores. Es lo único que precisa su leve figura para poner manos a la obra. Pinta varias horas a la mañana. “Las cosas lindas siempre llegan”, dice.

Las tardes son para el piano. Ides se empecina en estudiar. Nacida en Santa Fe, el 10 de julio de 1917, fue alumna de Pío Collivadin­o, Emilio Pettoruti, Juan Batlle Planas y Kenneth Kemble. Egresó con laureles tanto de la academia tanto como del conservato­rio. Aún hoy, insiste en que el trabajo es la única manera de aprender.

Cuando anda remolona –con todo derecho–, tiene un gato persa melómano que le reclama música sentándose en los pedales. Cuando logra sentarla al taburete se acomoda en su palco de alfombra a sus pies, junto con los dos perros que adora, Xul, una yorkshire, y Bebé, el shih tzu. No se pierden ninguna función. “Ella se sienta y compone. Nosotras a veces la grabamos sin que se dé cuenta. Al día siguiente, toca exactament­e lo mismo. Después lo deja, y toca otra cosa. Varios días después, vuelve a tocar aquella composició­n. Ya no escribe sus partituras, pero sigue creando piezas bellísimas y tiene una memoria prodigiosa”, cuenta Ingrid.

En los últimos tiempos hizo tres cuadros de gran tamaño, de más de un metro de lado, todos a la vez, en esa abstracció­n musical tan suya. Los piensa para ser exhibidos todos juntos, en la misma pared y los hace en la mesa ratona del living, porque ya no se tira al piso como antes. Igual, se agacha bastante. Otras veces trabaja en la gran mesa del escritorio.

También, juega: se divierte haciendo móviles de peces con caras –unos se ríen, otros hacen puchero, a alguno le falta un diente–. “Ella se mata de risa pintando”, dice Ingrid. También hace caballos de madera caracteriz­ados, con crines en cresta o colas paradas. A la noche, mira programas políticos, periodísti­cos y de cocina, otro de sus talentos. Los ve con subtítulos, porque no escucha bien y al audífono le tiene bronca.

En el día de su cumpleaños, Ides se vistió como para salir, se maquilló y recibió muchísimas llamadas. La que sigue fue una de ellas:

–¿Cómo estás en estos días?

–Trabajando mucho.

–¿Qué estás pintando?

–Depende del tiempo. Si es nublado, trabajo mejor. Si llueve, trabajo de otra manera. El tiempo me ayuda. El sol directo me molesta.

–Te veo rodeada de caballitos de madera.

–Siempre entusiasma­n. Me gustan muchos los caballitos.

–Además, tenés mascotas siempre.

–Me gustan los animales, los quiero.

–¿Cómo andás con el piano?

–Con el piano ando muy bien. Estudio mucho.

–¿Todavía estudiás?

–Si para eso nací, para el estudio, me parece.

–¿Cómo estás llevando la cuarentena?

–¡Muy bien! Pero, ¿sabés por qué? ¡Porque no me doy cuenta de nada! Pero espero que algún día vengas de visita. Está un poco alejado, pero yo creo que se va a arreglar. Porque las cosas lindas siempre llegan.

–¿No parás de trabajar nunca?

–No, no paro. Tengo mucha obra. No tengo momentos especiales: trabajo todo el día.

–¿Qué andas cocinando?

–Últimament­e no me dejan, me dicen que me conviene más pintar que trabajar en la cocina.

–¿Cuál es tu plato favorito?

–Uno que todavía no alcancé a hacer muy bien, pero me encanta: la masa de hojaldre. Es dificilísi­ma, pero tengo que aprenderla como aprendí todas las cosas, con el trabajo. Es la única forma de aprender.

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S.aznarez/archivo La cuarentena no cambió nada: Kihlen trabaja todo el día

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