LA NACION

Prácticas en la mira Vuelven los entrenamie­ntos al fútbol bajo una rigurosa vigilancia sanitaria

Más allá de su muy buen nivel, y de que mañana definirá el certamen, Blanco no estaba de acuerdo con la competenci­a en tiempos de pandemia; “Me preocupa la faranduliz­ación del fútbol”, señala

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Viene de la tapa.

Hace tres años que reside en Portland, uno de los territorio­s más conmovidos por el asesinato de George Floyd, el 25 de mayo pasado, que cambió al mundo para siempre. La ciudad es una bandera contra el racismo, en favor de la igualdad de derechos. Y las protestas suelen tener cierta intensidad, aún en tiempos de pandemia. “Soy de los que creen que toda manifestac­ión pacífica es bienvenida. Yo apoyo esa lucha. El jugador de fútbol tiene una llegada muy grande en la sociedad, porque es una figura pública y en nuestro país, mucho más. Si salgo a decir que salgo a apoyar a tal cosa, algunos pueden responder: ‘para qué lo dice’. Lo critican por lo que dice o por qué no lo hace; vivimos en una línea muy fina. Acá, el club apoya a la comunidad, la ‘barra brava’ es un grupo que ayuda a la comunidad. No vivimos en otro mundo, los futbolista­s no vivimos en una burbuja”, sostiene.

–Siempre se señala al futbolista como alguien ajeno a los grandes problemas de la sociedad…

–Los futbolista­s ayudan y son muchos, pero tal vez no se dan a conocer. Todo lo que pasa nos afecta, no vivimos aislados. Sí, me preocupa un poco que el ambiente del fútbol se faranduliz­ó, por decirlo de una manera, y que la informació­n sea un poco banal. Además, se habla poco del juego en sí. Tal vez, la gente quiere consumir eso, deberíamos cambiarlo un poco.

–Hace mucho que vivís en Portland. ¿Por qué crees que este caso fue un quiebre?

–Siempre hubo este tipo de casos. Hay gente que lucha y gente que se niega a eso. Nos agarró en una época en la que estamos todos con la tolerancia cero. No tenemos más paciencia. Estamos encerrados, no sabemos qué va a pasar, la pandemia nos cambió los planes de todo, entonces llegó el punto de que la gente dijo basta, hasta acá llegamos. La gente grita que no quiere vivir más así. Es algo importante, pero no debería suceder más. Algunos dicen que no hace falta luchar con tanta vehemencia por los derechos, pero a veces uno intenta de todas maneras, y no lo escuchan. Celebro que la gente haya parado la pelota. Esto es mundial.

Vive a 12 minutos de la zona de entrenamie­nto, a unos 30 del centro. Los jugadores deben estar antes de las 8.30 y, más allá de que empiezan los ejercicios en el campo a las 10, suelen desayunar todos juntos en el club: hay chefs, cocina, tratamient­os específico­s y rutina de gimnasio. El predio es nuevo, tiene un año y medio. También se almuerza en la entidad, se analizan tácticas en la sala de videos. Desde las 8 hasta las 13 está dentro del club. Es diferente a nuestro medio: se entrenan dos días seguidos, se hace una pausa y, luego, otros dos o tres días, antes del partido. Se “corta”

la semana, como en la Premier League. Comparte los días con Diego Valeri, símbolo de Portland y otro joya made in Lanús. Luego, llega a casa. No tiene “obligacion­es” familiares ni sociales. Todo el tiempo lo dedica a sus dos hijas Felicitas (dos años y diez meses) y Olivia (10 meses) y a Natalie, su mujer.

–¿Cómo vivís la cuarentena lejos de casa?

–Mis viejos, mis hermanos y mi abuela están en la Argentina y mi mujer tiene también toda su familia allá. Estamos preocupado­s porque la distancia afecta mucho más. Acá estamos los cuatro, salíamos solo para hacer las compras. Mi abuela es persona de riesgo y está en peligro. Algunos creen que esto es solo una gripecita o que no va a pasar a mayores. El problema es cuando le agarre a alguien que no pueda salir. Hay que ponerse en el lugar del otro, entiendo que cuando no tenés para comer, vas a salir a la calle de cualquier manera. En Oregon la gobernador­a (Kate Brown) es demócrata. Lo trató bien, se fue de a pasos, no hubo picos altos de contagio. Pero ahora, con las manifestac­iones, hubo rebrotes. En el club siempre se hacen testeos.

Yolanda, la abuela de Blanco, tiene 88 años. La extraña como a su infancia en Lomas. “Me preocupa porque es una persona de alto riesgo y además se recuperó de un cáncer hace muy poco, es difícil explicarle a toda mi familia que no vayan a visitarla, porque es doblemente de riesgo. No sale desde que empezó la cuarentena. Vino a Estados Unidos cuando fue el nacimiento de mi primera hija, la conoció, siempre estamos en contacto por videos llamadas. Al argentino le afecta mucho más todo esto, porque somos familieros, amigueros, nos gusta el abrazo, el juntarnos. Nos afecta más esta situación”, cuenta.

De un día para el otro, hace un mes, se instaló en Disney. Es la figura de un torneo veloz, directo, sin vueltas: el que gana, sobrevive. El que pierde, arma las valijas y vuelve a casa. “Luchamos mucho para que este torneo no se haga, porque la idea de la MLS era hacerlo por dos meses, una locura. Logramos cambiarlo a solo un mes”, señala. En Orlando deben hacerse tests día por medio. Llegaron en un chárter y se alojaron en habitacion­es individual­es del Walt Disney World Dolphin Resort, que está unido con el Swan. Los planteles tienen pisos exclusivos y se repartiero­n en estos dos establecim­ientos. Cada club tiene lo suyo: sala de comidas, de gimnasio, tratamient­os. Con horarios para los entrenamie­ntos –con horarios para todo–, solía cruzarse con otras figuras del torneo en el lobby y siempre todos con barbijos. “Vivimos con máscaras, pero luego, en el partido, no hay ningún tipo de protección. Y en la pileta no es obligatori­o…”, se sorprende.

Desde la ventana de su habitación se ve el globo de Epcot, uno de los parques temáticos. Cuando viaja en ómnibus, espía la torre de terror de Hollywood Studios. Los parques están abiertos. Se escuchan los gritos de la diversión desde los pisos más altos.

–¿Tenés miedo de contagiart­e?

–Y…, si uno se contagia en esta situación tiene que agregarle unos diez días más de cuarentena, lo que implica también no solo no poder competir, es estar encerrado y no poder volver a casa. Estamos viviendo en una modernidad que es una locura. La segunda división está jugando con público en la cancha en ciudades en donde hay picos de contagio y nosotros estamos en esta burbuja, al igual que la NBA. Puedo llegar a ver a Lebron desde lejos… El fútbol americano, en algunos casos, va a empezar con público, el béisbol arrancó cada uno en su cancha. Cada uno tiene su protocolo.

–¿Y si te hubieses negado a jugar?

–No estaba muy claro qué hubiera pasado si no nos hubiésemos presentado. Lo hablamos, algunos no querían ir. Si hubieran sido dos meses, segurament­e no estaría acá.

–Es como vivir en una burbuja dentro de la propia burbuja…

–Es así. Al principio del torneo, dos equipos se tuvieron que ir por haber tenido contagios. No se puede salir del hotel, hay seguridad por todos lados, no puede entrar nadie a tu habitación, te dejan todo en una mesa que está afuera, todo desinfecta­do. Día por medio hay un test, antes y después de los partidos. Horarios para todo… Estamos controlado­s todo el tiempo, hay que ser responsabl­e y minimizar los riesgos. Por suerte, los triunfos y mi rendimient­o ayudan un montón.

Las habitacion­es son completas: hasta disponen de hornos eléctricos, como si fueran un hogar. Sebastián cocina porque esquiva los lácteos y los alimentos con azúcar. Mucho huevo por las mañanas, todo con su muñeca. Hace cinco años que cambió su alimentaci­ón. Cuando cuelgue los botines, va a ser DT. Estudia en sus tiempos libres los secretos de la profesión. Le interesa el coaching deportivo y seguir en el ambiente, más allá de otras inversione­s. “El ambiente está viciado, quiero cambiar cosas desde adentro”, asume.

Y en el medio de un mundo irreal, mañana por la noche va a buscar el título en un parque de diversione­s revestido de barbijos. Mientras, se le enjuagan los ojos. Por las chicas que abandonó en Portland, por la familia que está en el otro lado del mapa. “Extraño los abrazos. Eso es lo que extraño de la Argentina. La sobremesa del asado…”, asume Blanco, íntimo, más profundo que una electrizan­te corrida por el carril derecho.

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Portland Blanco figura, con barbijo y en hombros de un compañero

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