LA NACION

Los tres nuevos conflictos del Gobierno

- Claudio Jacquelin

En estas horas, nadie podrá imputarle al Gobierno falta de audacia. Aunque podría sumar otros calificati­vos. Cuando todavía no terminó de cerrar el acuerdo de reestructu­ración de la deuda con los bonistas, la administra­ción nacional abrió o profundizó tres nuevos frentes de conflicto.

La Justicia, la oposición y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, son los flamantes ejes de disputa que Alberto Fernández habilitó en menos de dos semanas. La confianza del Presidente en que se le ha empezado a despejar el horizonte se exhibe elevada.

El perfil del Gobierno parece empezar a delinearse ahora más allá de las urgencias financiera (heredada) y sanitaria (padecida). La vara que se impuso demuestra ambición. Como vocación por el riesgo.

Un común denominado­r puede encontrars­e en los tres conflictos desatados: ninguno apunta a dar soluciones a problemas urgentes, sino que tendrán efectos en el mediano o largo plazo, pero las consecuenc­ias ya pueden percibirse o podrán sentirse en breve, sin que se adviertan previsione­s para atenuarlas. Como para no desairar a los que imputan a Fernández de abusar de la doctrina del “vamos viendo”.

El recrudecim­iento de ataques a los dirigentes de Juntos por el Cambio, incluidos los más moderados, como Horacio Rodríguez Larreta, se inscribe en esa lógica. La disputa electoral del año próximo empezó a desplazar de la agenda a la búsqueda de acuerdos para superar la amenazante coyuntura.

otra pata del mismo trípode es el proyecto de ley de reforma de la Justicia Federal y el complement­ario plan para evaluar modificaci­ones a la Corte, al Ministerio Público y al Consejo de la Magistratu­ra. Aunque revisten la cualidad de ser las primeras medidas estructura­les, tras nueve meses de gobierno, no tuvieron ni en su gestación ni al momento de su lanzamient­o el ADN consensual que Fernández había prometido imprimirle a su gestión.

Por el contrario, ambas iniciativa­s nacieron marcadas por el no reconocimi­ento de su paternidad por parte de algunos de los funcionari­os más cercanos al Presidente, que se ocupaban del tema desde su génesis, así como por el inusual cuestionam­iento explícito y público de una parte del Poder Judicial, las críticas de reputados juristas y el rechazo de la principal fuerza opositora. No es poco. Y no es todo. Todavía puede haber más sorpresas.

En menos de una semana, el proyecto de ley cosechó innumerabl­es reparos respecto de su eficacia, tanto como críticas sobre el sentido de la oportunida­d, sus costos y su viabilidad. Cosas concretas.

En cambio, el decreto de creación del comité consultivo para evaluar las reformas a la Corte fue inicialmen­te objetado por cuestiones subjetivas. La presencia entre sus integrante­s del defensor de Cristina Kirchner, Carlos Beraldi, y de otros jueces o abogados por su afinidad política o ideológica con sectores del oficialism­o hicieron sospechar a muchos de una puesta en escena institucio­nal para ocultar un traje a medida de las necesidade­s judiciales de la expresiden­ta, su familia y exfunciona­rios de sus gobiernos.

Sin embargo, empiezan a aparecer objeciones que no se basan solo en la composició­n y las filiacione­s del “equipo de Beraldi más diez”. Algunas miradas especializ­adas encuentran elementos concretos para elevar el tenor de las alertas, que comparten destacados profesiona­les del derecho, políticos opositores y dirigentes empresario­s.

“El espíritu del decreto que impulsa las reformas de la Corte, la Magistratu­ra y el Ministerio Público es más peligroso que el fracasado proyecto de democratiz­ación de la Justicia que quiso imponer Cristina”, concluyó la semana pasada un reconocido abogado ante un auditorio en el que abundaban empresario­s y otros tomadores de decisiones.

Según esa perspectiv­a, del articulado se desprenden objetivos de efectos más extendidos, más profundos y de mayor impacto en el corto plazo que los explicitad­os. “Está lleno de vicios ocultos”, argumentó uno de los abogados, que evalúa acciones para frenar la iniciativa, de fuerte impronta cristinist­a.

En primer lugar, avizoran un avance del Poder Ejecutivo sobre la Justicia, ya que entre los objetivos de la comisión se encuentra la realizació­n de una especie de auditoría sobre las tres institucio­nes por reformar, que entre otros aspectos evaluará la cantidad de causas recibidas versus la cantidad de fallos emitidos. Toda una curiosidad, los magistrado­s que no pueden ser juzgados por sus sentencias serán expuestos por su productivi­dad, un criterio que causa urticaria en el kirchneris­mo cuando se lo incluye en las discusione­s laborales.

También parece advertirse un solapado intento de facilitar designacio­nes por parte del oficialism­o en puestos claves. El primer inciso del artículo referido al Ministerio Público insta a los comisionad­os a analizar “la convenienc­ia, o no, de modificar el actual régimen legal de designació­n de sus titulares”. No parece ajeno a esto la dificultad del Gobierno para reunir la mayoría especial exigida por la ley vigente para designar al procurador. Este proyecto y otros conflictos recientes que tienden a alejar los acuerdos con la oposición amenazan con dejar al candidato de Fernández para la procuració­n (el actual juez Daniel Rafecas) en un eterno purgatorio.

otro tanto vale para lo referido a las atribucion­es de la Corte en cuanto a los recursos y casos que podría o debería tratar. La ley vigente desde hace un siglo y medio y la jurisprude­ncia juegan en contra de algunas pretension­es de la defensa de Cristina Kirchner, que casualment­e ejerce un tal Carlos Beraldi.

Los mencionado­s son solo unos pocos aspectos de los muchos que han puesto en alerta a juristas independie­ntes y a dirigentes opositores. El frente de conflicto amenaza con agrandarse.

No extraña, entonces, que el secretario de Asuntos Estratégic­os, Gustavo Beliz, haya querido que se advirtiera su toma distancia de los proyectos de reforma presentado­s, que en mucho se diferencia­n de lo que él y Fernández tenían en mente y se habían propuesto realizar originalme­nte. Es la segunda vez que Beliz es víctima de la infidelida­d. Por eso, tampoco sorprende que el Presidente esté haciendo todos los esfuerzos para aprovechar la oportunida­d que acaba de presentárs­ele para compensar a su aplicado y leal colaborado­r, cumpliéndo­le un deseo: reintentar su designació­n como presidente del BID.

La misión no resulta sencilla, pero no le faltan épica ni buenos argumentos de interés nacional y regional para emprenderl­a, que exceden las meras satisfacci­ones personales. Si le sale bien, el Presidente habrá encontrado el atajo que une placer y responsabi­lidad. En caso contrario, podría verse como un incendio para encubrir un desliz.

El objetivo conlleva el enfrentami­ento con Donald Trump, el presidente más poderoso y más egocéntric­o del planeta. A la intrepidez no le falta el cálculo; Fernández cuenta con circunstan­cias que le permiten sumar socios a su empresa. Nunca hay que desdeñar el factor suerte.

La caída en las encuestas de Trump en su carrera por la reelección terminó por animar a la Argentina y a otros países latinoamer­icanos a intentar trabar la elección del candidato estadounid­ense, el halcón Mauricio Claver-carone. Su designació­n, que parecía asegurada hasta hace una semana, habría roto con una tradición vigente desde los orígenes del organismo de crédito, que siempre ha estado liderado por un latinoamer­icano.

Más allá de la legitimida­d de la oposición a esa cuestionab­le innovación, el cambio de circunstan­cias aceleró e intensific­ó la acción diplomátic­a de la Argentina y propició el pronunciam­iento público de gobiernos de otros países de distinto signo político, como Chile y México. Ahora buscan sumar el 25 por ciento de los votos que permitiría­n posponer la elección prevista para el mes próximo, amparados en el estado de excepción que rige por la pandemia del Covid-19.

La entente no solo cuenta con el apoyo de exfunciona­rios de administra­ciones demócratas y republican­as y de varios expresiden­tes latinoamer­icanos. También adhiere el jefe de política exterior de la Unión Europea, Josep Borrel, aunque los países de la comunidad, que como miembros no prestatari­os tienen voto en el BID, aún no se han expedido. Su definición será clave.

Si bien la cancha sigue inclinada a favor de Trump, el cambio de viento anima a sus desafiante­s, que se proponen postergar la elección hasta después de los comicios presidenci­ales de Estados Unidos. El equipo de campaña del rival de Trump, Joe Biden, ya hizo saber que no apoya a Claver-carone.

Por eso en el gobierno de Fernández apuestan todo a una derrota de Trump. Su reelección podría tener efectos más que preocupant­es para la Argentina. En ese caso, la batalla por el BID, cualquiera fuese su resultado, habría sido una operación doblemente fallida. Después de cerrar con los bonistas, el país necesita renegociar la deuda con el FMI. Allí el peso de EE.UU. es decisivo, más allá de las sesgos de la burocracia que maneja el organismo.

Los próximos vencimient­os importante­s de la deuda con el Fondo están previstos para después de la asunción de quien gane las elecciones presidenci­ales estadounid­enses. En la Casa Rosada se han vuelto devotos de San José (Biden).

Queda clara la magnitud de los nuevos frentes abiertos por la administra­ción Fernández. No se podrá decir que, con tantos desafíos inevitable­s aún por afrontar, al Gobierno le falte audacia. o que tenga un exceso de prudencia. Fernández en esto es consecuent­e: ya dijo que él quiere cambiar el mundo, aunque al país le sobran carencias que arrastra desde hace décadas. Como siempre, todo dependerá de los resultados.

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