LA NACION

Lo peor de la Justicia al servicio de lo peor de la política

En una alianza nefasta, representa­ntes de dos poderes de la Nación no trepidan en demoler leyes y fraguar hechos para asegurar el triunfo de la impunidad

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Hace poco más de cuatro años, una filmación confirmaba la vieja sospecha: en la oscuridad de la noche, un exsecretar­io de Obras Públicas de la Nación, armado con un fusil de asalto, dejaba en manos de monjas a las puertas de un convento casi nueve millones de dólares en unos bolsos.

El abominable espectácul­o produjo la reacción de una Justicia aletargada. Un alud de causas todavía en trámite llevó al procesamie­nto, y en algunos casos a la encarcelac­ión, de prominente­s funcionari­os del entonces gobierno kirchneris­ta, comprobada­mente ligados a maniobras delictivas.

Producido su retorno al poder, en diciembre pasado, este se muestra signado por una obsesión: terminar con estas causas a como dé lugar, aunque para ello deba reformarse todo el Poder Judicial, incluso acabar con él. La impunidad es la prioridad, paradójica, de gobierno, cuando arrecian el hambre y la pandemia.

La absolución que persigue no alcanza para restituirl­e una supuesta dignidad, tan extraviada como su decencia. Tampoco para acallar el grito ético de millones de argentinos que hoy a duras penas sobreviven a la decadencia mientras sueñan con otro mañana. Se requiere entonces también denostar al contrincan­te, igualarlo en la impudicia, arrastrarl­o al barro por la fuerza. Extinguir la reserva moral de nuestra sociedad y con ella, la esperanza que nutre a la disidencia en democracia.

Este es claramente el propósito de la denuncia presentada por los diputados Leopoldo Moreau y Rodolfo Tailhade, tramitada a la carrera por un ahora exjuez de pésima reputación como Rodolfo Canicoba Corral. En ella se cuestiona a funcionari­os del gobierno anterior por la renegociac­ión de los contratos de concesión de las autopistas Panamerica­na y del Oeste en cabeza de Ausol SA y GCO SA, respectiva­mente.

No se trata de obras viales inexistent­es por las que se hicieron pagos fastuosos, como las de la Patagonia. Son infraestru­cturas medulares de nuestra red logística de abastecimi­ento y comunicaci­ones, que conectan y atraviesan los puntos de mayor concentrac­ión demográfic­a del país.

La renegociac­ión se había iniciado en 2002, cuando por normas de emergencia se puso fin al régimen de convertibi­lidad y se dispuso la pesificaci­ón de los precios y tarifas fijados en dólares, afectando con ello los contratos.

Durante 12 años, el gobierno kirchneris­ta negoció con las concesiona­rias. Cerró acuerdos parciales prometiend­o restablece­r el equilibrio económico del contrato y luego lo incumplió. Tras sucesivas postergaci­ones, como era dable esperar, las empresas iniciaron reclamos administra­tivos ante el gobierno de Cristina Kirchner. Por separado, Abertis SA, un referente global en la administra­ción de autopistas y accionista principal de ambas compañías, inició tratativas con el mismo gobierno de cara a un reclamo arbitral internacio­nal ante el Ciadi por violación del Tratado Bilateral de Inversione­s entre la Argentina y España.

En 2016, el gobierno de Macri inició una política de normalizac­ión y reinserció­n de la Argentina en el mundo sobre la base del fortalecim­iento de la seguridad jurídica y el respeto por las inversione­s en el país. En ese contexto, emitió un decreto para concluir los dilatados procesos de renegociac­ión incluyendo, entre varios otros, los de Ausol y GCO. Se decidía resolver viejos problemas de nuestro país.

El procedimie­nto dejaba la renegociac­ión en manos del ministerio afín a la materia del contrato. Para dotarlo de mayor transparen­cia, se contempló la remisión de los acuerdos proyectado­s a la Sindicatur­a General de la Nación para su auditoría y a la Procuració­n del Tesoro de la Nación para opinar sobre su formulació­n jurídica. Luego, se preveía la firma conjunta del ministro competente junto a su par de Hacienda, ad referendum de la aprobación por decreto del Poder Ejecutivo Nacional.

Moreau y Tailhade, avalados luego por el hastiado Canicoba Corral, encontraro­n en esta renegociac­ión un elemento por sí mismo intrascend­ente, pero de inconmensu­rable valor para sus fines políticos: Sideco Americana, una empresa relacionad­a con la familia del expresiden­te Macri, había sido accionista de una de las concesiona­rias. Sobre ese dato sembraron sus infundadas sospechas de corrupción.

Lo asombroso es que Sideco había vendido su escasa participac­ión accionaria en Ausol, de apenas 7%, antes de que se iniciara el trámite de aprobación del acuerdo de renegociac­ión y más de un año antes de que concluyera con el decreto firmado en julio de 2018.

Como tantas otras veces, los denunciant­es partieron de una falacia. Adujeron disparatad­amente que todo el aparato estatal se puso a disposició­n de un acuerdo para beneficiar a una familia sin participac­ión accionaria alguna en la concesiona­ria.

Con espectacul­aridad teatral y nulo rigor jurídico, Canicoba Corral sostuvo que Abertis había demandado artificial­mente en el fuero internacio­nal tres días antes de la asunción de Macri, especuland­o con el cambio de gobierno. Una escandalos­a falsedad. Abertis había iniciado formalment­e el camino hacia el arbitraje en junio de 2015, durante el gobierno de la actual vicepresid­enta, antes incluso de las PASO de ese año, cuando un cambio de signo político en el Ejecutivo era todavía impensable.

En aquel consabido afán persecutor­io, con su renuncia ya presentada, el juez procesó a unexminist­ro de Hacienda de Macri que ni siquiera firmó el acuerdo. Hizo lo mismo con el procurador del Tesoro de entonces, quien no participó de la negociació­n y cuyo rol de asesor legal es extraño a cuestiones económicas o financiera­s. Nadie podrá esgrimir que asesorar pueda constituir delito, menos aún cuando esas opiniones no resultan vinculante­s para quienes deben decidir. Para completar la faena, y en un convenient­e tiro por elevación, procesó también al exdirector de Vialidad –testigo clave en el juicio por desmanejos en la obra pública que involucran a la actual vicepresid­enta de la Nación– y al exministro de Transporte.

Apurado por su partida, en un trámite exprés de apenas una semana y con la excusa de la pandemia para evitar la exhibición de las pruebas de cargo, la animosidad despertó de su letargo al juez del caso AMIA. En carrera contra su jubilación, sacrificó el derecho de defensa en juicio que asiste a cualquier acusado para alcanzar sus objetivos.

El Gobierno acaba de presentar un proyecto para reformar la Justicia. Insiste en recalcar que estaría desprovist­o de fines políticos. ¿Cómo creerle? La causa que nos ocupa es otro buen ejemplo del espíritu de venganza que guía a los propios cuando pisotean la verdad y construyen una Justicia a la medida de sus necesidade­s. De igual forma, en el otro extremo, la escandalos­a impunidad del propio exjuez Canicoba Corral, de pésima reputación y con graves acusacione­s que debieron conducirlo al juicio político en lugar de llevarlo a gozar de una abultada jubilación, confirma también que a los amigos, todo, y a los enemigos, ni justicia.

La escandalos­a impunidad del exjuez Canicoba Corral, de pésima reputación y con graves acusacione­s que debieron conducirlo al juicio político en lugar de llevarlo a gozar de una abultada jubilación, confirma también que a los amigos, todo, y a los enemigos, ni justicia

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