LA NACION

La delicia de la guerra conyugal

- Hugo Beccacece

Hace una semana, releí un autor que amo: Marcel Jouhandeau (1888-1979). Escribió entre 127 y 130 libros. Murió a los 90 años, pero había dejado de escribir unos años antes porque estaba casi ciego. La primera obra suya que leí fue Chroniques maritales, gracias a la indicación de la profesora Hélène andjell. allí, Jouhandeau cuenta la vida cotidiana con su esposa, Elise (Elizabeth Toulemon). Fueron 44 años casi íntegramen­te dedicados a pelearse. Era el mejor matrimonio peor avenido del mundo.

Jouhandeau es tan excelente escritor que me temo haya pasado de moda por un malentendi­do. Se lo supone anticuado porque era un homosexual que escribió mucho sobre su condición (“mi vicio”) y que detestaba a los pedófilos, pero no estaba interesado en política ni en militar. Sus libros, sin embargo, van mucho más allá del sexo. Tocan temas como el amor, la violencia, la fe, la experienci­a religiosa, el deseo y la muerte, sobre los que dice verdades estremeced­oras entre ráfagas de humor, ironía y misticismo.

En el sitio “ina madelen” está íntegra la entrevista antológica que Bernard Pivot le hizo al escritor en la emisión televisiva Apostrophe­s cuando Jouhandeau, el 26 de julio de 1978, cumplió 90 años. durante esa conversaci­ón, el escritor recomienda, para quien no haya leído nada de él, sus libros Cheminadou­r, Pincegrain­e, Crónicas maritales, Crónica de una pasión, La muerte de Elise, Reflexione­s sobre la vejez y la muerte. Él se define como un cronista y un ensayista, no como un autor de ficción.

Quien vea ese reportaje caerá bajo el hechizo de Jouhandeau. Es un actor consumado, pura dulzura, pero detrás de esa seducción diabética hay picardía, una inteligenc­ia feroz y una perspicaci­a imbatible. con la cámara, tiene el carisma de Maggie Smith o Totò.

En Cheminadou­r, retrata a los habitantes de su pequeña ciudad natal con otros nombres, lo que le valió al principio el odio de casi todos sus conciudada­nos. Los mostraba tan ridículos como eran, sin exagerar una coma. después habrían de idolatrarl­o porque, de no ser por él, nadie habría conocido Guéret.

En las Crónicas maritales, describe a Elise como un monstruo.

Pero también confiesa: “Yo era un monstruo de escritura. necesitaba esas peleas conyugales para escribir sobre ellas. nunca nos aburríamos. Pelearnos era una delicia. Éramos incompatib­les, pero inseparabl­es”. Marcel tuvo aventuras y grandes amores (uno de ellos fue Elise). creía que, a través del amor y del cuerpo de un ser amado, se llegaba a dios, pero al mismo tiempo al infierno.

Jouhandeau estaba siempre al acecho para “rapiñar” el alma

Jouhandeau cuenta la vida cotidiana con su esposa, Elise; 44 años casi íntegramen­te dedicados a pelearse

de quienes estaban en su entorno para insertarla­s en sus libros. En Cheminadou­r, escribe: “Buscaba sorprender el alma humana en flagrante delito de humanidad o inhumanida­d”.

Fue un gran profesor de colegio secundario. Tenía la vocación de ser padre, pero Elisa era estéril. Ella cobijó a una niña, pero no la adoptó. con el tiempo, esa muchacha tuvo una hija y esta, a su vez, un hijo: Marc. En la vejez, ya muerta Elise, Jouhandeau lo adoptó. Marc se convirtió en su razón de vivir. El escritor confesó a Pivot que dos años antes (¡a los 88!) había renunciado a las relaciones sexuales por respeto a Marc: “En él, respetaba a todos los hombres”.

durante su ancianidad, casi ciego, Jouhandeau pasaba el tiempo pensando en las personas que conocía; le gustaba recordar los buenos y los malos momentos. “Los malos son más entretenid­os”, decía. no temía a la muerte. “Me siento cada vez más extranjero a este mundo, cómo no estaría dispuesto a dejarlo. Es mi turno, pero no estoy apresurado”.

Sobre la posteridad de su obra, decía: “El estilo es como la música. cuando yo muera, el instrument­o roto, quedarán de mí algunas frases en mi biblioteca a disposició­n de ciertos melómanos”.

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