LA NACION

Avanza la extrema pobreza y golpea a toda una generación

El mundo está a punto de experiment­ar el primer crecimient­o de la indigencia en los últimos 22 años, y se agudizaría­n aún más las inequidade­s sociales, según datos revelados por el Banco Mundial

- Elias Meseret y Cara Anna AGENCIA AP

ADDIS ABEBA, Etiopía.– Como empleada doméstica, Amsale Hailemaria­m conocía de arriba abajo las lujosas residencia­s que habían ido creciendo alrededor de su casilla de chapa y plástico. Para Amsale, madre soltera, esas mansiones eran la confirmaci­ón de que su país, Etiopía, se había transforma­do.

Amsale le rogaba a Dios y se prometía que su vida también cambiaría. La clave estaba en su hija, a punto de recibirse de la carrera de salud pública, que estudiaba para combatir el mal del hambre y la necesidad.

Pero de pronto llegó un virus que no figuraba en ningún libro, y destrozó los sueños de familias y países enteros, como Etiopía. Décadas de progresos y una de las mayores hazañas de la historia moderna –la lucha contra la indigencia y la pobreza extrema– corren riesgo de desvanecer­se a causa de la pandemia. El mundo está a punto de experiment­ar el primer crecimient­o de la indigencia en 22 años, y se agudizaría­n aún más las inequidade­s sociales.

“Estamos peor que los vivos y apenas mejor que los muertos”, dice Amsale, al borde de las lágrimas. “Esto no es vida”.

Con el virus y las restriccio­nes que trajo, hasta 100 millones de personas en todo el mundo podrían caer en la penuria de tener que vivir con apenas 1,90 dólares diarios, según el Banco Mundial (BM). Y eso viene a sumarse a los 736 millones de personas que ya son indigentes, la mitad de ellas en apenas cinco países: Etiopía, la India, Nigeria, el Congo y Bangladesh.

El BM incluso calcula que en China, Indonesia y Sudáfrica caerán en la indigencia más de un millón de personas en cada país. “Es un revés terrible para el mundo entero”, dice Gayle Smith, presidente de la Campaña ONE para terminar con la extrema pobreza.

Crecimient­o vertiginos­o

De esos nuevos millones de seres humanos en riesgo, la mayoría son del África subsaharia­na, una región que a pesar de tener todo en contra en los últimos años experiment­ó uno de los crecimient­os económicos más vertiginos­os del mundo.

En las dos décadas pasadas, el número de etíopes en la extrema pobreza disminuyó drásticame­nte, de casi la mitad de la población a menos del 23%, un avance “impresiona­nte”, según el BM.

Por encontrars­e a gran altitud, la ciudad de Addis Abeba, capital de Etiopía, se convirtió en capital diplomátic­a de África, en un polo de aviación civil y en un imán para millones de ciudadanos en busca de una vida mejor. Algunos lograron subir el primer escalón de la movilidad social ascendente en el sector informal que no paga impuestos, mientras que el creciente número de autos particular­es en las calles evidenciab­a un auge de la clase media.

En los últimos años, la capital experiment­ó un boom de la construcci­ón, con nuevos centros comerciale­s y complejos de departamen­tos de lujo. Y una de las fuentes del renovado orgullo nacional es la descomunal represa sobre el río Nilo que está a punto de completars­e, financiada íntegramen­te por Etiopía, en una apuesta para sacar de la pobreza a varios millones de etíopes más.

Nuevos indigentes

Ahora, los etíopes de todas las extraccion­es están sufriendo los efectos de la pandemia. Se cree que la mitad de los nuevos indigentes del África subsaharia­na se concentrar­án en Etiopía, el Congo, Kenia, Nigeria y Sudáfrica.

Cuando las penurias que se avecinan se hicieron evidentes, el primer ministro etíope fue el primero en apelar a los países ricos para que condonaran la deuda de los países pobres, y sobre la base de un dato clave: dijo que su país gasta el doble en pagos de su deuda externa que su sistema de salud.

Hasta los expertos se sienten perdidos cuando intentan cuantifica­r el impacto que tendrá la debacle mundial sobre la indigencia. Desde su hogar en Addis Abeba, Fitsum Dagmawi se hizo eco del temor de sus compatriot­as. Como integrante del equipo de estadístic­as del Banco Mundial, Dagmawi llama a personas de todo el país para preguntarl­es cómo cambiaron sus vidas desde la llegada del virus.

Algunos entrevista­dos arrancan llorando, hablan de los fallecidos en su familia, se desesperan sin saber qué hacer. No hay trabajo. Los padres no saben cómo alimentar a sus hijos. Las instancias comunitari­as que cumplían un rol estabiliza­dor –la iglesia, las bodas, los funerales– desapareci­eron o están restringid­as.

La primera ronda de llamados a 3200 hogares de Etiopía reveló un 61% de caída del empleo, sobre todo en sectores estrechame­nte ligados al crecimient­o del país: la construcci­ón, el turismo, la hotelería y la gastronomí­a. En la segunda ronda se había producido una leve recuperaci­ón, pero en un país donde el mercado de trabajo es básicament­e informal, “desemplead­o” puede significar cualquier cosa. Ahora, por ejemplo, hay personas con título universita­rio realizando trabajos manuales.

“Hasta el impacto más pequeño en los ingresos puede tener efectos devastador­es”, dice Christina Wieser, economista del Banco Mundial.

Y así parece. En Etiopía, el 55% de los hogares dicen que la caída en sus ingresos les impide comprar remedios o alimentos básicos. Y casi el 40% dijo haber dejado de recibir las remesas de los etíopes en la diáspora, un ingreso que hasta ahora era crucial para mantenerse a flote.

Para muchos etíopes, hay poco margen entre zafar de caer en la miseria. Apenas el 20% de los hogares dicen tener algún ahorro y un 19% dicen estar comiendo menos. un 25% dicen haberse quedado sin nada que comer en algún momento de los últimos 30 días, y poco más del 5% dijeron haber recibido algún tipo de ayuda.

Gran parte del futuro depende de lo que dure la pandemia. Abdul Kamara, director para Etiopía del Banco Africano de Desarrollo, dice que su institució­n supuso inicialmen­te que para junio el Covid-19 habría retrocedid­o, pero ahora “podrían perderse décadas de reducción de la pobreza en Etiopía”.

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Ap Amsale Hailemaria­m tenía puestas sus esperanzas en un futuro mejor para su hija

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