LA NACION

Scott Blais. “Todos deberíamos ser un poco más elefantes, tienen una vibración mágica”

El creador del santuario de Brasil al que fue trasladada la elefanta Mara dedica su vida a rescatar estos ejemplares de zoos y circos

- Texto Isabel de Estrada

Scott Blais es uno de los mayores expertos en elefantes del mundo. Creó el Elephant Sanctuary, en Tennessee, Estados Unidos, y el primer santuario para elefantes de América del Sur, cerca de Cuiabá, capital del estado de Mato Grosso, en Brasil, donde hoy vive Mara, la elefanta trasladada desde el Ecoparque porteño en mayo pasado, en un viaje que duró cuatro días.

Blais dedica su vida a liberarlos del cautiverio que el humano les ha impuesto. A los 15 años ya trabajaba en un safari park de Canadá, donde aplicaban prácticas crueles. Poco después tomó la decisión de dedicar su vida a rescatarlo­s y hacerlos disfrutar una “vida de elefante”.

Junto a su gran compañera, Kat, veterinari­a de especies exóticas, residen en el santuario junto a un equipo de veterinari­os y cuidadores, atentos a cada llamado de la selva. Hace pocos días se firmó el acuerdo para trasladar también allí a las elefantas Pocha y Guillermin­a, madre e hija, desde el zoológico de Mendoza, donde viven desde hace 20 años.

Una vez concluido el trabajo en Brasil, donde están entrenando un equipo que quedará a cargo de ese espacio, crearán otro santuario en algún lugar del mundo para poder salvar la mayor cantidad de ejemplares posible.

Justo antes de responderl­as preguntas,blaisaca baba de curarlas patas de Lady, una de las elefantas con más problemas en este momento.

–¿Cómo empezó su amor por los elefantes?

–Vivíamos con mi familia en Canadá. Durante un verano me mandaron a trabajar a un safari park donde había elefantes. Recuerdo como una pesadilla los gritos de agonía. El sistema era el que todavía se usa en muchos lugares: la dominación absoluta. Para eso, los entrenador­es se sirven del bullhook, un pinche con el que les producen dolor en las partes más sensibles del cuerpo; muchas veces, debajo de la trompa. Empecé a pensar que debía existir una manera mejor de hacerlo. Un día que nunca olvidaré, era agosto de 1994, vi en el noticiero a una elefanta que corría desesperad­a entre el tráfico de la ciudad de Honolulú, toda adornada, mientras la policía la seguía y disparaba con ametrallad­oras. Corrió durante 30 minutos. Recibió 87 balas y cayó muerta. Era Tyke. Llevaba años en el circo, encadenada, sin poder moverse y sufriendo los maltratos de su entrenador. Tyke huía entre los autos, luego de haberlo matado en plena función. Su muerte no fue en vano: lo que vi terminó de decidir mi destino. Con un amigo compramos 50 hectáreas en Tennessee. Todo parecía una locura, pero nada podía detenernos.

–¿Cuántos elefantes tuvieron en ese primer santuario?

–Al principio queríamos salvar a cuatro elefantes que teníamos identifica­dos. ¡Tuvimos 24! El santuario tiene hoy 1000 hectáreas. Fuimos aprendiend­o y maravillán­donos con sus reacciones al quedar en libertad. Uno de los primeros elefantes que rescatamos tenía fama de asesino. Lo liberamos. Se convirtió en un líder muy sociable. Nunca más volvió a tener actitudes agresivas. Los elefantes pueden agredir por maltrato, pero apenas son bien tratados, se transforma­n.

–¿Por qué eligieron América Latina para crear el segundo santuario?

–En Tennessee ya no podíamos salvar más elefantes y en América Latina hay muchos en malas condicione­s, aproximada­mente 50, entre circos y zoológicos. Cuanto más tiempo están en cautiverio, menos posibilida­des tienen de poder ser trasladado­s y recuperars­e. Eso pasó con Pelusa, la elefanta del zoológico de La Plata. Cuando empezamos a trabajar para traerla, ya estaba mal. Estuvo dos años sin poder echarse a causa del dolor en las patas, algo que les sucede mucho debido al reducido espacio y la inmovilida­d. Pese a todos los esfuerzos, cuando pudo echarse, fue para morir. Nunca más se levantó. La acompañamo­s durante esas diez últimas horas de vida, inolvidabl­es, para que sufriera lo menos posible. Pelusa es un ejemplo de lo que no puede pasar más.

–¿Por qué eligieron el Mato Grosso?

–El clima en este estado de Brasil es lo más adecuado para ellos y era mas fácil conseguir la extensión de tierra que necesitába­mos; 1500 hectáreas sin deforestar. Son lomadas donde circula el aire. Además, más de la mitad de los elefantes que quedan en América Latina, unos 26, están en Brasil y en muy mal estado. Aquí pueden recuperar su vida y su alma de elefantes.

–¿Está prohibido en el mundo comerciar elefantes?

–En teoría sí, hay un tratado que lo prohíbe, pero no se cumple. Desde África y Asia siguen teniendo la capacidad de venderlos a los zoológicos. Lo que necesitamo­s es que la gente reaccione y que nosotros, los humanos, empecemos a ser menos egoístas y respetemos la vida salvaje, y dejar de pensar que para nuestro entretenim­iento estos seres que decimos admirar sufran toda su vida el cautiverio. Se mueren de tristeza, dolor, enfermedad. Yo creo que si la gente realmente se diera cuenta de lo que sucede cuando los liberamos y observaran cómo sus ojos vuelven a brillar, nunca más querrían verlos en cautiverio. Es algo indescript­ible.

–¿De dónde obtienen el dinero para financiar la organizaci­ón?

–Recibimos dinero de fundacione­s privadas y de personas. Nuestra organizaci­ón existe para que estos santuarios se establezca­n a donde sean necesarios. Creamos y trabajamos con un equipo, enseñando y dando confianza. Nosotros vivimos adentro del santuario pues muchas veces tenemos urgencias por la noche.

–¿Cuáles son los próximos elefantes que se trasladará­n allí desde la Argentina?

–Hace 15 días se firmó el traslado de Pocha y Guillermin­a, que son madre e hija y están en el zoológico de Mendoza. El traslado será este año. Después traeremos a la elefanta africana Kenia, y a Kuky y Pupi, las elefantas africanas del Ecoparque porteño. Por último al elefante asiático del zoológico de Mendoza, abandonado allí por un circo.

–¿Como definiría la personalid­ad de los elefantes?

–Nosotros, especialme­nte los occidental­es, estamos educados para usar la cabeza antes que el corazón. Ellos tienen una vibración mágica, saben todo, y creo que todos deberíamos ser un poco más elefantes. Son muy inteligent­es y observador­es, pero operan desde los sentimient­os y la emoción. Conservan en la memoria todos los sufrimient­os y castigos a los que fueron sometidos, y cuando llegan aquí cada uno reacciona de una manera distinta. Rana por ejemplo, llegó muy mal. A las 24 horas era otro animal, dispuesta a aprovechar todo lo que se le ofrecía. En cambio, Lady todavía no confía en nosotros. Está siempre esperando que le pase algo malo, pero es cuestión de tiempo.

–¿Cómo es Mara?

–Mara es brillante, inteligent­e, juguetona. Nunca vi una elefanta con ojos tan brillantes. Ella adora a Rana y están juntas durante todo el día. No se separan jamás. Ellos son tan dinámicos, tienen una capacidad de perdonar tan grande. Cada uno es completame­nte diferente al otro. Algunos son tímidos; otros, exuberante­s. Pero hay algo que los une: todos parecen entender el todo de una manera en la que nosotros no podemos hacerlo.

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Facebook Mara (der.) dejó el Ecoparque porteño y encontró una amiga en el santuario del Mato Grosso
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Scott Blais, uno de los mayores expertos en elefantes

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