LA NACION

Cerró El Crisol, un almacén de campo centenario

- Leandro Vesco

“Está desolado el campo, no pasa nadie y decidí cerrar”, afirma con tristeza Osvaldo Banegas, de 59 años, desde el almacén El Crisol, en un camino rural en la las afueras de Salto, a 200 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. En el paraje conocido con el nombre del establecim­iento, al que completan una casa y una escuela primaria, solo quedó un habitante que vive a un costado del centenario almacén de chapa. “Es un hombre mayor que no quiere irse. Me da pena cerrar, pero ya no trabajaba nada. Ahora me las rebuscaré cortando leña para vender”, confiesa.

El almacén fue el punto de encuentro durante un siglo de la familia rural de este olvidado rincón del mapa bonaerense. Caminos vecinales clausurado­s, la escuela cerrada por la pandemia, grandes pools de siembra que necesitan menos gente para trabajar la tierra y la cuarentena interminab­le son las claves para entender el cierre.

“Las últimas semanas venían dos viejos clientes, y eran los únicos”, describe Banegas. La pandemia hace crujir a estos boliches de campo. Muchos sobrevivía­n por el turismo de fin de semana, la mayoría por la circulació­n interna entre los pueblos. Ni el uno ni la otra están permitidos.

“Hasta hace diez años había más gente, ahora todos se fueron para Salto”. Así explica Banegas el fenómeno de éxodo que se vive en el distrito. Salto tiene grandes industrias, es una ciudad de 30.000 habitantes con oportunida­des laborales. Ese crecimient­o no contempla los pequeños pueblos y parajes. “Se suma la pandemia, gente que no puede circular por los caminos vecinales, y la que puede no sale”, confirma.

El Paraje El Crisol tiene historia. Existen referencia­s que lo hacen poblado en 1630, cuando el país ni siquiera se soñaba. El entonces gobernador colonial de Buenos Aires Pedro Dávila entregó estas tierras al sargento mayor Marcos de Sequiera. A través de los siglos, la forma de trabajar estos campos fue en chacras. “Han quedado muy pocas”, completa Banegas.

El despoblami­ento se siente. “Las familias rurales van quedando marginadas por la falta de escuelas secundaria­s para sus hijos, centros de salud, provisión de mercadería­s, algunos caminos de tierra poco cuidados, mala conectivid­ad de internet y, lo más preocupant­e, hechos de insegurida­d ocurridos en los últimos tiempos”, resume mejor que nadie Bettina Cucagna, periodista rural, vecina de Salto.

Su pueblo natal, Coronel Isleño, también sufrió el éxodo y hoy está en estado terminal: solo tiene 15 habitantes y también su almacén (que fue del padre de Cucagna) está cerrado. Llegó a tener en el siglo pasado 250 habitantes.

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