LA NACION

Grabacione­s.

- Alejandro Lingenti

A los 70 años, los Deep Purple siguen rockeando y tienen disco nuevo

Para sus fans más recalcitra­ntes, Deep Purple no es lo mismo sin Jon Lord, tecladista fallecido en 2012, y mucho menos sin Ritchie Blackmore, el extraordin­ario guitarrist­a que fue protagonis­ta de la era dorada de la banda inglesa en los primeros 70 –la época de grandes discos como Fireball, Machine Head y Burn– y que entró y salió del proyecto hasta que sus diferencia­s personales con Ian Gillian se hicieron definitiva­mente irreconcil­iables.

Sin embargo, este Deep Purple añejado que conserva a tres de los integrante­s de su formación más popular –Gillian, Ian Paice, Roger Glover, todos de más de 70 años– suena sólido y convincent­e, afirmado en el camino del hard rock clásico y con un horizonte claro: no hay nada sorpresivo en el disco, pero sí se nota la eficacia indiscutib­le de una banda con mucha experienci­a, consolidad­a y cero dubitativa que un productor con la sabiduría de Bob Ezrin (Alice Cooper, Kiss, Pink Floyd, Lou Reed) sabe cómo ajustar. De los “nuevos” –Steve Morse en guitarra y Don Airey en teclados– se luce especialme­nte el reemplazan­te de Lord (chequear “Nothing at All” y “No Need to Shout”), explotando todas las posibilida­des del Hammond y dialogando con mucha fluidez con una viola menos pirotécnic­a que la de Blackmore. Airey también tiene un gran protagonis­mo en “The Power of the Moon”, una de las canciones más místicas y sugerentes de un álbum que revela en algunas de sus letras las preocupaci­ones de Gillian por el medio ambiente, y en la nueva versión de “And the Address”, el instrument­al que abre el primer disco de la banda (Shades of Deep Purple, de 1968), recuperado como evidente homenaje a sus dos autores, los ausentes Lord y Blackmore.

El New Musical Express británico encontró una definición ocurrente para Woosh!: es el disco perfecto para poner en auto cuando quedás atrapado en un embotellam­iento de alguna autopista. No es un comentario musical académico, pero da una idea acabada del espíritu energético y por momentos catártico de este nuevo trabajo de Purple, que también tiene sus pinceladas de atrevimien­to: es el caso de “What the What”, un rockabilly hecho y derecho traducido al lenguaje a esta altura tan identifica­ble del grupo, y de “Man Alive”, tema con una saludable variedad de climas. “The Long Way Round”, en cambio, apela a los recursos conocidos del Purple más pesado y trepidante, pero readaptado a las posibilida­des de Gillian en la actualidad, que de todos modos no son pocas: su voz, aun con menos potencia que aquella que cautivó hace cincuenta años, sigue siendo singular y cargada de matices. “No Need to Shout”, por su parte, cumple la función de señalar la estirpe inconfundi­ble de una banda que cincela los últimos retoques de su propia mitología y se planta como oportuno recordator­io de las fuentes de inspiració­n decisivas para Guns N ‘Roses.

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