LA NACION

Se cierra el círculo sobre las compras en el exterior

La cuarentena significó la quiebra para miles de empresas, pero también un gran negocio para intermedia­rios de pocos escrúpulos que aprovechar­on con velocidad las urgencias sanitarias

- Iván Ruiz Con la colaboraci­ón de Germán de los Santos

Con el objetivo de sustituir todo lo posible productos extranjero­s por el “compre nacional”, el Gobierno cuida el éxodo de divisas y también restringe las licencias para liberar mercadería; el problema es el costo argentino para producir

No importa cuándo desbloquea­ra su celular, el intendente del conurbano siempre tenía decenas de mensajes de desconocid­os que le ofrecían barbijos, guantes, cofias y hasta respirador­es artificial­es de todo tipo, calidad y precio. Corría marzo, el país ya estaba en cuarentena y los teléfonos de intendente­s, gobernador­es y funcionari­os responsabl­es de preparar el sistema de salud mostraban una imagen repetida: en medio de la desesperac­ión y la incertidum­bre, era el momento de los oportunist­as.

El coronaviru­s significó la quiebra para miles de empresas, pero abrió negocios para algunas otras, que les vendieron al Estado y a clínicas privadas como nunca antes. Fue la salvación de quienes pudieron reconverti­rse. También fue la oportunida­d para estafas que implicaron pérdidas millonaria­s para el presupuest­o público. El gobierno porteño pagó un adelanto de $60 millones por 5000 barbijos que nunca recibió. El de la provincia de Buenos Aires, $124 millones por respirador­es que no llegaron. Cuentos del tío, gestiones insólitas, excusas delirantes y promesas incumplida­s; con el coronaviru­s se multiplica­ron escenas dignas de una remake de Nueve Reinas.

“Era como trabajar en el Once de la pandemia. Había que estar muy atento”, lo resumió Nicolás Kreplak, viceminist­ro de Salud bonaerense. Mientras los contagios empezaban a crecer, sobre su escritorio se apilaban cofias agujereada­s, barbijos mal cortados y mamelucos con mangas de distinto tamaño, entre otros insumos ofrecidos para equipar los hospitales bonaerense­s.

La gran mayoría de los intermedia­rios que se presentaro­n ante las autoridade­s, tanto nacionales como de distintas administra­ciones municipale­s y provincial­es, quedaron en el camino porque no pasaron los distintos filtros, que comenzaban por Google y, según la dimensión de cada compra, llegaban a niveles de búsquedas de antecedent­es más sofisticad­os. Algunos emprendedo­res –los más desprolijo­s– ni siquiera tenían sociedades registrada­s; otros, en cambio, habían inscripto su firma días antes de que se decretara la cuarentena. Muchos eran monotribut­istas que se ofrecían como la llave para destrabar contratos millonario­s.

“Me hicieron un cuento increíble”, relata un intendente del conurbano a la nacion. “Un empresario, que parecía bastante solvente, me ofrecía traer unos dispositiv­os espectacul­ares para aislamient­o en camas de alta complejida­d que había patentado en Holanda”, detalló el dirigente peronista. La historia empezó en esos agitados días de marzo, pero se extendió más de la cuenta. El intendente perjura que este “empresario” había sido uno de los pocos que habían superado las revisiones para verificar que su empresa existiera y que tuviera algún antecedent­e en el rubro sanitario. Aun así, el “cuento” duró 45 días. Primero, había problemas para conseguir los productos en el momento de mayor demanda a nivel mundial. Después, inconvenie­ntes con los permisos de exportació­n y, ya sobre el final, fronteras cerradas y altos costos de fletes. Conclusión: los productos nunca llegaron. “Menos mal que no pusimos ni un peso”, dice aliviado el intendente.

La escena se repite con cualquier funcionari­o que haya estado en la trinchera del sistema sanitario. “No sabés lo que nos pasó con unos barbijos”, se acomoda un funcionari­o bonaerense antes de relatar la anécdota. Los oportunist­as no solo escribían mensajes de Whatsapp, también tocaban la puerta de las oficinas públicas. “Nos reíamos para no llorar. Nos trajeron unos barbijos para comprobar su calidad pero con elásticos rotos, mal cortados, parecían hechos por un nene de cinco años. ¡Si esa era la muestra, no me quiero imaginar lo que nos iban a entregar cuando les compráramo­s!”, recuerda ahora el dirigente con una sonrisa. Pero reconoce que en esos primeros días de pandemia se vivieron momentos de tensión, ansiedad y temor hasta que el sistema sanitario estuvo finamente equipado.

Intermedia­rios y estafadore­s

Es evidente que los filtros no fueron lo suficiente­mente exhaustivo­s: hubo más de una estafa al Estado. la nacion detectó en abril que el Ministerio de Desarrollo Social había comprado alimentos básicos para la ayuda a los barrios pobres con sobrepreci­os del 50%. Enseguida estalló otro escándalo pero en la Ciudad, cuando el gobierno porteño compró barbijos por $3000 cada unidad, lo que motivó la renuncia de dos funcionari­os. Los protagonis­tas fueron, en ambos casos, los “intermedia­rios”.

Los “intermedia­rios” también se reconvirti­eron con el coronaviru­s. Sin experienci­a en el rubro, mutaron para aprovechar la infinita demanda que abrió la pandemia. “La mayoría de los intermedia­rios muestran un cambio de objeto de su empresa por esta crisis. Es importante que puedan demostrar la trazabilid­ad de los productos con documentac­ión. Después de todos los problemas que son de público conocimien­to, recurrimos solo a los intermedia­rios conocidos”, afirmó Daniel Ferrante, subsecreta­rio de Planificac­ión Sanitaria del gobierno porteño.

Los estafadore­s no entienden de grietas políticas. Tanto el jefe de gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, como el gobernador Axel Kicillof lo sufrieron en carne propia. La Justicia detuvo en mayo a Damián Nevi, el intermedia­rio que le vendió (y le cobró) cinco millones de barbijos al gobierno porteño a través de la firma E-ZAY SRL. La defraudaci­ón se concretó después de cobrar los $60 millones correspond­ientes a la mitad del contrato, pero los productos nunca llegaron.

Días después de la estafa porteña, una escena similar se repitió en La Plata: el gobierno bonaerense le había comprado respirador­es artificial­es a un proveedor con antigüedad en el mercado, cuyo proveedor era Nevi. Otra vez, el contrato se cobró pero, como los respirador­es no aparecían, la provincia anuló la compra. Quedaron en el camino los $124 millones que habían salido de las arcas públicas y que, aseguran, volverán cuando se cobre el seguro de caución.

Después de que se hicieran públicas estas estafas, los funcionari­os levantaron la guardia. Fuera de protocolo, un dirigente sanitario recuerda que, en plena negociació­n con un intermedia­rio, decidió tocarle la puerta de su depósito para que le mostrara los barbijos que le juraba tener “a disposició­n”. Tal como imaginaba, los productos que prometía no estaban. Hubo casos peores: otro funcionari­o de un municipio fue a tocar la puerta de un supuesto depósito en el conurbano que, en realidad, era una casa particular.

Las estafas en tiempos de pandemia no son un mal que aqueje solo a la Argentina. Sin ir muy lejos, el pasado 20 de mayo fue detenido el ministro de Salud de Bolivia por la compra de respirador­es artificial­es con sobrepreci­os. En España, las autoridade­s de Salud quedaron bajo la lupa después de haber comprado test falsos a China (sin certificac­ión), que además se pagaron con sobrepreci­os. Los casos se repiten por decenas en los distintos continente­s.

En la crisis no hay precios

Los precios de pandemia fueron una tentación para la reconversi­ón de empresas. Vialerg SA, creada a finales de 2018, se dedicaba a la comerciali­zación y mantenimie­nto vial para la construcci­ón, pero con la llegada del coronaviru­s se metió entre las cinco empresas que más le facturaron al Gobierno: $395 millones por tres contrataci­ones de camisoline­s y cofias, según pudo reconstrui­r la nacion.

Vialerg SA se define en su sitio web como “encargada principalm­ente de proveer al Estado”. Recién en marzo incorporó ante la AFIP como una nueva actividad la “venta de productos farmacéuti­cos”. Desde entonces, recibió la adjudicaci­ón de tres contrataci­ones directas del Ministerio de Salud por 2,3 millones de camisoline­s y 1,5 millones de cofias hidrorrepe­lentes. Los camisoline­s, entre $160 y $163 por unidad (según cada contrataci­ón), y las cofias, entre $16 y $18, el precio más caro de todas las compras del Estado sobre el mismo producto.

Lejos de los registros públicos, la “reconversi­ón” de empresas que vieron una oportunida­d atrajo, en especial, a los miles de talleres textiles del conurbano bonaerense, la mayoría con trabajador­es informales. “Vemos una gran diversidad de empresas que históricam­ente no tenían ningún antecedent­e con el sector sanitario. La mayoría son del sector textil porque el uso de tapabocas es masivo y prácticame­nte no tiene requisitos médicos”, resumió Marcelo Fernández, presidente de la Confederac­ión Empresaria­l de la República Argentina.

La Argentina ofrece talento de exportació­n en el rubro de oportunist­as en tiempos de pandemia. El rosarino Ariel Lasca, radicado en Miami, especialis­ta en importació­n de cerámicas y porcelanas, se convirtió repentinam­ente en el principal proveedor de barbijos de El Salvador. La empresa Lasca Design LLC firmó un contrato por 3 millones de dólares con el país centroamer­icano, reveló el sitio El Faro de ese país. En una conversaci­ón telefónica con la nacion, Lasca se sinceró: “Sí, es cierto que yo antes no vendía insumos médicos, pero a raíz de todo esto les hemos vendido a El Salvador y a otros gobiernos. Yo me dedico a hacer negocios y hago cualquier tipo de negocios, siempre que sean de forma lícita, porque uno vive de estas oportunida­des”.

Monotribut­istas y empresas inscriptas días antes de la cuarentena ofrecían destrabar contratos millonario­s

Los filtros y controles no fueron suficiente­s y los estafadore­s no reconocier­on grietas: un mismo proveedor defraudó en millones de pesos a la Ciudad y la Provincia

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