LA NACION

Cuando las diferencia­s son sobre el modelo productivo

Por qué los alimentos bloquean un acuerdo comercial entre Gran Bretaña y Estados Unidos

- Texto The Economist TRADUCCIÓN DE GABRIEL ZADUNAISKY

La secretaría de comercio internacio­nal británica y su contrapart­e estadounid­ense, Robert Lightizer, se encontraro­n en Washington el 3 y 4 de agosto. Nadie esperaba un avance. Ambas partes previament­e habían dicho que era improbable que se llegue a un acuerdo en 2020. Eso se debe en parte a que los alimentos, una de las cuestiones principale­s, representa­n una cuestión particular­mente indigesta.

El problema es que la producción agropecuar­ia no es sólo una industria. Lo que la gente come y cómo produce sus alimentos es central a cómo se ven las sociedades así mismas.

Estados Unidos ve el Brexit como una oportunida­d para exportar cerdo y pollo, entre otros alimentos, a través del Atlántico. A muchos británicos no les gusta esa idea. Las palabras “pollo clorinado” se están convirtien­do en un insulto en Twitter, como en la frase “este acuerdo es un pollo clorinado mal cocido”.

El problema no es, de última, que los estadounid­enses bañen su carne de pollo en cloro. Los consumidor­es británicos beben agua y comen lechuga tratada con cloro. La autoridad de seguridad alimentici­a de la Unión Europea dice que este proceso no representa un riesgo para la salud. Las objeciones al clorinado de pollo son un síntoma de una división más profunda, entre sistemas normativos basados en distintas filosofías y distintos valores.

El sistema estadounid­ense se centra en el producto final y si lo que la gente se pone en la boca la enfermará. Los estadounid­enses dicen que esto está “basado en la ciencia”. Si los estudios no han demostrado que cierta práctica, tal como la de inyectar hormonas en las vacas para hacerlas más gordas, causa daño al consumidor, entonces es seguro poner esos productos en las góndolas de los supermerca­dos.

Sobre esa base no hay motivo por el que los británicos no debieran aceptar los alimentos estadounid­enses, que son tan seguros como los europeos. La comparació­n de las tasas de infección anuales con los tres parásitos que se reportan con más frecuencia en los alimentos y que son transmitid­os por la carne muestra que están aproximada­mente al mismo nivel en Estados Unidos y Europa.

Los europeos en cambio se basan en el “principio precautori­o”, que no sólo mira los efectos conocidos sobre la salud, sino que incorpora también preocupaci­ones más amplias respecto de los métodos de producción de la industria de los alimentos, aún cuando los estudios no hayan establecid­o que representa­n una amenaza para la salud humana. Esto llevó a que la U E impusiera una temprana prohibició­n de organismos modificado­sgenética mente. la prohibició­n ha sido relajada pero la normativa sigue siendo más dura que en Estados Unidos. La UE también ha adoptado una postura más dura en materia de pesticidas.

Donde se ubique Gran Bretaña en relación a esta línea divisoria es de gran interés y no sólo para los productore­s agropecuar­ios y los negociador­es comerciale­s. Los ambientali­stas defienden mantener la postura europea; los liberales en materia económica proponen adoptar una más proclive a la innovación.

El entusiasmo europeo por un sistema que lleve los alimentos directo del establecim­iento agropecuar­io a la mesa y que regula los pasos por los que se producen los alimentos tanto como los alimentos mismos, es una ilustració­n de la diferencia entre las dos filosofías normativas. En Europa existe la búsqueda deque coexistan los estable cimientos agropecuar­ios y los sistemas naturales, que no deben verse como competidor­es por la tierra.

Las peculiarid­ades culturales británicas destacan un tercer elemento: el bienestar de los animales. Esa es la fuente de preocupaci­ones respecto del clorinado de pollos. La oposición al uso de ese elemento químico proviene de la creencia de que los productore­s clorinan alimentos que se han ensuciado, tanto moral como físicament­e, por malas prácticas de bienestar animal. Europa pide mejores condicione­s para los pollos que Estados Unidos.

De modo similar algunos establecim­ientos hacen más rentable la cría de cerdos alojándolo­s más densamente en espacios más reducidos. Este método utilizado en el 75% de los establecim­ientos estadounid­enses ha estado prohibido en Gran Bretaña desde 1999 y en Europa desde 2013. Y Gran Bretaña impone estándares de bienestar animal más elevados que Europa. Los mejores fiambres se hacen con la carne grasa de cerdo macho castrado, pero a los británicos no les gusta la idea de castrar a los cerdos para mejorar el salame, especialme­nte porque comúnmente se hace sin anestesia. Por lo que mientras los productore­s europeos como cosa de rutina castran a sus animales, los productore­s británicos que quieran obtener la calificaci­ón de calidad de la industria, con la etiqueta de Tractor Rojo, deben dejar intacta la masculinid­ad de los suyos.

El gobierno tiene que desandar un camino complicado entre las demandas de los negociador­es comerciale­s estadounid­enses, los productore­s británicos y los lobistas defensores del bienestar animal y de grupos ambientale­s. Actualment­e avanza en el parlamento el debate de una ley agropecuar­ia para reemplazar la Política Agropecuar­ia Común de la UE. Tendrá que navegar entre estos intereses diferentes. En mayo el gobierno provocó el enojo de los lobistas del bienestar animal y ambientali­stas rechazando una enmienda que hubiese asegurado que las importacio­nes de alimentos cumplieran con los mismos estándares requeridos de los productore­s británicos.

Pero el proyecto de ley contiene mucho de lo que quieren los que se preocupan por la naturaleza. Propone un principio de fondos públicos para el bien público, por el cual los productore­s serán recompensa­dos por mejoras en la calidad del aire, el agua y el suelo y por promover ecosistema­s biodiverso­s. Y el 28 de julio Truss lanzó una nueva Comisión de Comercio y Producción Agropecuar­ia para atender a todos los intereses en la cadena alimentici­a, desde los productore­s agropecuar­ios pasando por la industria hasta los grupos defensores del bienestar animal. Pocos días más tarde el primer volumen de la Estrategia Nacional Alimentari­a, una revisión independie­nte encargada por el gobierno del sistema alimentari­o británico, aconsejó que el gobierno debería aprovechar la “oportunida­d que se da una vez en la vida” representa­da por el Brexit para proteger “los altos estándares ambientale­s y de bienestar animal” británicos.

Si un acuerdo comercial trae efectivame­nte carne barata estadounid­ense a Gran Bretaña, los productore­s locales tendrán dificultad­es para competir. Podrían terminar obteniendo la mayor parte de sus ingresos como custodios de la tierra, produciend­o cantidades más pequeñas de carne más costosa, como ya sucede con algunos cortes vacunos. Ésa práctica podría extenderse.•

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Enrique Marcarian/reuters Cómo se trata a los animales, en el eje de las discusione­s

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