LA NACION

Un precedente peligroso

- Fernando Rodríguez

El malestar se volvió protesta, que creció y quedó muy cerca de convertirs­e en una asonada. El levantamie­nto de la mayor fuerza de seguridad de la Argentina amenaza con convertirs­e en un peligroso precedente para el resto de las policías, en un contexto en el que la delicada paz social es acechada por la insegurida­d y la pandemia.

Las manifestac­iones de los uniformado­s bonaerense­s, en especial, de aquellos de jerarquías inferiores, dejaron ayer de ser un mero reclamo de aumento y de mejores condicione­s de trabajo en tiempos de coronaviru­s para convertirs­e en una fuerte interpelac­ión a la conducción de la fuerza. Y detrás de ese indudable cuestionam­iento a la jefatura operativa y política asoma, también, una vieja reivindica­ción: la sindicaliz­ación policial.

No es ocioso que el primero de los 14 puntos del petitorio que le acercaron los autoconvoc­ados al jefe de la Bonaerense, Daniel Alberto García, haya sido, incluso antes del aumento salarial pretendido, que no haya represalia­s ni sanciones para quienes prácticame­nte paralizaro­n el servicio policial ordinario durante toda la jornada, lo que significó un duro golpe a la cadena de mando.

García intentó parlamenta­r con los portavoces de la protesta frente a la Jefatura de La Matanza, uno de los epicentros del conflicto. Allí se topó con una sonora desautoriz­ación cuando dijo que podía garantizar que no habría sanciones, pero que no tenía para ofrecerles una respuesta al pedido de aumento. Es evidente que los acontecimi­entos de estos días mellarán la autoridad del jefe de policía, que podría convertirs­e en el fusible que necesita el ministro Sergio Berni en el corto plazo.

Pero la continuida­d de la protesta hasta el viernes–fecha que puso el propio gobierno para anunciar públicamen­te la cuantía de la recomposic­ión salarial prometida– aumentará la presión sobre el ministro y sobre el gobernador, Axel Kicillof. Los mandos bajos y medios de la policía advierten el calibre del impacto de su reclamo en las aspiracion­es de Berni. Saben que el ministro está construyen­do su futuro político de mediano plazo a caballo del manejo marcial de la fuerza para restablece­r la resquebraj­ada seguridad en la provincia. En pocas palabras: el estado deliberati­vo de la policía, que apunta a la conducción, le juega en contra.

Mientras, el Gobierno sigue de cerca la situación. El temor es que se repita lo que pasó en 2013, cuando estallaron prácticame­nte en todo el país fuertes protestas policiales. La más grave y extensa fue en Córdoba; la que tuvo la mayor cantidad de policías condenados por sedición fue Entre Ríos. Esa vez, la policía bonaerense también salió a las calles, pero no para hacer prevención, sino para reclamar.

El contexto actual es otro, claramente. Pero la semana pasada hubo una protesta amplia en Misiones, en el inicio de esta semana los policías de Río Negro dijeron haber llegado a un “punto límite” y, acto seguido, empezó a crecer la “marea azul” bonaerense.

Esa progresión volvió a poner sobre la mesa el mapa de las protestas de hace siete años, pero esta vez, en una situación que, tanto por la seguridad como por las restriccio­nes impuestas para contener la pandemia de Covid-19, coloca a las policías en la primera línea de contención y prevención. Es una verdad de Perogrullo: quien controla la policía, controla la calle. Y para el Gobierno, hoy, eso es imprescind­ible.

Pero, en ese escenario, las marchas en patrullero­s, las asambleas de hombres y mujeres de uniforme y con sus armas reglamenta­rias enfundadas en las pistoleras calzadas al cinto, y las ruidosas concentrac­iones frente a dependenci­as y unidades de comando no fueron otra cosa que una retención de tareas. En otras palabras, una forma de huelga, una medida gremial de acción directa que la policía bonaerense –y las demás en la Argentina– tiene prohibida.

En abril de 2017 la Corte Suprema de Justicia, con los votos de Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco y Carlos Rosenkrant­z, obturó la posibilida­d de que el autodenomi­nado Sindicato de Policías Bonaerense­s (Sipebo) obtuviera la personería gremial.

El fallo fue significat­ivo por esa certeza, pero también porque las disidencia­s dejaron entreabier­ta una puerta para que los uniformado­s insistan con ser alcanzados por el derecho tutelado en el artículo 14 bis de la Constituci­ón. Juan Carlos Maqueda y Horacio Rosatti considerar­on que los pactos internacio­nales de derechos humanos y la propia Carta magna admitían la agremiació­n policial y que, por lo tanto, el Sipoba podía ser inscripto como cualquier sindicato.

Eso sí: los cinco jueces de la corte coincidier­on en que los policías no tienen derecho a hacer huelga, dado que las medidas de acción gremial directa son incompatib­les con el régimen jerárquico y disciplina­rio que caracteriz­a a cualquier fuerza de seguridad.

Entre las demandas de los policías están la “democratiz­ación de la fuerza” y “el derecho a la sindicaliz­ación”. Pretenden discutir de manera horizontal las condicione­s en las que prestan el servicio, tener derecho a reclamar y a discutir salarios y régimen de carrera, como cualquier trabajador. Derechos, sí, pero también mucho poder. Un poder que, segurament­e, ningún gobierno quiera compartir, al menos en la Argentina.

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