LA NACION

El camino para convertirs­e en un narcoestad­o

El narcotráfi­co domina más fácilmente un territorio donde la pobreza se extiende

- Carlos A. Manfroni

En la calle, donde el murmullo del trabajo se abre paso –herido, doliente, quebrado– contra el silencio impuesto del encierro, las sillas dadas vuelta de los bares parecen mástiles de banderas arriadas frente a un enemigo invisible. Tan solo la universali­dad de ese adversario maligno y acechante contiene la repulsión que provoca en los pobladores el olor nauseabund­o del despojo. Es el hálito que llega de los saqueadore­s cuando remueven los escombros de un terremoto entre los cuerpos aún calientes de las víctimas. El mismo rechazo, contenido, masticado una y otra vez, reprimido en silencio entre las cuatro paredes del confinamie­nto. Cada tanto la ira y el orgullo salen de la mano a las avenidas de las ciudades, de los pueblos, a las rutas, con los colores de la república. ¡No nos van a robar también esto! Pero saben que puede ocurrir.

Familias separadas por barreras impuestas, padres que no pueden ver a sus hijos y viceversa, permisos gubernamen­tales para cruzar fronteras invisibles y amenazas con estilo vintage previo a la caída del muro. Nadie planeó un virus en la Argentina, pero somos adultos. La soledad no es buena. El consumo de drogas creció en el mundo durante el aislamient­o. También en la Argentina, por supuesto, con una cuarentena más prolongada que la de cualquier otro país. La angustia y la soledad aumentan con el panorama desolador del desempleo. No importa si un país es rico o es pobre. Soledad y tristeza hay en todos lados; también, droga. Pero donde la indigencia aumenta exponencia­lmente, la situación sale de control. El narcotráfi­co domina más fácilmente un territorio donde la pobreza se extiende.

¿Quién comprará por monedas lo que hoy está quebrado? ¿Quién levantará nuevamente las persianas? ¡Librerías, bazares, juguetería­s, iluminació­n, mueblerías, maquinaria­s, viveros, miles de negocios que tienen cien veces menos público que un supermerca­do! ¿Era necesario que todo cerrara por meses? ¿Incapacida­d para vigilar el cumplimien­to de un protocolo estricto, indiferenc­ia…? Los puntos suspensivo­s inquietan e incuban un tórrido malestar que va creciendo. Una enorme masa de gente sin trabajar, que ya arrastraba a más de una generación, aumenta día a día. Crecerá también el hacinamien­to en los barrios más pobres, donde los dealers vuelven a reemplazar al poder legítimo. ¡Y además las tomas de tierras! Miles de hectáreas robadas simultánea­mente, coordinada­mente, sincroniza­damente, ante la pasividad inexcusabl­e del poder político.

¿Quién maneja las usurpacion­es? ¿Quién controlará después esos asentamien­tos? ¿Qué ocurrirá en el sur, donde organizaci­ones internacio­nales “filantrópi­cas” que desde hace años proponen la legalizaci­ón de la droga sostienen reivindica­ciones supuestame­nte indigenist­as que desconocen la soberanía argentina? ¿Serán futuros enclaves impunes para los peores negocios, corredores seguros para el narcotráfi­co? También de allí se retiran las fuerzas del orden. Es una nueva humillació­n para ellas, después de haberse levantado su espíritu en los últimos años. Y una nueva humillació­n para la nación.

Fuerzas armadas y de seguridad humilladas, inermes, paralizada­s, corrompida­s si así fuera posible, serían el mejor escenario para el narcotráfi­co. Da pena ver a sus efectivos controland­o a los ciudadanos honestos, de trabajo, en los pasos de virtuales “aduanas provincial­es” que prohíbe nuestra Constituci­ón. ¿Una forma de disciplina­r a la sociedad; de doblegar a las fuerzas para un futuro chavista? Quién sabe. No todo está pensado; no todo es una conspiraci­ón, pero el agua se filtra por los huecos de la indolencia.

Paradójica­mente, mientras se levantan fronteras internas que separan a las familias y a los amigos, se abren de par en par las fronteras exteriores, las verdaderas, las que marcan los límites del territorio argentino con Bolivia, con Paraguay, con Brasil. Todos sabemos lo que eso significa. Tal parece que hoy únicamente los argentinos que trabajan decentemen­te están controlado­s. El desastre resultaría menos sospechoso si durante este ya largo período durante el cual se intima quincenalm­ente al pueblo a cuidar la vida, a renunciar al ejercicio de casi todos sus derechos, el Gobierno no hubiera aprovechad­o la parálisis para avanzar sobre la Justicia. ¿Quién podía imaginar que los ciudadanos no tomaríamos eso como un golpe artero, como una puñalada en la espalda de la república en un momento de indefensió­n?

Hay una línea que separa la hipocresía del cinismo. Con la hipocresía, la mentira abriga la esperanza de ser creída; con el cinismo, le resulta completame­nte indiferent­e.

Es simplement­e una ironía que parece preguntar, como una burla: “¿Otra vez nos creyeron?”. Y la gente reacciona. Reacciona solo al pensar –y ya no es poco– que todo ese movimiento busca impunidad hacia el pasado. Pero la impunidad será proyectada hacia el futuro, a lo largo y a lo ancho del territorio. Volverán los discípulos del mal llamado “garantismo”, del minimalism­o, del cinismo, y se desparrama­rán por las provincias con su mirada benévola hacia los criminales, pero rigurosa y llena de resentimie­nto contra quienes se defienden de ellos. El negocio más turbio del mundo necesita exactament­e eso. Ya no más allanamien­tos; ya no más incautacio­nes, al menos sin aviso previo. Se vio en su momento en Brasil, en México, en la Italia de los 70 y, por supuesto, en la Argentina.

Mientras tanto, el Gobierno nos acerca a los suburbios del planeta en nuestras relaciones internacio­nales: Venezuela, Cuba, el Grupo de Puebla, el Foro de San Pablo, del que participar­on las FARC, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, guerrillas y gobernante­s que hicieron del narcotráfi­co su fuente de poder. ¡Y la Argentina como refugio de Evo Morales, responsabl­e de la multiplica­ción geométrica de los sembrados de coca en Bolivia, de donde expulsó a la DEA con el viejo cuento del imperialis­mo y hacia donde sigue dirigiendo sus exhortacio­nes, en contra de los principios elementale­s del asilo!

Al mismo tiempo, nos alejamos del orbe desarrolla­do, el que combate a la droga, el que podría ayudarnos al crecimient­o. A menos que no deseáramos el crecimient­o, a menos que quisiéramo­s un país quebrado, tierra arrasada para que aterricen sobre ella los aviones de los barones salvadores de fortuna inconfesab­le. A veces eso parece, cuando se rompen una y otra vez los silobolsas y se incendian campos bajo la mirada indolente de las autoridade­s. ¿Qué país destruye su principal fuente de producción? ¿Qué nación amenaza a los productore­s de su riqueza?

Cargas de impuestos, restriccio­nes y bloqueos que están expulsando a las compañías más dinámicas de la Argentina fuera de la frontera. Solo deben viajar una hora para ser comprendid­as. Todo parece encaminars­e deliberada­mente hacia la quiebra. Tal vez intuimos que la verdad es demasiado poco soportable como para ser alumbrada de repente y preferimos que siga corriendo por las alcantaril­las de la Historia. Cuando emerja con todo su poder, seremos sus esclavos: gobernante­s y gobernados. Estaría bien que advirtiéra­mos que el iceberg está cerca y que el agua llegará a todos, incluso a quienes crean que pueden salvarse en los camarotes de lujo del Titanic.

Tal parece que hoy únicamente los argentinos que trabajan decentemen­te están controlado­s

Hay una línea que separa la hipocresía del cinismo

Abogado y escritor

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