LA NACION

Un clic. Se quedó en la calle, se infectó y ahora es promotora de salud

Nadia Louro, de 31 años, perdió el empleo antes de la pandemia, durmió en una estación de trenes y se contagió el virus en un parador de la ciudad; en la actualidad, trabaja en el lugar donde estuvo aislada

- Alejandro Horvat

Para Nadia Louro, de 31 años, estos meses de pandemia fueron intensos. Vivía junto con su novio, José, en Palermo. Ambos se quedaron sin empleo y debieron dormir en la calle. Luego se mudaron a un parador del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, donde ella se contagió de coronaviru­s, y estuvo aislada durante 14 días en el centro de Costa Salguero para pacientes que están cursando la enfermedad. Por el vínculo que entabló con el personal que trabaja ahí, le ofrecieron transforma­rse en parte del equipo de promotoras de la salud. Ahora asiste a los pacientes que están aislados por tener Covid-19. Gracias a este nuevo trabajo, pudo dejar el parador y alquilar un departamen­to.

“Hasta febrero trabajé como cajera en una hamburgues­ería en Paternal, pero redujeron el personal y me quedé sin trabajo. Luego empezó la pandemia y todo fue para peor. Compartíam­os una casa junto con la familia de mi pareja, pero en abril nos tuvimos que ir por un problema entre ellos y quedamos en la calle. Estuvimos durmiendo en la estación Ministro Carranza, en Palermo, hasta que la policía nos llevó a un parador”, cuenta Louro.

Es madre de dos hijos, Elián y Joaquín, de 12 y 5 años, que viven con el padre. Por la pandemia, José, que es albañil, tampoco lograba conseguir un empleo. Durante tres días, con cartones y gomaespuma que encontraro­n en la calle, durmieron en la estación del tren Mitre.

Ahí se manejan códigos que no conocían y muchos de los lugares más protegidos ya estaban ocupados por otras personas en la misma situación. En medio de una de esas noches, tuvieron problemas con una chica “que estaba fuera de sí”. Los amenazó y se tuvieron que ir.

“Jamás había estado en la calle, toda esa situación era nueva y angustiant­e”, recuerda. Hasta que la policía los vio y llamó al gobierno de la ciudad para que los trasladara­n a un parador. Así fue como llegaron al que está ubicado en Parque Avellaneda. “Yo no tenía ni idea de que existían estos paradores, no sabía ni cómo eran, pero antes de estar en la calle, nos pareció la mejor opción”.

Una situación en común

Ambos pidieron que los llevaran a un lugar donde pudieran estar juntos. Al llegar, durante algunos días no hablaron con nadie. Pero, de a poco, empezaron a darse cuenta de que muchos estaban atravesand­o una situación similar. “Nos sorprendió. Varios estaban ahí porque vivían en pensiones u hoteles, tenían trabajos informales, se quedaron sin ingresos y los echaron a la calle. Incluso había varados de otras provincias que no tenían plata para pagar un hotel hasta que pudieran volver a su casa”.

Desde el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad indicaron que desde el 20 de marzo hasta la fecha ingresaron a los paradores 623 personas que nunca habían tenido contacto con esta red de asistencia. Aunque destacan que, dentro de esa cifra, hay personas que ya estaban en situación de calle, pero no estaban interesada­s en ir a un parador, y otras que se acercaron cuando comenzó el frío.

En el parador estuvieron casi tres meses. Conseguir trabajo se les hacía imposible, porque no les permitían salir a la calle, excepto para hacer compras. “Entonces no podíamos ir a entrevista­s laborales o a buscar trabajo por la ciudad”.

Hasta que un día una mujer del parador contrajo Covid-19. Por seguridad, hisoparon a todos los residentes del parador y seis dieron positivo, entre ellos, Louro. Si bien el primer test indicó que ella tenía la enfermedad, en un segundo hisopado que les practicaro­n a esas seis personas, cinco dieron negativo. “Si bien el segundo test indicó lo contrario, los médicos me dijeron que era posible que tenga una carga viral baja, y por las dudas me trasladaro­n al centro de aislamient­o de Costa Salguero”.

Ese lugar tiene capacidad para 798 personas y se compone de cinco sectores: tres para hombres y dos para mujeres.

Un momento crucial

Ahí sucedió algo que terminaría cambiando su suerte. Para protegerla de los casos con mayor carga viral que residían en los pabellones, la alojaron sola en el pabellón cuatro. Un galpón enorme con más de 200 camas, solo para ella. De noche, se apagaban todas las luces y Louro pasaba a estar a oscuras dentro de esa inmensidad, en el silencio más absoluto.

Ahí pasó dos semanas, aunque con un gran abanico de opciones para no aburrirse. “Adentro tenés el comedor, varios televisore­s, la biblioteca. Podés hacer muchas actividade­s. Se puede hacer gimnasia. Está el patio por si querés salir un poco a tomar aire y el cine con una pantalla gigante”, describe.

Según dicen las que ahora son sus compañeras de trabajo, Louro “inauguró” el pabellón cuatro. Con la compañía de Julieta, Melina, Cristina y Micaela, las promotoras de salud de su sector, cuenta que casi no sintió la soledad del aislamient­o. “Ellas fueron geniales. Como todavía no tenían otros pacientes, estaban todo el tiempo pendientes de mí. Me preguntaba­n si necesitaba algo, me contaban sobre todas las actividade­s que podía hacer”, relata.

Hasta que los 14 días pasaron y Louro regresó al parador. José la estaba esperando: “Me abrazó, no me soltaba”, recuerda.

Dos semanas después, recibió un mensaje del gobierno de la Ciudad. Le ofrecían trabajar como promotora de salud en Costa Salguero. Aunque al principio, no creía que la propuesta fuera cierta.

“Les pregunté a las promotoras de salud que me atendieron en Costa Salguero y me dijeron que sí, que la chica que me había escrito trabajaba con ellas. Mandé mi currículum y pensé que era para incluirme en una bolsa de trabajo o algo por el estilo. Pasaron unas dos semanas y no me habían vuelto a llamar, pensé que no entraba. Pero me volvieron a escribir para que fuese a hacer la capacitaci­ón en biosegurid­ad”, dice Louro.

Luego de cuatro meses de experienci­as tristes, pudo resolver su situación laboral y habitacion­al de una manera que nunca imaginó. Para ella, la pandemia será una mezcla de recuerdos que oscilarán entre las noches en la calle, y la alegría de haber conseguido un empleo que la hace feliz.

“Muchos, como yo, necesitan solo una oportunida­d. Por suerte la pude tener y hoy siento que estoy ayudando a otros”, concluye Nadia.

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Mauro alfieri Nadia Louro y una mezcla de recuerdos: de las noches en la calle a este presente laboral

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