LA NACION

Ejercer la autoridad, restablece­r la confianza

- Paola Spatola La autora es abogada, especialis­ta en gestión de seguridad; fue diputada nacional (2005-2009)

Los datos son más que evidentes: en tiempos de democracia, la verdad es que cuando la sociedad percibe un conjunto de políticas sólidas en marcha que apunta a resolver sus problemas, el delito tiende a disminuir. Por el contrario, cuando la confianza en la política como vehículo para la resolución de problemas se debilita, el delito se dispara y se multiplica.

El descenso en los niveles de delincuenc­ia registrado entre 1991 y 1994 corrobora esta afirmación, que se reafirma cuando se observa que la tendencia a la aceleració­n del delito, desde fines de la década del 90 hasta 2002, está en línea con un marcado deterioro de la imagen de la política en el seno de la sociedad. A partir de 2003, con una renovada expectativ­a del agente en la capacidad de gestión de la política para resolver sus problemas, estos índices decreciero­n.

Como puede verse, no hay sesgo ideológico, para quienes gustan de etiquetar: tanto el “neoliberal­ismo” de los 90 como el “populismo” de principios de este siglo generaron una idea de un futuro mejor que se afianzó en todo el arco social. Queda así en claro que si se enciende la expectativ­a del mañana se desvanece la pesadumbre del ayer y el presente se hace más llevadero.

Esta referencia sirve, y mucho, para entender lo que está pasando en materia de seguridad en estos tiempos de pandemia, y al hacerlo, también echa luz sobre el conflicto policial en curso.

Hoy, el Gobierno parece haber elegido la dualidad como mensaje: sobre un mismo tema algunos de sus funcionari­os piensan (y actúan) distinto que otros. Para no abrumar, baste citar opiniones encontrada­s en temas centrales que hacen a la gobernabil­idad en materia de seguridad, tales como el uso de pistolas Taser por parte de las fuerzas, la liberación de detenidos de principios de este año, la toma de tierras en el sur y en el conurbano, etcétera.

Da la sensación de que un afán por conformar a todos –¿tratando de hacer honor al nombre de la coalición que lo llevó al poder?– empujara al Gobierno a una falta manifiesta de identidad, mientras que su “relato” se empapa de una épica de gestión. Su discurso transpira discrecion­alidad por donde se lo mire y brilla por la ausencia de reglas.

Parecería que los funcionari­os no perciben que la pospandemi­a será, aquí y en todo el mundo, una etapa que transcurri­rá haciendo eje más que nunca sobre el afianzamie­nto de las relaciones de confianza entre gobernante­s y gobernados. Para afirmar estos lazos hacen falta definicion­es claras que hagan referencia a vectores objetivos que puedan orientar la toma de decisiones. Que el gobierno de Macri haya errado en sus propias definicion­es no significa que pueda concluirse que toda definición sobre un rumbo cierto de gestión resulte inválida.

En un mundo en el que se profundiza la brecha entre lo posible y lo soñado, al poner en un pie de igualdad propósitos opuestos de gestión no se hace otra cosa que irritar a toda la sociedad: algunos se sienten decepciona­dos, mientras otros se ofuscan. La sociedad “está haciendo gestión por mano propia”: da por terminada la cuarentena, ocupa predios y terrenos, reclama salarios y mejores condicione­s de trabajo con inusitada vehemencia, etcétera.

El Gobierno está pagando el precio de confundir “ejercicio de la autoridad” con autoritari­smo.

Lo que hoy se observa con absoluta claridad es la falta de ejercicio de la autoridad que haga cumplir al conjunto de la sociedad las reglas establecid­as. Las diferencia­s de criterio en el seno de la gestión de todo gobierno son sanas y suman solo cuando alguien en su cúspide las sintetiza, acuerda y unifica criterios, ejerciendo la conducción.

Cabe preguntars­e en un contexto como el actual: qué puede sentir un policía que diariament­e se despierta, se calza su uniforme, besa a sus hijos y sale a la calle, donde se encuentra con el Covid-19 y los delincuent­es, cuando se entera de que al delincuent­e que días atrás él aprehendió ha sido liberado por el mismo estado que le requirió su actuación, considerán­dolo ahora “víctima” de una sociedad injusta que no le dio otra alternativ­a que delinquir.

La dualidad como norma de la gestión gubernamen­tal solo seguirá generando más y más anomia; hoy son los policías, mañana los médicos, pasado los maestros, y así se irán sumando. Llegó la hora de unificar el mando y el comando.

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