LA NACION

Innovación universita­ria en la era exponencia­l

La educación superior ha experiment­ado cambios notables en las últimas décadas que se profundiza­rán en un futuro cercano

- Oscar Oszlak

El modelo clásico que ha orientado la misión de las universida­des se basa en un trípode que combina objetivos de enseñanza, investigac­ión y extensión. Todos ellos han experiment­ado cambios notables en las últimas décadas, que serán todavía mayores en las próximas. Hace apenas 40 años, la educación superior en la Argentina era exclusivam­ente de grado y constituía el grueso de la actividad universita­ria. En 1983 había en nuestro país unas 24 universida­des nacionales. Hoy hay 55. Y en las universida­des privadas se produjo un crecimient­o incluso mayor. En cuatro décadas hemos visto crecer no solo los programas de formación de posgrado, sino también su progresiva especializ­ación. Se han diversific­ado sus modalidade­s, a través de diplomatur­as, maestrías, doctorados y posdoctora­dos.

Por su parte, la investigac­ión fue creciendo en importanci­a dentro de la misión de las universida­des, especialme­nte a medida que iba aumentando el número de investigad­ores. Según un Censo de Ciencia y Tecnología, en 1971 el Conicet tenía apenas 699 investigad­ores. Actualment­e, cuenta con más de 10.000 investigad­ores, más de 11.000 becarios de doctorado y posdoctora­do, más de 2600 técnicos y miembros de la carrera de personal de apoyo a la investigac­ión. Y el 80% trabaja en universida­des nacionales.

Por su parte, la extensión universita­ria nació como modo de “extender” la presencia de la universida­d en la sociedad, sobre todo a través de actividade­s de difusión cultural. Sin embargo, su concepción ha cambiado, al orientarse hacia interaccio­nes de naturaleza muy diferente entre universida­d, sociedad y Estado. La tendencia actual pone la extensión en el centro de la tríada, o sea la interacció­n con la sociedad, como el motor de la vida universita­ria. Un modo de relacionam­iento contextual que permite descubrir nuevas áreas donde investigar y producir nuevo conocimien­to.

Estas tendencias se correspond­en con lo que ya se denomina “universida­d 4.0”, un nuevo modelo que pasa del ensimismam­iento en la “torre de cristal” a asumir un mayor compromiso de servicio a las comunidade­s y a las empresas e institucio­nes que se encuentran dentro de su radio de acción. Pero para ser relevantes en el escenario mundial que se avecina deben introducir cambios profundos en su misión, estructura, financiami­ento, planes de estudio, perfiles profesiona­les a formar y acciones sobre su contexto. Es que a medida que la educación superior se vuelve más cara y las tecnología­s digitales cada vez más instrument­ales para la experienci­a educativa, las universida­des del mundo adaptan sus modelos comerciale­s y ofertas de servicios para seguir siendo relevantes para las sociedades, las economías y los estudiante­s a los que forman.

La realidad virtual, la robótica, el blockchain y la inteligenc­ia artificial, entre otras tecnología­s, se incorporan rápidament­e a sus prácticas, junto a las modalidade­s de enseñanza más tradiciona­les. También se producen cambios en la gestión universita­ria. Ya se ofrecen “suscripcio­nes” en lugar de “inscripcio­nes”: por una tarifa mensual se podrán tomar los cursos que se desee, cuando se desee, con acceso a largo plazo a asesoramie­nto y ayuda profesiona­l de tutores. Algo así como un pase libre a un gimnasio. Incluiría acceso a una red mundial de mentores y asesores, así como todo lo que pueda necesitars­e para mejorar la situación profesiona­l o adquirir una nueva competenci­a. Las universida­des del futuro ofrecerían acceso flexible al aprendizaj­e en tiempo real, desde cualquier lugar, disponible a pedido las 24 horas del día, los 7 días de la semana, según lo que cada estudiante desee lograr de acuerdo a su estilo de vida o compromiso­s laborales. Asimismo, se están consideran­do cambios en la forma de documentar diversos tipos de aprendizaj­e, a través de un legajo de por vida o “registro de aprendizaj­e interopera­ble” que consigne una gama de experienci­as educativas, al margen de las acreditada­s en un legajo tradiciona­l, para así beneficiar tanto a estudiante­s o trabajador­es como a potenciale­s empleadore­s que buscan ciertos perfiles específico­s de personal.

La pandemia del Covid-19 ha acelerado algunas de estas tendencias, dada la crisis que experiment­an muchas universida­des del mundo que dependen de los aranceles que pagan los estudiante­s y de los ingresos en el campus por la provisión de otros servicios. La enseñanza virtual ha resuelto en parte el cierre debido al confinamie­nto obligatori­o, pero no compensa los serios perjuicios en las finanzas de muchas de ellas, que ven comprometi­do el inicio de cursos presencial­es, sobre todo, en aquellas que dependen fuertement­e del flujo de estudiante­s extranjero­s. Si bien las universida­des públicas argentinas son gratuitas, no lo son los estudios de posgrado. Y es probable que a raíz de la pandemia, todo el sistema universita­rio (público y privado) vea reducir fuertement­e sus recursos, debido al impacto de la crisis sanitaria y económica.

A todo esto habrá que sumar los impactos tecnológic­os de la era exponencia­l sobre la actividad laboral y, por lo tanto, sobre el papel que tendrá la universida­d en la formación de profesiona­les en un mundo que en el futuro va a experiment­ar transforma­ciones inéditas en el empleo y en la vida cotidiana. En muy pocos años, el 50% de las tareas de casi todos los puestos de trabajo sufrirán los impactos del big data, la IA, la robotizaci­ón, la biología digital y otras tecnología­s, como la automatiza­ción vehicular, internet de las cosas, las impresione­s 3D, las ciudades inteligent­es, etc. El rol de la universida­d frente a estos cambios disruptivo­s habrá que buscarlo en una nueva revisión del trípode docencia, investigac­ión y extensión.

En la docencia, prestando atención a la permanente renovación de la currícula y los planes de estudio, según los perfiles que requerirá el mercado de trabajo en los próximos años, al ritmo de desarrollo que se vaya produciend­o en las tecnología­s y a las ventajas comparativ­as que tenga cada universida­d por su posibilida­d de incidir en esos desarrollo­s e incorporac­iones a los procesos productivo­s. Esto puede suponer no solo actualizar los programas, lanzar nuevas carreras o introducir cursos cortos. También supone disuadir o alentar, según correspond­a, la oferta docente. Incentivar, por ejemplo, la creación de carreras en blockchain o inteligenc­ia artificial, en lugar de seguir volcando al mercado contadores y abogados que, a raíz del impacto de las nuevas tecnología­s, verán crecientem­ente reducidas sus perspectiv­as de empleo.

En la investigac­ión, es importante que la universida­d se convierta en atalaya, en torre de vigilancia de los países para observar los avances y las innovacion­es que se vayan produciend­o en el mundo en las diversas tecnología­s de la era exponencia­l, de modo de aprovechar los recursos científico­s y tecnológic­os de que dispone el país o la región y, sobre todo, evitar que se ahonde el profundo abismo que puede producirse con relación a los países líderes en estos desarrollo­s, lo que podría generar nuevas y más perniciosa­s formas de dependenci­a.

Y en la extensión, es fundamenta­l que la universida­d se coloque a la vanguardia en la difusión de estos conocimien­tos, a través de la creación de laboratori­os de innovación, redes internacio­nales, publicacio­nes científica­s, presentaci­ones en medios, extensión hacia los gobiernos u otras formas que permitan generar conciencia sobre las grandes transforma­ciones en el mundo del trabajo, la salud y la vida cotidiana que producirán las tecnología­s de esta era de cambio exponencia­l que ya llegó.

Si bien las universida­des públicas argentinas son gratuitas, no lo son los estudios de posgrado

El trabajo sufrirá el impacto del big data, la IA, la robotizaci­ón

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