LA NACION

El lugar que merecen las víctimas

Reconocer y respetar los derechos de quienes resultan damnificad­os va más allá de la ley; se necesitan un cambio de cultura social y un compromiso profesiona­l

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Todo incremento del número de delitos tiene un correlato directo en el aumento de la cantidad de víctimas. Aunque la razón de ser de cualquier sistema judicial gira en torno a ellas, en la práctica, sus derechos muchas veces no solo son desconocid­os, sino –lo que es más grave aún– ignorados para quienes, por sus funciones, deberían asistirlos.

En la órbita del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos funciona desde 2017 el Centro de Asistencia a las Víctimas de Delitos (Cenavid, www.argentina.gob.ar/justicia/asistencia-victimas-delitos) con el fin de garantizar los derechos de las víctimas de delitos y de violacione­s de los derechos humanos. Cuentan con la línea telefónica 149, de atención durante las 24 horas. Una breve enumeració­n de estos derechos incluye, entre otros, el patrocinio jurídico gratuito, que les tomen las denuncias, que respeten su intimidad y que reciban un trato digno, además de protección para familiares y testigos, y asistencia para su recuperaci­ón psíquica, física y social.

Aprobada también en 2017, la ley de derechos y garantías de las personas víctimas de delitos enfrenta el discrimina­torio efecto zaffaronia­no, que acota el foco a la persona del delincuent­e y que, por razones marcadamen­te ideológica­s, aleja a las víctimas de la mirada de jueces, fiscales y abogados. Basta pensar en que, antes de la ley, las víctimas ni siquiera tenían derecho a ser informadas sobre el desarrollo de los procesos, menos aún a ser notificada­s sobre excarcelac­iones o beneficios para sus victimario­s, quienes, en reiteradas ocasiones, al ser liberados, comenzaban a amenazarla­s, al responsabi­lizarlas por su detención. Rechazadas desde las mismas mesas de entrada, la ley les negaba expresamen­te la posibilida­d de saber qué destino había tenido su denuncia. Afortunada­mente, hoy la ley es de aplicación obligatori­a, pero si quienes deben instrument­arla no la conocen o si los operadores del sistema de Justicia no están imbuidos de su espíritu, de nada sirve. Hay que desandar muchos años de camino y educar en consecuenc­ia, además de remontar visiones equivocada­s sobre el papel que les cabe a las víctimas.

El Observator­io de Víctimas, que funciona en la órbita del Congreso, advierte que ese vocablo no existe en la formación universita­ria. La institució­n brinda capacitaci­ones en todo el país para distintos niveles de la actividad judicial y otorga un lugar relevante al testimonio de las víctimas.

Celebramos que, por primera vez, la materia Derechos de las Víctimas ocupe un lugar en la currícula de la Facultad de Derecho de la Universida­d de Buenos Aires. Se trata de un curso breve, optativo, de dos meses, para alumnos de la especializ­ación en Derecho Penal, una de cuyas calurosas impulsoras fue la jueza Sandra Arroyo Salgado. Las numerosas asociacion­es de víctimas con denodada actuación en el país luchan por hacer oír su voz y reconocen el valor de llegar a ámbitos tan propicios como los claustros en los que precisamen­te se forman los profesiona­les del derecho. Este tipo de iniciativa­s pueden constituir un comienzo auspicioso para cambiar una mentalidad muy arraigada, que solo tiene en cuenta la situación del imputado.

Las víctimas son actores involuntar­ios dentro de una trama de delito y justicia en la que no eligieron estar y pretenden recibir un trato digno y considerac­ión acorde. No reclaman venganza ni pena de muerte, solo piden poder participar y ser escuchados en los procesos. Tenemos que llamar a las cosas por su nombre y no caer tampoco en la arbitraria construcci­ón de falsas víctimas como las que proponen tendencios­amente quienes apañan a delincuent­es o terrorista­s. Pensemos si no en el triste olvido en el que han caído las verdaderas víctimas de la violencia de los 70 en nuestro país, por las que el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv) trabaja incansable­mente.

Voces como las de Matías Bagnato, Carolina Píparo o Diana Cohen Agrest, entre tantísimas otras, exigen que el paso del tiempo no reste fuerza ni validez a sus justos reclamos. Demandan ser escuchadas antes de cada decisión dentro del proceso penal y cada vez que se decida sobre la libertad de un condenado o imputado. Empatizar con su dolor nos obliga a revisar años de errores y de silencios cómplices. Crear conciencia entre los funcionari­os y brindarles las herramient­as para que puedan atender debidament­e a las víctimas implica incluir la referida materia en su formación, como un punto de partida para promover un cambio de los arquetipos actuales. Lejos de ser optativa, la memoria de quienes perdieron la vida impone que sea obligatori­a para todos los programas.

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