Mucho más que un vínculo biológico
Durante la gestación, la madre y el bebé establecen una comunicación íntima. La madre siente a su bebé moverse, le habla, lo alimenta a través del cordón umbilical. El bebé aprende a reconocerla por el ritmo de sus latidos, su voz, su alimento. Entre ambos arman un vínculo único que continúa después del parto, cuando afirman el contacto y la comunicación que tenían durante el embarazo.
Ese contacto físico, las caricias, los cuidados diarios, pero fundamentalmente la lactancia materna son las formas en las que esta comunicación se afianza.
Que la leche materna es el mejor alimento para un bebé no está en discusión. Todos sabemos que es así. Pero el vínculo que establece la lactancia es tan importante que no se restringe únicamente a la satisfacción de las necesidades biológicas, sino que abarca también la satisfacción de importantes necesidades psicológicas. El bebé comienza a encontrar en su mamá la fuente de satisfacción de ambas necesidades, dado que ella es quien alimenta y quien da amor, es decir, quien asegura su supervivencia.
A través de su boca el bebé incorporará “alimento”, y también sus primeras experiencias de contacto y reconocimiento del mundo exterior, que lo ayudarán en el desarrollo de su psiquismo. Y este primer vínculo con su madre se convertirá en un modelo que se trasladará luego a las relaciones con las otras personas. Es muy importante en la construcción de ese vínculo que el momento de amamantar no sea un acto mecánico, sino que la madre logre conectarse con su bebé, lo acaricie, le hable suave y lo mire a los ojos, así como también es muy importante que pueda sostenerlo con seguridad, para lo cual es necesario que se encuentre una posición cómoda para ambos.
En la vida de toda persona hay etapas que se cumplen y terminan; la lactancia es una de ellas. El momento del destete constituye una de las primeras separaciones y pérdidas que tienen que experimentar los bebés, pero a su vez es lo que inaugura una progresiva adquisición de autonomía para su vida. Sin embargo, el momento en que se produzca ese destete variará en cada caso.
Las recomendaciones de la OPS/ OMS promueven que sea exclusiva hasta que los bebés tengan seis meses de edad y continuarla en forma conjunta con alimentos complementarios nutricionalmente adecuados y seguros hasta los dos años como mínimo. Sin embargo, y pese a los beneficios probados, es bastante frecuente que la lactancia materna no se extienda, en la práctica, más allá de los 6-12 meses.
Particularmente considero que el peso que tiene la cultura representa el mayor obstáculo para extender la lactancia más allá del año de vida. Esto está asociado al rechazo social e incluso profesional que persiste aún en la actualidad y que está motivado por prejuicios o desconocimiento de la evidencia científica actual, que aboga por una lactancia más extendida.
Es indudable que las presiones socioeconómicas instan a la pronta reincorporación de la mujer a su puesto de trabajo. Por ello siempre ronda el dilema de la decisión personal o cultural. Aquí, el núcleo familiar es el protagonista y único decisor. Es por eso que el momento adecuado e indiscutible, forma parte de una decisión que debe ser ubicada en el contexto que vive cada familia.
Doctora en Psicología. Coordinadora del Departamento de Alumnos en la Carrera de Psicología- Fundación Barceló