LA NACION

Comedia previsible que extravía el rumbo muy pronto

- CORAZÓN LOCO Paula Vázquez Prieto

★★ (argentina/2020). dirección: Marcos Carnevale. guion: Adrián Suar, Marcos Carnevale. fotografía: Félix Monti. música: Iván Wyszogrod. elenco: Adrián Suar, Soledad Villamil, Gabriela Toscano, Darío Barassi, Betiana Blum, Alan Sabbagh. duración: 108 minutos. disponible en: Netflix.

Pensada para su estreno en salas y finalmente convertida en parte de la oferta de streaming de Netflix, Corazón loco sigue al pie de la letra las coordenada­s de las ficciones creadas por Adrián Suar y Marcos Carnevale. Hay allí no solo la explotació­n de un tema ya conocido y masticado por el público como es la bigamia como artilugio del enredo cómico sino también la misma estructura narrativa de siempre, la que acumula gags de ingenio dispar en una suma infinita, apoya las ideas de puesta en escena en el vértigo del montaje y la construcci­ón de los personajes en el carisma de sus actores.

El punto de partida es la doble vida del traumatólo­go Fernando Ferro (Adrián Suar): dos mujeres (Gabriela Toscano y Soledad Villamil), dos ciudades, dos autos, dos celulares. A través de la voz en off, Fernando nos cuenta la ingeniería de su presente, justifica sus elecciones, se deshace en las bondades de su corazón que desborda de amor. Allí, en la presentaci­ón de los personajes y el establecim­iento de las situacione­s, la película es previsible pero efectiva. Toscano y Villamil le otorgan todo el peso que pueden a esos dos mundos –uno en Mar del Plata, otro en Buenos Aires– concebidos como las dos mitades de esa gran familia de la que Fernando se siente parte. Carnevale resuelve las escenas con la convicción de ir por rieles ya conocidos.

El dilema llega en la hora de la revelación. El mundo prolijamen­te dividido de Fernando se une y el derrumbe de su cómodo andamiaje se convierte en la fuente del humor. Sin embargo, en ese punto, la película revela sus peores decisiones, no solo en la pereza de un guion que manotea estrategia­s inverosími­les para concebir una venganza y en la evidente pobreza de la imaginació­n estética, sino en la definitiva resolución del conflicto que abre el engaño. Los personajes femeninos, que hasta entonces tenían algún viso de credibilid­ad, derivan en ridículos estereotip­os, convirtien­do cada uno de sus actos de despecho en la plataforma ideal para la perspectiv­a autoindulg­ente que Fernando nos regala en su elocuente justificac­ión.

No solo la película es incapaz de brindar complejida­d alguna al conflicto, de asentar la comedia en la humanidad y las contradicc­iones de sus personajes, sino que convierte toda la historia en un teatro de marionetas guiado por un guion caprichoso, que malinterpr­eta lo popular en lo berreta, y que desperdici­a algunos indicios sembrados en el comienzo sobre el rumbo que podía tomar la historia. Toda la capacidad corrosiva del género se diluye en la misma miopía de su personaje, aquella que afirma el machismo del que nunca se emancipa y reduce el humor a una serie de fórmulas vacuas.

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