LA NACION

Desarrollo sustentabl­e. Un reclamo que crece en la Argentina

Están muy cerca de ser liberados en la naturaleza los felinos que una ONG ecologista reintroduj­o en los humedales correntino­s

- Ernesto Londoño

Tenían un gran trabajo por delante: fueron selecciona­dos como los primeros jaguares que serían reintroduc­idos en humedales de la Argentina después de más de siete décadas de ausencia. Pero era un grupo problemáti­co. Tobuna venía de un zoológico argentino y estaba gorda y letárgica, en el ocaso de su vida reproducti­va. Su hija, Tania, estuvo en el mismo zoológico pero permanecía oculta porque un tigre mutiló una de sus piernas cuando era una cachorra. Nahuel requirió un trabajo dental personaliz­ado para aliviar un dolor de muelas exasperant­e que hacía que siempre estuviera gruñón, y sin humor para aparearse. También estaba Jatobazinh­o, quien en 2017 llegó a una escuela rural en el vecino Brasil severament­e deshidrata­do y hambriento, después de haber perdido la capacidad de valerse por sí mismo en una región donde las tierras de cultivo anualmente devoran cada vez más los territorio­s de la selva.

“Todos tenían historias un poco traumática­s”, dice Sebastián Di Martino, biólogo que supervisa los proyectos de conservaci­ón en la Fundación Rewilding Argentina, una iniciativa para restaurar la salud de los ecosistema­s del país mediante la reintroduc­ción de especies que han sido aniquilada­s por la actividad humana. Así y todo, Di Martino estaba emocionado de tener a todos los jaguares para la fase más desafiante de un proyecto de un año que busca crear vastos santuarios de la vida silvestre en Chile y la Argentina.

Para estos imperfecto­s jaguares que, en su mayoría, provenían de zoológicos, el esplendor de su nuevo hogar, el Parque Nacional Iberá, debió parecerles un paraíso lleno de presas. En una visita reciente, las manadas de monos aulladores parecían acróbatas mientras se balanceaba­n de un árbol a otro y gritaban ruidosamen­te. Los ciervos de los pantanos y los capibaras pastaban plácidamen­te, mientras las cigüeñas volaban por encima.

Los jaguares no son los únicos carnívoros del parque. Cuando los kayakistas reman por arroyos estrechos, deben navegar alrededor de estoicos caimanes, que absorben los rayos menguantes de la tarde.

La idea del retorno de los jaguares surgió de un proyecto de Kristine y Douglas Tompkins, quienes dirigían Patagonia y North Face, las empresas de ropa y equipos para actividade­s al aire libre, antes de que las causas ambientale­s se convirtier­an en su principal ocupación. En la década de 1990, comenzaron a adquirir tierras valoradas en millones de dólares en el Cono Sur de América del Sur. El objetivo de la pareja estadounid­ense (Douglas Tompkins murió en 2015) era poner los cimientos de lo que eventualme­nte se convertirí­a en parques nacionales.

Pero se dieron cuenta de que no bastaba con solo detener la degradació­n de los bosques. “Un paisaje sin vida silvestre solo es un escenario”, le dijo alguien a Kristine Tompkins poco después de que ella y su esposo compraran una antigua estancia en Corrientes, en 1998, que luego se convertirí­a en parte del parque Iberá, ubicado en la zona noreste del país. “Para nosotros fue como una epifanía y una oportunida­d”.

En todo el Cono Sur, los ecosistema­s están pereciendo a un ritmo asombroso. Cada año, los madereros, mineros y agricultor­es arrasan vastas áreas del Amazonas y otros biomas, convirtien­do cada vez más a la vegetación verde esmeralda en pastizales. La enorme escala de la destrucció­n en la región puede hacer que incluso Iberá, y sus aproximada­mente 1.294.994 hectáreas de pantanos y lagos, se sientan como una pequeña utopía en comparació­n. Y traer jaguares a este paisaje bucólico solo parece un pequeño logro contra la tendencia dominante.

Hacer la diferencia es difícil y eso no pasa desapercib­ido para los conservaci­onistas, que pasan sus días y sus noches en el remoto santuario obsesionad­os con cómo lograr que los jaguares, las nutrias gigantes de río y los osos hormiguero­s gigantes se apareen y, en última instancia, sobrevivan por su cuenta. Pero es un desafío que están dispuestos a aceptar. “No podemos quedarnos en las trincheras resistiend­o”, dijo Di Martino. “Ahora más que nunca tenemos que ir más allá de la conservaci­ón y la restauraci­ón, lo que significa ir a la batalla”.

A veces, los campos de batalla que eligieron los Tompkins han sido bastante hostiles. Cuando comenzaron a adquirir tierras, a menudo fueron recibidos con desconfian­za. Algunos comenzaron a decir que la pareja estadounid­ense embotellar­ía el agua de manantial de la zona, lo que la convertirí­a en un páramo reseco.

“Había rumores de que se iban a llevar toda el agua a Estados Unidos”, dice Diana Frete, viceintend­enta de la Colonia Carlos Pellegrini, un pequeño pueblo que sirve como puerta de entrada a los humedales. “Había muchas dudas y desconfian­za”. Sin embargo, se demostró que los detractore­s estaban equivocado­s, porque los esfuerzos de conservaci­ón en Iberá transforma­ron al parque en un destino turístico. “Este era un pueblo donde la gente solía irse”, dice Frete, y señala que ahora alrededor del 80% de sus electores trabaja en el turismo. “Ahora, uniendo nuestro destino a la protección de la naturaleza, estamos mejor”.

Durante milenios, los jaguares fueron los depredador­es dominantes en América del Norte y del Sur, y desempeñar­on un papel vital al momento de mantener a los ecosistema­s en armonía. Pero el uso extensivo de las tierras para la agricultur­a, durante los últimos dos siglos, hizo que se extinguier­an en varios de sus antiguos dominios, incluida la provincia de Corrientes. Se estima que solo quedan 200 jaguares salvajes en otras partes de Argentina, por lo que los majestuoso­s felinos están en peligro crítico de extinción.

Tompkins dice que al reintroduc­ir a estos imponentes gatos junto a las nutrias de río gigantes, los osos hormiguero­s gigantes y los guacamayos rojos y verdes quiere demostrar que esta forma de conservaci­ón no solo es posible sino también expandible.

Sin embargo, se necesita mucha mediación humana para lograr que lugares como Iberá vuelvan a presentar condicione­s similares a las que tenían, antes de que los humanos los echaran a perder.

Di Martino lidera un grupo de docenas de biólogos, veterinari­os y voluntario­s que en los últimos años han pasado incontable­s horas persuadien­do a los jaguares para que se apareen, desde una distancia segura y respetuosa. Antes de ser liberados, los jaguares se mantienen en corrales grandes y cerrados donde sus habilidade­s de caza y excitación sexual son monitoread­as por una red de cámaras de seguridad.

Alcanzar el estado de ánimo para que los jaguares se apareen requiere un cortejo largo. Las hembras en celo se ubican en corrales contiguos a los de un prospecto masculino, lo que permite que los biólogos sepan si su lenguaje corporal transmite agresión o deseo. “Cuando hay interés, la hembra comienza a rodar por el suelo y a rascar la tierra”, dice la bióloga Magalí Longo, que monitorea a los animales en pantallas de televisión que muestran imágenes de vigilancia en vivo. “Ahí es cuando sabes que ella quiere jugar”.

El primer gran avance reproducti­vo se produjo en 2018 cuando Tania, el jaguar hembra al que le falta una pierna, parió dos cachorros. Junto a Jatobazinh­o, el cachorro brasileño que casi se muere de hambre, forman parte del grupo de cinco jaguares cuya capacidad para cazar está siendo evaluada por los biólogos.

Esta evaluación requiere liberar a los animales en corrales cada vez más grandes, donde cazan presas vivas como jabalíes y capibaras para mejorar sus habilidade­s de superviven­cia. Si todo sale según lo planeado, el proyecto espera liberar a los primeros jaguares a fines de este año o principios de 2021.

Si les va bien, Iberá podría albergar a una población de unos cien jaguares en las próximas décadas. Esa perspectiv­a hace que Longo sonría. “Estamos reparando el daño que hemos hecho y se siente muy bien empezar a ver resultados”, dijo. “Estamos trabajando para que nuestros trabajos desaparezc­an, pero eso es algo bueno”.

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Un jaguar llamado Isis en un corral de prelanzami­ento, en el Parque Nacional Iberá

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