LA NACION

La casa de Pessoa

Una visita a la que fuera vivienda del poeta, remodelada y abierta al público

- Texto Felipe Sánchez / El País

“Ventanas de mi cuarto, / cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es / (y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)”, se pregunta en el más famoso de sus poemas, Tabaquería, el ingeniero naval Álvaro de Campos, heterónimo del genial poeta portugués Fernando Pessoa. ¿Qué saben sobre él, en efecto, las personas que desde fuera miran las ventanas del

1º derecha en el número 16 de la Rua Coelho da Rocha, el piso de Lisboa en el que vivió Pessoa sus últimos quince años? En ese edificio funciona desde 1993 un museo dedicado al escritor, que hace unas semanas ha reabierto tras un cierre de año y medio por remodelaci­ones y en el que ahora podrá verse cómo vivía y cómo era la biblioteca del discreto autor, artífice en sí mismo de toda una literatura pero de cuya vida se sabe relativame­nte poco.

La casa museo del poeta ha construido un plano a escala real del apartament­o al que llegó Pessoa con su madre y sus hermanos en 1920, y en el que vivió solo durante varios períodos hasta su fallecimie­nto en

1935, a los 47 años, por dolencias vinculadas a su afición al alcohol.

En un cuarto interior diminuto, en el que apenas cabe un catre y un baúl como el que contenía los 25.000 folios inéditos que dejó el autor, se acomodó Pessoa los primeros años. En una de las habitacion­es exteriores, a la que es probable que se cambiase en una de las etapas en que estuvo sin su familia, está ahora expuesta la cómoda alta de la que habla en una carta en la que cuenta cómo nació Alberto Caeiro, uno de sus tres principale­s heterónimo­s junto a Campos y Ricardo Reis (“no es un filósofo: es un sabio”, ha dicho del primero Octavio Paz, uno de los grandes entusiasta­s de la obra del portugués en el mundo hispánico; “poeta futurista”, “cosmopolit­a” y “dandi vagabundo”, define al segundo; “pagano y escéptico por convicción, latinista por educación”, esboza sobre Reis).

Al lado está el estudio, en el que el museo expone la hoja con la última frase que escribió el poeta: “I know not what tomorrow will bring” (“No sé lo que el mañana traerá”). Una planta más abajo, los visitantes podrán encontrars­e con la gran novedad de la casa: alrededor de 1200 libros en español, gallego, francés, griego, italiano, latín, portugués y, sobre todo, inglés, de los más de 1300 que componían la biblioteca personal del autor cuando murió.

Buceando un poco entre los lomos de los volúmenes se llega a los cinco de una antología de literatura clásica griega traducida al inglés, de uno de los cuales sale el epigrama de Páladas de Alejandría (“Hoy dejadme vivir bien; nadie sabe lo que podrá ser mañana”) que inspiró la mencionada última frase del poeta, según el catálogo A biblioteca particular de Fernando Pessoa. El escritor portugués la resalta en su edición de 1916, como se puede comprobar en la versión digitaliza­da de las obras disponible en la página web del museo, cuyo acceso ha facilitado la institució­n en una pantalla instalada en un costado de la sala. Aunque no está permitido hojear los libros, la experienci­a de husmear desvergone­dición zadamente por la biblioteca de uno de los mayores escritores del siglo XX es impagable.

Entre las cuatro filas de libros, dos ediciones rústicas aparecen destacadas: una antología de tapas cobrizas de Walt Whitman publicada en 1895 (dice Harold Bloom en El canon

occidental: “Pessoa no estaba loco ni era un simple ironista; es Walt Whitman redivivo, aunque un Whitman que da nombres distintos a mí mismo, mi yo real y mi alma, y escribe maravillos­os libros de poemas para los tres, así como un volumen distinto bajo el nombre de Walt Whitman”) y un ejemplar de 1910 de los

Rubaiyat de Omar Khayyam en la célebre traducción al inglés de Edward Fitzgerald, el volumen más anotado de la biblioteca pessoana.

El escritor conoció los cuartetos en un ensayo sobre poesía persa de Emerson (incluido en Works of

Ralph Waldo Emerson, un tomo encuaderna­do en tela roja ya desvaída y letras doradas de 1902, también expuesto en el museo), de acuerdo con un ensayo del experto Fabrizio Boscaglia. Pessoa tradujo cuarenta y dos poemas del libro para una antología que intentó publicar infructuos­amente y escribió 172 cuartetos bajo la influencia de Khayyam-fitzgerald (la mayoría incluidos en una bilingüe que publicó en 2015 la editorial Gallo de Oro). “Omar Khayyam fue, no el autor, sino la inspiració­n de Fitzgerald”, escribió el poeta portugués en su ejemplar de los Rubaiyat, donde también confesó: “Los traduje, como los había traducido Fitzgerald, con justa y proba improbidad”.

Pessoa tenía alrededor de una veintena de libros en castellano, la mayoría obras menores o de consulta, con ausencias muy llamativas como el Quijote y el Siglo de Oro español (si bien llegó a tener las Poesías satíricas de Quevedo y Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana, que recopiló Menéndez y Pelayo, de acuerdo con los investigad­ores Jerónimo Pizarro, António Cardiello y Patricio Ferrari). En cambio poseía las obras completas de Rosalía de Castro en gallego y una edición madrileña del cuento “Nochebuena”, de Gógol (según Pizarro, Pessoa también leyó Así habló Zarathustr­a, de Nietzsche, en español). Otra de las obras editadas en España, De la dictadura a la república. La vida política en Portugal, del valenciano Luis Morote, se encuentra destacada en la primera planta del museo, en la sección dedicada a los heterónimo­s. Forma parte del grupo de veinticinc­o libros que firma como propios Alexander Search, uno de los primeros desdoblami­entos de Pessoa. En la misma sala están a la vista el icónico retrato del poeta que pintó José de Almada Negreiros –un Pessoa anguloso y esbelto que mira hacia el vacío sentado a la mesa en el rincón oscuro de un café–, los esbozos de los tres heterónimo­s que el propio Negreiros talló en un mural junto a otras figuras literarias en el pórtico de la Facultad de Letras de la Universida­d de Lisboa, así como una máquina de escribir que usó Pessoa en una de las tantas oficinas en las que trabajó como traductor comercial freelance (ubicada, por cierto, a una calle de la Rua dos Douradores, centro vital del asistente contable Bernardo Soares, a quien Pessoa adjudica la segunda parte de su obra magna, el Libro del desasosieg­o).

Pessoa no solo trabajaba en el mismo vecindario que su semiheteró­nimo (lo llamó así en una carta), también tenía en su biblioteca uno de sus libros predilecto­s, las

Reflexões sobre a língua portuguesa, del padre Francisco José Freire. Dice Soares en el Libro del desasosieg­o que dormía con ese libro en la cabecera de su cama.

Asomados a la ventana del piso en el que vivió Pessoa, los visitantes del museo tienen todavía la oportunida­d de jugar con la idea de que están viendo algo parecido a lo que vio Soares una mañana lluviosa de 1929 en la que le costaba levantarse: “Desperté. El sonido de la lluvia sobresale más alto en el exterior indefinido. Me siento más feliz. Cumplí algo que ignoro. Me levanto, voy a la ventana, abro las puertas con una decisión de gran valentía. Luz en un día de lluvia clara que me ahoga los ojos en una luz pálida. Abro las propias ventanas de vidrio. El aire fresco me humedece la piel tibia. ¡Llueve, sí, pero aunque sea lo mismo es al final tanto menos! Quiero refrescarm­e, vivir, e inclino el cuello a la vida, lo extiendo por la ventana hacia afuera como hacia el yugo abstracto de Dios”.

 ?? José frade ?? Al observar el escritorio y los objetos que exhibe, quienes visitan la casa museo de Pessoa acceden a una faceta más íntima del poeta
José frade Al observar el escritorio y los objetos que exhibe, quienes visitan la casa museo de Pessoa acceden a una faceta más íntima del poeta

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