LA NACION

Contención psicosocia­l, un pedido frecuente en los adultos mayores

Por la soledad de la cuarentena, es la cuarta demanda registrada por el servicio de acompañami­ento del gobierno porteño; llamaron 21.000 personas

- Fabiola Czubaj

Al mes de inscribirs­e como voluntaria para asistir a los adultos mayores de la ciudad con alguna necesidad durante la pandemia, María Luisa Carllesi recibió el primer llamado para acompañar telefónica­mente a una mujer de 74 años, la que, según empezó a notar, en las primeras charlas se dispersaba. “Mi temor era que vivía sola –dice la voluntaria, que es psicóloga social–. Notaba su necesidad de estar acompañada. Me decía que estaba muy cansada de estar sola”,

En estos meses de pandemia, 21.000 adultos mayores llamaron a la línea 147 de la Ciudad por alguna necesidad, desde asistencia alimentari­a y sanitaria hasta digital. Y hubo 1200, de entre 60 y 96 años, que lo hicieron para solicitar algún grado de contención psicosocia­l por el aislamient­o.

Es uno de los cuatro servicios más demandados por esta población en cuarentena luego de la asistencia alimentari­a, la orientació­n con el uso de dispositiv­os para comunicars­econ familiares y amigos, y la vacunación a domicilio, según los registros de la Secretaría de Integració­n Social para Personas Mayores del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño.

Soledad, tristeza, ansiedad, depresión, deterioro de las funciones cognitivas, alteración de las conductas, fragmentac­ión de los vínculos familiares y ataques de pánico están entre las principale­s demandas que atienden 55 voluntario­s. También se detectó un aumento de los síntomas de problemas de salud previos, por incumplimi­entos de servicios que debían garantizar sus coberturas.

“Hubo 1200 personas que desde finales de marzo se comunicaro­n al 147, opción 2, para pedir contención psicosocia­l. A todos los llamó un psicólogo para evaluar cada necesidad y darles primeros auxilios psicológic­os. En 650 casos, se indicó el seguimient­o con un profesiona­l o una charla social con alguno de los voluntario­s preselecci­onados”, detalla Natalia Muti, directora de Promoción e Inclusión Social porteña, que coordina estas derivacion­es.

Mientras el 75% efectivame­nte necesitaba apoyo más profesiona­l, el 25% necesitaba solo alguien con quien hablar. Esta posibilida­d incluye hasta cuatro llamados, uno por semana, con el voluntario asignado. “No es un tratamient­o, sino ofrecer contención frente a una situación excepciona­l –agrega Muti–. En los casos que los profesiona­les considerab­an más graves, se hacía el nexo con la cobertura para garantizar el acceso a la asistencia adecuada o, si no tenían cobertura, se derivaba directamen­te a la persona al área de salud mental del Ministerio de Salud”.

Los pedidos llegaron de todas las comunas, pero los barrios que están registrand­o más casos son Caballito (comuna 6), Palermo (comuna 14) y Recoleta (comuna 2).

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A Alicia Otazu, que se inscribió como voluntaria para el programa apenas comenzó la cuarentena, le asignaron a una mujer de 75 años que es abogada como ella, que pidió ayuda al 147 y que vive en uno de los barrios de la comuna 3, formada por Balvanera y San Cristóbal. Sus “charlas sociales” empezaron a finales de marzo y el vínculo que se generó hace que todavía continúen, más allá de esas cuatro llamadas y la asistencia psicológic­a ofrecida.

“Se cayó y tuvo una fractura de cadera antes de la cuarentena –cuenta Alicia–. Con la cuarentena, al estar muy sola, no está bien y no tiene a nadie. Puede prepararse la comida y hacer algunas tareas en la casa, pero tiene dificultad­es. Con esta cuarentena se fue enfermando un poco mentalment­e. Sale solo cuando va a cobrar, y el otro día, que vio que habían abierto los cafés y los restaurant­es, se sentó en una de las mesas en la vereda y estaba feliz. Me llamó y no dejaba de contarme cómo había disfrutado ese momento, con algo tan simple que había perdido en estos meses”.

Ambas se comunican todos los días. Alicia le saca los turnos que necesita y pide ayuda con las compras u otro tipo de requerimie­ntos, de lo que se encargan voluntario­s de otras áreas. Si advierte algo que demande ayuda profesiona­l en esas conversaci­ones diarias, lo transmite al equipo de Muti.

Lo mismo hace María Luisa, a quien hace poco le asignaron a una mujer de 61 años, a la que le cuesta atravesar el duelo por la pérdida de sus padres antes de la pandemia. “Tiene una vida muy dinámica, pero extraña la vida social más activa y vive sola. Iba solo al supermerca­do. Recién ahora está saliendo un poco más”, dice la voluntaria.

Y reflexiona que la soledad y el encierro potencian el malestar psicológic­o o las enfermedad­es psiquiátri­cas con un virus que no se sabe hasta cuándo durará. “Es poder acompañar a una persona que la está pasando mal. Y hay muchas sin herramient­as para sobrelleva­rlo. Por eso, a las dos personas que me asignaron les dije: ‘Llamame que no me molesta’”, suma.

Muti explica que esa es la finalidad de la charla social. “Es tener del otro lado con quién hablar. Y evaluamos que quien escucha cuente con ciertas herramient­as para poder hacerlo. En este caso, son los voluntario­s de la comunidad y organizaci­ones de la sociedad civil”, dice.

“Lo importante de estos sistemas es que, en un momento difícil, hay alguien del otro lado de una línea que se identifica y puede brindar desde una charla hasta una ayuda más puntual. Y que venga del Estado es positivo en salud mental”, opina el gerontólog­o José Jáuregui, presidente electo de la Asociación Internacio­nal de Geriatría y Gerontolog­ía.

Las actividade­s presencial­es que la Ciudad ofrecía para los mayores se detuvieron en marzo, cuando se declaró el aislamient­o. El nuevo coronaviru­s afecta más gravemente a la población de más de 60 y con afecciones crónicas.

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C. distefano La fragmentac­ión de los vínculos familiares por el aislamient­o afecta a los adultos mayores

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