LA NACION

Dos tipos de cambio para dos dólares: ¿es el desdoblami­ento una opción?

- Eduardo Levy Yeyati

La discusión cambiaria en la Argentina suele confundir los roles del dólar. El dólar refiere, por un lado, al tipo de cambio, es decir, al precio relativo de las exportacio­nes en relación con las importacio­nes, a la competitiv­idad por precio y al balance comercial. Los términos sub y sobrevalua­ción se relacionan con este rol, cuando es en esto en lo que pensamos cuando decimos que el dólar (o el país) está caro o barato.

El dólar también es una unidad de ahorro, es decir, un activo financiero, cuyo valor refleja variables menos “fundamenta­les”, como el diferencia­l de tasa de interés entre el peso y el dólar, o el riesgo financiero y de convertibi­lidad (léanse defaults, cepos y controles) de los activos argentinos en relación con los extranjero­s.

En la Argentina, como casi siempre en las últimas décadas, el precio del dólar está determinad­o no por el equilibrio comercial (el primer rol), sino por el equilibrio financiero (el segundo rol). El peso se aprecia cuando ingresan capitales financiero­s convencido­s de que el país se encamina a normalizar su economía y se deprecia cuando estos capitales toman ganancias o pierden la fe. Esto refleja en parte señales reales y en parte creencias, amplificad­as por el comportami­ento de rebaño –el miedo a perderse el negocio en la suba, el pánico y el efecto Puerta 12 en la caída– típico de inversores atomizados.

También incide la naturaleza especulati­va de la inversión en una moneda, el peso, volatiliza­da por la dolarizaci­ón del ahorro local y abandonada por inversores de largo plazo. Si esto último suena circular es porque lo es: la dolarizaci­ón de nuestros ahorros y la capitulaci­ón de los inversores extranjero­s más estables (fondos mutuales e institucio­nales) hacen al peso más sensible al ciclo financiero, es decir, más volátil, espantando a ahorrisma tas locales y a inversores estables. ¿Está caro el peso? Mirando la evolución del tipo de cambio ajustado por inflación con relación a otros países, diríamos que, si bien podría estar más depreciado para compensar los impuestos a las exportacio­nes, el peso no está excesivame­nte sobrevalua­do.

Mirando la relación entre oferta y demanda en el mercado de divisas, diríamos que el peso está carísimo. Basta con imaginar qué pasaría si elimináram­os el cepo: sin intervenci­ón, el tipo de cambio subiría dramática e inmediatam­ente; con intervenci­ón, agotaríamo­s rápidament­e las reservas.

Casi nunca el equilibrio comercial es igual al financiero. Esta dicotomía, que no es inusual en otras economías en desarrollo, adquiere en la Argentina una gravedad adicional. A la mencionada iliquidez del mercado de pesos, que agrega volatilida­d del equilibrio financiero, hay que sumarle un tercer rol del dólar, el de unidad de cuenta: la indexación implícita de muchos precios al tipo de cambio eleva el impacto de una devaluació­n en la inflación.

¿Por qué la Argentina no flota y deja que el peso encuentre su equilibrio? Porque el equilibrio financiero es incierto y elástico. En las buenas, sin la intervenci­ón del Banco Central la apreciació­n no tendría límites y castigaría la producción local. En las malas, sin oferta de dólares la demanda podría hundir al peso en una espiral descendent­e.

Es común echarles en cara a los bancos centrales que compren “caros” los mismos dólares que a los pocos años venden a una paridad más alta para evitar una depreciaci­ón excesiva. Son pocos los países en desarrollo que no administra­n las variacione­s cambiarias, casi siempre para adecuar el equilibrio financiero al comercial. En la Argentina, la diferencia entre el financiero y el comercial es hoy inmanejabl­e. De ahí, la telaraña de controles y regulacion­es que intentan sin éxito cuadrar este círculo.

Suponiendo que las causas que dan origen a esta dicotomía extre(insostenib­ilidad e inconsiste­ncia fiscal, expectativ­as negativas, implosión del mercado en pesos) no cambian en los próximos meses, y dado que el dólar tiene dos roles y que cada rol tiene su equilibrio, lo natural sería que cada equilibrio tuviera su precio. De eso se trata, ni más ni menos, el desdoblami­ento entre un tipo de cambio comercial y otro financiero: de un dólar ahorro alto que reduzca la dolarizaci­ón de activos y estimule la entrada de capitales, sin contaminar al dólar comercial que determina la inflación.

Contraindi­caciones

¿Por qué no se hace? Las contraindi­caciones son varias, ninguna de ellas insalvable. Para empezar, el desdoblami­ento violaría el artículo 8° del FMI, que prohíbe al país tener tipos de cambios múltiples… salvo que el FMI lo apruebe, algo que no sería improbable si el arreglo fuera transitori­o. Alternativ­amente, se podría instrument­ar un “desdoblami­ento fiscal” con base en impuestos a la compra (como con el dólar “solidario”) y en un reembolso a las ventas no relacionad­as con operacione­s de comercio exterior.

Un segundo obstáculo son los activos financiero­s denominado­s en (o indexados al) dólar, emitidos con anteriorid­ad al desdoblami­ento: pasarlos al financiero desencaden­aría litigios y quiebras; dejarlos al comercial (como ahora) podría ser visto como un seguro de cambio. Los flamantes depósitos indexados al dólar oficial agregan una nueva dimensión a este problema.

Un tercer obstáculo, tal vez el más relevante, es el tsunami de pesos que, de abrirse ese canal, irían contra la oferta de dólares financiero­s. El Banco Central debería intervenir también en el mercado financiero, con la ventaja de que lo haría a un nivel bien por encima del oficial. Dicho esto, la reciente emisión pandémica posiblemen­te precise, al menos al comienzo, algún límite de compra, menos exiguo que 200 dólares al mes.

El cuarto obstáculo es político: algunos sectores pedirán liquidar exportacio­nes al tipo de cambio financiero para compensar el impacto de las retencione­s. Liquidar exportacio­nes al financiero tendría esencialme­nte el mismo efecto que una devaluació­n del oficial: mayor inflación, que es precisamen­te lo que se intenta evitar con el desdoblami­ento.

El último obstáculo, el más clásico, es tal vez el menos crítico. Los incentivos para que aparezcan derrames y arbitrajes: sobrefactu­ración y anticipaci­ón de importacio­nes, la subfactura­ción de exportacio­nes, ya existen hoy en presencia de un tipo de cambio paralelo, que es casi el doble que el oficial.

El desdoblami­ento no es un remedio, es apenas un bálsamo; en palabras del ministro de Economía, Martín Guzmán, sería una medida “para aguantar”. no hay en principio razones fundamenta­les para una brecha cambiaria de 80%… salvo que esperemos una devaluació­n o un salto de la inflación que nos lleve a una espiraliza­ción cambiaria. Un programa monetario creíble del Banco Central ayudaría a eliminar esta profecía autocumpli­da. Un presupuest­o de consolidac­ión fiscal, junto con un programa financiero basado en el desarrollo del mercado de pesos indexados para reducir la dependenci­a externa, daría credibilid­ad al programa monetario. Hoy ninguno de estos dos elementos está aún sobre la mesa, y las pocas señales que emite el Gobierno apuntan en la dirección opuesta.

A las contraindi­caciones del desdoblami­ento ya mencionada­s, se suman la capacidad de gestión y la transparen­cia imprescind­ibles para un régimen de este tipo. Por todo esto, se entiende la reticencia del equipo económico (y de muchos economista­s) a avanzar con esta “innovación” obsoleta. Pero la alternativ­a de esperar a que la paz cambiaria llegue sola, o de la mano de la confianza en un eventual programa financiero y fiscal, es optimista y, en ausencia de opciones, riesgosa. Como dice el viejo adagio, el buen político planifica para lo peor.

Decano de la Escuela de Gobierno de la UTDT; director académico CEPE

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