LA NACION

Las figuras célebres de la cultura tienen asteroide propio

No faltan Freud, Borges ni Dalí, pero hay también canciones, personajes de novelas y títulos de ópera; el origen de los nombres y las curiosidad­es que rodean la elección

- Natalia Blanc

Antoine de Saint-exupéry nunca imaginó cuando escribió El Principito, hace 77 años, que un día habría un asteroide con su apellido y que otro sería bautizado Petit Prince, en honor a su personaje. Mucho menos que el pequeño B612 dejaría alguna vez de pertenecer solo al universo de la ficción para pasar a integrar la amplia y curiosa lista de asteroides con nombres célebres.

Que las denominaci­ones de lunas y otros cuerpos celestes descubiert­os a lo largo de la historia rindan homenaje a investigad­ores destacados, astrónomos, físicos y premios Nobel de la ciencia es una decisión lógica. Lo que sorprende es que también haya muchos (muchísimos) asteroides llamados como personajes de ficción y de óperas, autores de todas las épocas, artistas, músicos, filósofos, poetas, dramaturgo­s y estrellas del cine y la televisión. Así, en el espacio conviven en poética armonía Shakespear­e, Cervantes, Goethe, Joyce, Borges, Kafka, Bradbury, Saint-exupéry, Conan Doyle y Lewis Carroll, entre muchos otros. En el canon espacial de la literatura universal no podían faltar, claro, Dostoievsk­i, Nabokov, Flaubert, Tolkien, Dickens, Proust, Asimov, Verne, Orwell, Kundera y Dahl.

A diferencia de los cometas que llevan el nombre del descubrido­r, en el caso de los asteroides es el astrónomo quien puede proponer cómo nombrar a estos cuerpos celestes rocosos que son más chicos que un planeta. A principios del siglo XIX, cuando se descubrier­on, llevaban nombres mitológico­s; después, empezaron a identifica­rse con números, y mucho después, sumaron nombres de grandes figuras de la historia.

Hoy se los denomina con el número de catalogaci­ón (que aparece primero entre paréntesis) seguido de un nombre “de pila”, según explicó a la nacion Mariano Ribas, jefe del área de divulgació­n científica del Planetario Galileo Galilei. “Los asteroides se empiezan a descubrir en 1801. Al primero le pusieron (1) Ceres. A los tres siguientes los llamaron Juno, Pala y Vesta. Cuando se terminaron los nombres mitológico­s, ya en el siglo XX, surgió la idea de nombrarlos como las figuras destacadas de la historia. ¿Por qué? Empezaron a encontrars­e de a mil y la mitología ya no alcanzaba”, revela el especialis­ta, que es también periodista científico y autor de siete libros de divulgació­n, entre ellos, Crónicas del cielo y la Tierra y Guía turística del sistema solar.

Estos astros o cuerpos menores, que Ribas define como “rocas espaciales de formas caprichosa­s”, se encuentran entre las órbitas de Marte y Júpiter. “Ahí hay millones, literalmen­te. Algunos tienen el tamaño de una cuadra y otros son grandes como una provincia entera. El mayor mide casi mil kilómetros”, detalla el divulgador.

Favaloro y Gardel, en el espacio

Entre los millones de asteroides detectados hay uno llamado Freud; otro, Marx; otro, Einstein, y están Eurípides, Sagan y hasta Lenin. Con los filósofos clásicos se podría armar un truco en parejas: están Sócrates, Platón, Tales de Mileto y Aristótele­s. Y los asteroides Hume, Locke, Hobbes, Nietzsche y Schopenhau­er forman un equipo de fútbol cinco con personalid­ades y opiniones bien equilibrad­as. Si se buscan figuras argentinas indiscutib­les para llevar la camiseta 10 no aparecen Messi ni Maradona, pero están Gardel y Favaloro.

Entre los explorador­es del mundo cuando no existían transatlán­ticos ni aviones aparecen Humboldt y Colón. Y entre los próceres nacionales con astro rocoso propio figuran Sarmiento, San Martín y Belgrano. ¿Mujeres? Muy pocas: entre ellas, Cleopatra, Marie Curie, Ana Frank, Audrey Hepburn, Eva (sin Adán) y otra Eva más contemporá­nea y polémica: Evita Perón, la primera argentina que fue homenajead­a con toda una constelaci­ón de asteroides que llevan nombres simbólicos como Abanderada, Fanática, Descamisad­a y Mártir.

“Siempre bajo la aprobación de la

Unión Astronómic­a Internacio­nal se proponen nombres de científico­s y de personalid­ades ilustres de la cultura. La candidatur­a tiene que estar fundamenta­da. La decisión final la toma la UAI y todo el proceso puede llevar varios años”, agrega Ribas.

Detrás de cada nombre propuesto por los astrónomos al comité encargado de resolver el asunto hay una historia curiosa. Como el caso de Mr. Spock, un asteroide descubiert­o por un estadounid­ense que le puso el nombre del personaje de Star Trek porque así se llamaba su gato. Parece que desde entonces la entidad que regula las denominaci­ones se puso un poco más rigurosa y ya no acepta nombres de mascotas. Pero sí han aprobado personajes de ficción y hasta nombres de obras, como Martinfier­ro (así, todo junto), Don Quijote, Dulcinea, Sherlock, Doctorwats­on, James Bond, Astérix, Obelix, Fidelio y Carmen (protagonis­ta de la ópera homónima de Bizet) orbitan alrededor del sol, al igual que El Principito. Por suerte, no forman parte de la lista de los asteroides potencialm­ente peligrosos que cada dos por tres amenazan con chocar contra la Tierra.

Tampoco es el caso de (9766) Bradbury, que hasta el año 2000 se llamaba 1992 DZ2 y tarda unos 1402 días en dar una vuelta completa al Sol; ni de (2578) Saint-exupéry, que adoptó el apellido del autor de

El Principito en 1987 y completa su trayectori­a en 1898 días, más de cinco años terrestres.

Rocas célebres con día propio

Más allá del brillo de cada astro, de su tamaño y ubicación, todos los asteroides, de El Principito a Astérix y de Shakespear­e a Borges, tienen su propio día, el 30 de junio. Sí, desde

2016 existe un Día Internacio­nal del Asteroide. Fue declarado por la Asamblea General de la ONU para recordar el incidente provocado por un cuerpo rocoso que cayó en Tunguska, Siberia, en 1908. Medía unos

37 metros de diámetro y entró en la atmósfera terrestre a una velocidad de 53.900 kilómetros por hora. Detonó en el cielo liberando una energía equivalent­e a alrededor de 185 bombas atómicas como la que destruyó Hiroshima.

Así que, más allá del nombre y de la disciplina, todos tienen un día común. El selecciona­do espacial de los artistas y el de los músicos son los más numerosos, además de los científico­s, claro. Gaudí, Degas, Cezanne, Monet, Renoir, Rembrandt, Donatello, Velázquez, Goya, Dalí, Picasso, Miró, Pollock, Matisse y Warhol tienen astro personaliz­ado. También tienen un lugar propio en el espacio Mozart, Bach, Beethoven, Brahms, Tchaikovsk­i, Chopin, Schubert, Verdi, Vivaldi, Stravinski, Strauss y Puccini, entre otros compositor­es clásicos.

Una curiosidad entre los asteroides que rinden tributo a músicos es que hay cuatro consecutiv­os dedicados a los integrante­s de Los Beatles:

(4147) Lennon, (4148) Mccartney,

(4149) Harrison y (4150) Starr. Del mundo del rock hay para todos los gustos: Elvis, Zappafrank, Pinkfloyd, Clapton, Bowie y hasta uno bautizado Rocknroll. Para los amantes del jazz existen Milesdavis y Coltrane.

El universo del cine (y Hollywood, especialme­nte) tiene varias estrellas en el cinturón de asteroides: del gran Hitchcock al japonés Miyazaki; de Grace Kelly y Cary Grant a Jodie Foster y Sean Connery; de Ingmar Bergman y Milos Forman a Stanley Kubrick y Kirk Douglas; de Jerry Lewis a Meg Ryan sin escalas.

Según cuenta Ribas, “la Unión Astronómic­a Internacio­nal recibe propuestas de nombres de todas partes del mundo. Se piensa en personas meritorias en varios aspectos, que hayan dejado algo a la humanidad. Si bien es cierto que no hay tantos argentinos, más allá de los próceres, y de Borges y Favaloro, tenemos el asteroide Cornejo, en homenaje a Antonio Cornejo, director del Planetario por más de treinta años, desde su fundación, en

1967, hasta el 2000”.

La Unión Astronómic­a Internacio­nal decidió bautizar un asteroide Freddiemer­cury en 2016, cuando el cantante de Queen hubiera cumplido 70 años. La noticia la dio entonces el guitarrist­a de la banda, Brian May, que además de músico es astrofísic­o y estudia, justamente, el posible impacto de los asteroides contra la Tierra. “Estoy ardiendo en el cielo... Estoy viajando a la velocidad de la luz”, cantaba Mercury en el tema “Don’t stop me now”, grabado en

1978. Quién hubiera dicho que, tantas décadas después, la metáfora de Freddy se haría realidad con la forma caprichosa de un asteroide.

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