Pence y Harris chocan en una campaña sin respiro
Después del criticado primer duelo entre Trump y Biden, los compañeros de fórmula se enfrentaron en un clima más respetuoso; roces por la gestión del coronavirus
SALT LAKE CITY, Utah.– Por una vez en la turbulenta campaña electoral de Estados Unidos, Donald Trump y Joe Biden cedieron anoche el protagonismo a sus compañeros de fórmula, el vicepresidente Mike Pence y la senadora Kamala Harris, enfrentados en un único debate de 90 minutos. Fue un debate mucho más civilizado que el de Trump y Biden la semana pasada, muy cuestionado en todos los frentes.
Eso no evitó que Harris saliera al ataque al acusar al gobierno de Trump del mayor fracaso de la historia por su manejo de la pandemia del coronavirus. “Esta administración perdió su derecho a la reelección por esto”, señaló.
Pence se apegó al relato trumpista y defendió la gestión del gobierno de la pandemia sin alterar el mensaje que salió hasta ahora de la Casa Blanca, al igual que la gestión de la economía y del medio ambiente.
La ventaja significativa de Biden sobre Trump en las encuestas nacionales hacía más que decisivo el cruce de ayer, un combate que podía potenciar la diferencia o reducir las distancias entre las fórmulas.
La enfermedad de Trump, de 74 años, sumada a las inquietudes sobre el estado físico y la edad de su rival, Biden, que es tres años mayor, aumentó además el interés por el encuentro entre sus números dos.
Durante meses, la campaña de Trump trató de generar dudas sobre el estado físico de Biden al presentar a Harris como su verdadero contraste, el centro de poder real, y más liberal, en una potencial Casa Blanca de Biden.
En ese contexto, los dos candidatos al menos coincidieron en algo: ambos eludieron la pregunta clave de la moderadora Susan Page, del USA Today, sobre si habían discutido un escenario de transferencia de poder con Trump y con Biden.
Pence optó por seguir hablando de la pandemia y la vacuna del coronavirus, una pregunta anterior. Y Harris, por su parte, repasó su CV para las cámaras, señalando que el día que Biden le pidió servir con él fue “memorable”.
Harris aprovechó para señalar que era la primera candidata negra a la vicepresidencia por uno de los grandes partidos, y el hecho de que sería la primera mujer en llegar al segundo cargo más importante del país. El Covid-19 fue precisamente una de las estrellas de la noche, por la situación general en Estados Unidos y por la situación particular de Trump, que tras ningunear el fenómeno durante todo el año terminó contrayendo la enfermedad cuatro semanas antes de las elecciones.
Tras esa experiencia, ambos contendientes debatieron protegidos por una mampara en el escenario del teatro de la Universidad de Utah, en Salt Lake City.
Exfiscal de 55 años y acostumbrada a formular acusaciones, la senadora Harris tuvo enfrente a un adversario a quien culpar por la gestión de la pandemia. Pence, de 61 años, encabeza desde febrero la célula de la Casa Blanca encargada de hacer frente a la crisis que hizo de Estados Unidos el país con mayor cantidad de muertos.
Pence debió responder, asimismo, por los repetidos intentos de Trump de minimizar la amenaza del coronavirus y desalentar las medidas de precaución básicas, como el uso de barbijo, un patrón que continuó incluso después de recibir el alta hospitalaria el lunes pasado.
“Ellos sabían lo que estaba pasando y no se lo dijeron a ustedes. Ellos tenían la información, la encubrieron”, dijo Harris sobre el manejo inicial de la pandemia, y destacó que esas semanas sin información fueron un valioso tiempo perdido para actuar contra la enfermedad con eficacia. Pence, por su parte, dirigió los cañones a China como culpable de la pandemia, y destacó la decisión de haber suspendido rápidamente los viajes a ese país.
Cristiano ferviente y de buenos modales, Pence, abogado de formación, mostró una actitud relativamente mesurada en comparación con la exuberante postura de Trump en el debate que sostuvo con Biden en la ciudad de Cleveland.
Y si bien el Covid-19 parecía robar el show del teatro Kingsbury Hall, también la economía estuvo en boca de los dos contendientes, y una vez más era Pence quien debía rendir cuentas por el notorio declive de una situación que tiempo atrás era el boleto ganador de Trump.
Pence sin duda tenía acá también más que defender. Habría sido di- ferente hace nueve meses, cuando podría haber hablado sobre la economía pujante y el crecimiento del mercado laboral. Ahora debió hablar sobre la pandemia, el fracaso del Congreso y la Casa Blanca en proponer un plan de estímulos y una economía que se descarriló.
La pandemia pulverizó el mercado laboral y desató el desempleo, quitándole a Trump uno de los mejores argumentos a favor de su gestión: una tasa de desempleo que llegó a tocar un mínimo de 3,5%, pero que ahora está en 7,9%.
Trump aprobó un recorte fiscal que benefició al 1% de la población, dijo Harris. “Biden va a revocar ese recorte, va a invertir en infraestructuras”, en puentes, carreteras y en energías limpias, señaló. Y destacó también la promesa de invertir mucho más en ciencia y tecnología.
Y cuando le preguntan, invariablemente desvía el tema hacia su relación personal con el líder norcoreano, Kim Jong-un.
El inclemente diluvio de ciberataques de Rusia, muchos apuntados contra el corazón del proceso político norteamericano, viene preocupando a los funcionarios militares que deben evitar que Vladimir Putin vuelva a interferir en una elección. Pero Trump dice no tener razones para no creerle al líder ruso cuando dice que el Kremlin no tuvo nada que ver.
Trump ha abrazado el “negacionismo” en casi todos los frentes, como si desear que los problemas desaparezcan pudiese sustituir la acción concreta y las políticas, dice Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, una usina de ideas con sede en Nueva York. “El negacionismo es un patrón”, dice Haass, que fue funcionario de varios gobiernos republicanos, tanto en el Consejo de Seguridad Nacional como en el Departamento de Estado. “Y es generalizado. El temor de los aliados de Estados Unidos es que este síntoma no se limite a Trump, sino que refleje el cambio del país, y un cambio para peor”.
“Pusieron su seguridad en nuestras manos, y ahora se preguntan si hicieron bien, justo cuando nuestros adversarios nos ven divididos y distraídos”, dice Haass.
Se trata de un patrón distintivo que arrancó con las primeras horas del gobierno de Trump, cuando el flamante presidente se enfureció por las fotos aéreas difundidas por el Servicio de Parques Nacionales donde se veía que la concurrencia a su ceremonia de asunción era modesta en comparación con la convocatoria que tuvo la jura de algunos de sus predecesores, entre ellos Barack Obama. Acto seguido llegó su cacería de tres millones de votos fraudulentos, todo para sostener la negación de haber perdido el voto popular, por más que haya ganado en el Colegio Electoral.
También hubo momentos risibles, como el marcador usado para alterar el mapa del Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos sobre el curso del huracán Dorian, el año pasado, solo para justificar la errónea declaración de Trump de que la tormenta se dirigía hacia Alabama.
El asunto dio pasto a los comediantes de la noche durante semanas. Después, en marzo de este año, cuando el coronavirus vaciaba las oficinas y empezaba a golpear a algunas ciudades, ese negacionismo dejó de ser grave para ser lisa y llanamente letal.
El propio Departamento de Salud y Servicios Humanos del gobierno de Trump, con ayuda de personal de la Casa Blanca, se había preparado para una pandemia de gripe que muchos expertos consideraban inevitable. De hecho, hasta habían realizado un ejercicio de un mes de duración, cuyo nombre en código era “Crimson Contagion”, que fijó los lineamientos de la respuesta necesaria del gobierno ante un virus –un poco distinto al coronavirus– originario de China y llegado a territorio norteamericano a través de vuelos directos y en portadores como turistas, estudiantes, ejecutivos y viajantes de negocios.
Pero ese ejercicio de escritorio pasó por alto un elemento clave: un presidente que dejaba en claro que no quería escuchar noticias que pusieran en riesgo el crecimiento económico, especialmente en año de elecciones.
“Nadie imaginó cifras como estas”, dijo Trump a mediados de marzo, cuando se empezó a derrumbar su historia inicial de que para esa fecha el virus estaría bajo control.
En realidad, sí habían imaginado cifras como esas, lo que pasa es que Trump no había querido verlas. Seguía minimizando las bajas, insistía en que las muertes se frenarían antes de llegar a 60.000 e instaló en la Casa Blanca una cultura que equipara el uso de barbijo con debilidad, y no con el equivalente pandémico de abrocharse el cinturón de seguridad.
Trump también se ha mostrado incapaz de reconocer el costo de esa negación de la realidad, o al menos no está dispuesto a hacerlo. Insiste en que la economía se recuperará “en forma de V”, por más que Jerome Powell, el presidente de la Reserva Federal que él mismo nombró, haya dicho esta semana que los norteamericanos debían prepararse para “un esfuerzo más largo de lo previsto hasta la recuperación plena”.