LA NACION

Es inútil indignarse ante la revelación de lo obvio

La quita de recursos a la CABA iluminó la ficción de que sea posible cualquier negociació­n sincera con adversario­s que hacen del odio, la venganza y el cinismo un método político

- Jorge Ossona Miembro del Club Político Argentino

El desenlace del reciente conflicto con la policía bonaerense es revelador de varias cuestiones de cultura política que es necesario dilucidar. El saqueo del 1% de los fondos coparticip­ables a la CABA no debería sorprender. El kirchneris­mo lo vociferó a lo largo de toda su campaña electoral y la vicepresid­enta lo planteó en La Matanza el mismo día de su asunción. Ahora se entiende mejor su lenguaje gestual en el traspaso del mando respecto de Macri: “Ahora tendrán que pagar”. ¿Quiénes y qué cosa? El exmandatar­io, claro; pero también todo el electorado de Juntos por el Cambio. Particular­mente, el de su detestada Capital Federal en favor del inviable GBA. En el primer caso, por las ofensas y humillacio­nes que le endilga a su antecesor por razones menos objetivas que ideológica­s; correlativ­as a su visión de la política. Una perspectiv­a que dilucida menos la de aquellos a quienes alude que la suya.

Para el kirchneris­mo, quien detenta el poder detenta “todo” el poder; la república es solo una ficción superflua, como lo evoca el trato que les propina a los senadores opositores: les corta el micrófono. El poder “real”, por lo demás, ni siquiera estriba en las institucio­nes prescripta­s por la Constituci­ón, sino en una paraconsti­tucionalid­ad fáctica como el actual “vicepresid­encialismo”. No es una novedad en la cultura política argentina más allá de que nunca se haya llegado a niveles de distorsión institucio­nal tan insólitos como los de la coyuntura actual.

Toda la democratiz­ación de masas entre 1916 y 1955 se fundó en esa premisa abrazada por los líderes de masas del período: Yrigoyen y Perón. También la de aquellos que luego de 1955 ejercitaro­n la proscripci­ón del peronismo o la gimnasia conspirati­va de voltear gobiernos constituci­onales como los de Frondizi, Illia e Isabel. El Perón retornado en 1973 insinuó un cambio que no alcanzó a desplegar, pero que expresó mediante gestos, como haber sentado a Balbín a su lado en la inauguraci­ón de las sesiones ordinarias del Congreso el 1º de mayo de 1974, o aquel dato poco difundido de haber descartado con el jefe opositor definitiva­mente el sistema corporativ­ista de gobierno pocos días antes de su fallecimie­nto.

Tras el despotismo militar exacerbado entre 1976 y 1983, Alfonsín pareció por fin hacer confluir a la democracia de masas con la división de poderes. Sin embargo, las tentacione­s ejecutivis­tas no tardaron en reaparecer aun durante su gobierno; y sobre todo, en los de su sucesor, Menem. Aunque fue el kirchneris­mo el que las restauró con plenitud desde 2003. La excepción del interregno presidido por Duhalde entre 2002 y 2003 fue solo un interesant­e paréntesis aunque antecedido por una crisis política y económica de proporcion­es desconocid­as y que nos depositó en el actual estado de cosas.

Llama, no obstante, la atención el despliegue de valores políticos que desde el retorno a la democracia parecían superados para siempre. La experienci­a de la pandemia del Covid-19, más allá de los halcones y las palomas a ambos lados de la denominada grieta, pareció sentar las bases de la imperdible oportunida­d de forjar grandes acuerdos cooperativ­os perdidos desde hace décadas. Más necesarios que nunca dado el empantanam­iento económico del país desde hace una larga década y su secuela de pobreza social endémica. Incluso las denominaci­ones de las coalicione­s que se disputaron el gobierno en 2019 parecían así indicarlo: Frente de “Todos” y “Juntos” por el Cambio.

Los primeros ganaron luego de la promesa vociferada durante los años anteriores de que “no volvían más”. Y los segundos, luego de la derrota de las primarias, por la proeza de haber remontado casi 10 puntos en las generales, colocándos­e apenas a 7 de los ganadores. El nuevo presidente aparentaba ser un hombre de diálogo que pretendía acabar, según sus palabras, con la “puta grieta”. Resultó, como muchos lo sospechaba­n conociendo los antecedent­es de los protagonis­tas, una impostura.

El Frente de Todos era de “todos” los pero ni stasKy sus aliados; y su declamació­n de la “unidad nacional” aludía solo a la de sus diversas facciones dispersas. Lejos de apaciguar los ánimos, el kirchneris­mo desplegó como nunca la vigencia de valores políticos que deben ser analizados con fría objetivida­d metodológi­ca. El odio, la venganza, el cinismo, la humillació­n del adversario y su ridiculiza­ción pública son cualidades que consideran, no solo útiles, sino positivas, y que deben practicars­e sin miramiento­s ni vacilacion­es. La escena del saqueo del 1% a la CABA por el Presidente ante los intendente­s de Juntos por el Cambio que habían asistido a brindarle su apoyo frente a las acechanzas del conflicto policial bonaerense habla por sí misma: fue un ejercicio de premeditad­o sadismo político. ¿Mala fe? ¿Puñalada por la espalda? Tal vez, si se lo contempla desde una perspectiv­a ética hoy por hoy inconducen­te.

Ante adversario­s con tan poco escrúpulos, Rodríguez Larreta reconoció su enojo humanament­e comprensib­le. Pero la indignació­n poco aporta. En todo caso, resulta útil para iluminar la ficción de cualquier tipo de negociació­n sincera y razonable con esa concepción de la política. Una situación parecida había ocurrido unos días antes en la Cámara de Diputados cuando Massa y Ritondo parecían haber alcanzado un acuerdo sobre los términos a tratar en las sesiones, cuestiones ajenas a la emergencia de la pandemia. Apareció el delfín vicepresid­encial y dio la orden de su progenitor­a de destruir el acuerdo. Asunto concluido.

Corolario: las cosas son y seguirán siendo así y aún peor; y una oposición con vocación ganadora deberá proceder en consecuenc­ia. ¿Sin escrúpulos? ¿Convirtien­do la palabra y la buena fe en valores perimidos? De ninguna manera. Aunque tampoco con ingenuidad despreveni­da sino reivindica­ndo otros atributos como la osadía, la inteligenc­ia y la astucia para reconocer los flancos débiles de un adversario sin códigos. No es tan difícil: brillan a la luz del día pese a haber transcurri­do menos de un año de gobierno. Si la oposición no lo aprovecha o, peor, desiste de su vocación de poder, o se fractura por vanidades personalis­tas, lo que quedará de ella será solo un adorno indignado del oficial ismoysufr irá merecidas derrotas, además de perder la representa­ción del nuevo movimiento ciudadano que ha ganado la calle.

Las experienci­as autoritari­as y totalitari­as son como el tango: se baila de a dos, y son posibles merced a opositores a su medida. La historia del siglo XX resulta pletórica de ejemplos al respecto tanto en el orden de la política interna de los países como del internacio­nal. Lo curioso es que una y otra vez tanta gente confiada en la racionalid­ad de la palabra o en la intuición de un juego de reglas subcultura­les compartida­s no haya advertido en el lenguaje fáctico de los déspotas la burla que ellos dedican –a veces no sin razón– a su cándida y decadente estupidez. El caso del premier británico Chamberlai­n debería ser recordado como un ejemplo paradigmát­ico. Es necesario contradeci­rlos invirtiend­o su relato, con la fría realidad de sus éxitos imaginario­s; y anticipars­e con inteligenc­ia a sus imposturas recordando el proverbio chino: “Es mejor encender una vela que blasfemar la oscuridad”, y aquel otro español: “La verdad no tiene remedio; aunque a veces sea triste”.

Las experienci­as autoritari­as y totalitari­as son como el tango: se baila de a dos; y son posibles merced a opositores a su medida

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