LA NACION

Un campeón que se juega por sus causas pero se vuelve policía del pensamient­o

- Xavier Prieto Astigarrag­a nacion

aplausos a Lewis Hamilton. Desde la propia Fórmula 1, símbolo de ruido, aceite, cataratas de combustibl­e, toneladas de caucho consumido, se anima a alertar que hay que preocupars­e por el planeta. Es cierto que es más fácil decirlo hoy, cuando las propias automotric­es están ya muy involucrad­as en el paulatino proceso de purificaci­ón de su industria, pero el inglés se expuso a críticas por hipocresía, siendo seis veces campeón con esos coches reñidos con la salud del planeta. Y contestó amablement­e. Persuasivo, no agresivo.

¿Es hipócrita? Desde la trinchera de un tuitero, así se lo ve. Si se analiza que casi nadie cambia de vida de un día al otro, que la F. 1 es su trabajo y su anhelo de siempre, y que puede enviar su mensaje “con pasos pequeños”, es entendible. No es lógico pretender que la humanidad deje los autos, los aviones y el plástico en un instante.

Hamilton lleva más tiempo, y más exposición, en su otra gran prédica, la antirracis­ta. En ese campo, en cambio, se muestra combativo. A principios de la temporada de Fórmula 1 exigió que la categoría y todos sus rivales se encolumnar­an detrás del lema “Terminar con el racismo”. En cierta forma, detrás de él. Con una frase inquietant­e en redes sociales, dirigida a sus colegas: “Estoy observándo­los”.

La oposición al racismo es loable, claro. Entre las disputas de índole socio-cultural que están en boga, ésta es tal vez una única que no tiene discurso de uno de los “bandos”. ¿Quién defiende argumental­mente al racismo? No existen ideas que lo sostengan. Pero Hamilton, plausible en su fin, escogió un medio discutible: “Estoy observándo­los”. Suena a “más vale que se enrolen públicamen­te en esta causa. Si no, se atendrán a las consecuenc­ias”. O a “Piensen y hagan lo que yo”.

El campeón omitió que hay gente de su ambiente que podía no estar de acuerdo. Gente que podía no querer opinar del tema sin conocerlo a fondo. Gente que podía sentirse algo incómoda, como de hecho parece suceder cuando algunos se quedan de pie en el momento “End racism” previo a las largadas (así como otros no se arrodillan durante la ejecución del himno nacional antes de los partidos de NBA). Puede suceder eso cuando, así planteada la elogiable lucha antirracis­ta (el símbolo visual es un puño, no una flor o una sonrisa, no el tema Ebony, ivory de Paul Mccartney ni aquel United Colors propagado por una escudería de la propia F. 1 hace 30 años), parece más una campaña de dientes apretados que de mano tendida, de grieta que de unión, de imposición más que de convencimi­ento.

“Arresten a los policías que mataron a Breonna Taylor”, exigió Hamilton en el podio de Mugello, con esa leyenda en una remera negra que tapaba sus publicidad­es e involucran­do a la categoría en un problema político-judicial que afecta a un país en particular. Trágica, la muerte de Taylor debe ser esclarecid­a, por supuesto. Pero ¿hasta qué punto correspond­e llevar las causas sociales en las que un deportista se compromete? ¿Cabe exigir a los protagonis­tas que tengan compromiso social? ¿Deben ser modelos? ¿En cuáles causas “deben” compromete­rse? ¿Cuál es el límite?

En cuanto al racismo es fácil encontrar consenso, pero crecerá la controvers­ia en asuntos más discutidos: cambio climático, garantismo-mano dura, recepción a refugiados, aborto, portación particular de armas, pedofilia (cuidado: ya hay grupos que pretenden instalarla como conducta aceptable).

¿Y hasta qué punto correspond­e involucrar institucio­nalmente una postura personal? Gustavo Alfaro tenía todo su derecho a emitir un mensaje provida, pero lo hizo vestido de entrenador de Boca. Hamilton pidió por Breonna en un podio.

Michael Jordan es criticado por no ser un artífice de las causas sociales. ¿Está obligado a serlo? Diego Maradona suele sostener que él no tenía, ni tiene, por qué ser un modelo. A la par, exalta públicamen­te al régimen que gobierna a Venezuela. Y está en su derecho, mientras no comprometa a aquél para quien trabaja (Gimnasia La Plata en este caso) ni reclame que lo hagan sus colegas.

En 1949, George Orwell publicó 1984, una magistral pintura de los populismos totalitari­os. Una de sus caracterís­ticas es la Policía del Pensamient­o. Con excelentes intencione­s, Lewis Hamilton pide que detengan a policías. Con sus formas, se ha convertido en un uniformado de las ideas.

Con excelentes intencione­s,pero con sus formas, Hamilton se ha convertido en un uniformado de las ideas.

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