La brecha cambiaria es el peor de los escenarios
la brecha cambiaria es el mayor problema que afrontan los productores y empresarios que venden al exterior; por otro lado, las políticas “pesadamente” intervencionistas complican aún más el panorama
Las exportaciones producen una mejora en la producción: elevan -debido a la competencia externa- la calidad de los bienes y servicios, mejoran el empleo por las exigencias más altas y generan ecosistemas de proveedores sometidos a estándares internacionales.
Sin embargo, por esa costumbre de vivir amenazados por la urgencia, en la Argentina las exportaciones parecen tener por fin principal el abastecimiento de dólares al Banco Central (dólares que le corresponden al que ha exportado -y ha firmado un contrato con un comprador que le ha pagado en esa moneda- pero que por regulaciones cambiarias se le niegan y que se canjean por poco más de la mitad de los pesos que obtendría ese exportador si vendiera en el mercado esas divisas). Los argentinos estamos acostumbrados a desvirtuar los efectos de las acciones.
Las exportaciones argentinas son minúsculas desde hace mucho.
Apenas unos US$77.000 millones de dólares en 2019, cifra que representa solo 30% de las de Brasil y 15% de las de México, y que ni siquiera alcanza a empatar a las de Chile. Evaluadas en relación al PBI (17,3%) son 5 puntos porcentuales menores al promedio de Latinoamérica (22,5%) y apenas algo más de la mitad del promedio de la de todos los países del planeta en conjunto.
La vinculación económica internacional funcional de los países es sistémica: se efectúa a través del comercio de bienes, el de servicios, las relaciones de empresas con contrapartes a través de procesos y programas compartidos, flujos de inversión transfronteriza (de la economía real o los financieros) y la participación en redes internacionales de generación de valor. Pero nuestra economía tiene una notable dificultad para lograr ese vínculo integral y solo genera algún intercambio por el comercio de bienes y servicios. Y la verdad es que sin el todo no se pude hacer crecer a las partes.
La inestabilidad macroeconómica, el entorno legal/regulativo obstructivo, políticas pesadamente intervencionistas, la debilidad del sistema institucional para defender derechos subjetivos y las restricciones en frontera (a las exportaciones y a las importaciones, que en promedio en el planeta explican un tercio del contenido de las exportaciones) alimentan esas falencias desde hace muchos años.
Hace pocos días se anunciaron disposiciones de autoridades argentinas que pretenden mejorar el ingreso de dólares comerciales en el corto plazo. Disposiciones que consistieron especialmente en una reducción parcial de algunos derechos de exportación (acompañada de algunos otros auxilios fiscales, no muy relevantes, prometidos). El propósito anunciado es solo cambiario (no productivo), el instrumento luce insuficiente (no corrige el doble problema de los gravámenes a las exportaciones que perviven y -especialmente, el más grave- de la brecha cambiaria que quita al exportador una porción sustancial del fruto de su trabajo), la temporalidad a la que apunta es lo inmediato (liquidación de divisas ante la emergencia) y el alcance es mínimo (no corrige la matriz de las 5 dificultades estructurales que se mencionan en el párrafo anterior). La tensión entre lo público y lo privado se ha expandido. Pero como expresó hace tiempo Mikhail Gorvachov (sí: el ultimo jefe de estado de la Unión Soviética) el mercado no es un invento del capitalismo porque siempre ha existido, es un invento de la civilización. Los resultados esperables entre nosotros ahora, entonces, no son muy generosos.
Las exportaciones deben ser consideradas una parte de un sistema integral de relacionamiento económico suprafronterizo. Y el entorno local debe adecuarse a ello. Y la oferta de divisas en la economía se ordenará por añadidura. Ya decía el gran inventor Thomas Edison que no inventaría nada que no pueda vender a su precio.•