Poesía en voz baja para un tiempo estridente
Son pocos, pero hay días en los que la literatura, en su sentido bien restringido, le reclama a la actualidad sus fueros. La decisión de la Academia Sueca de conceder el Nobel a Louise Glück logró que, en lugar de toda la desgraciada mercadería política de la hora, habláramos hoy de la poesía de una poeta. Qué atrevimiento el de la Academia, que optó por la firma de un poema antes que por la firma de una solicitada. Glück escribe para lectores a los que no les gusta que les griten. El premio logró la extravagancia de que el objeto de un premio literario sea la literatura.
La poesía de Glück es de puertas adentro. No costaría mucho inscribir a Glück en la llamada poesía confesional, pero esa fácil adscripción es engañosa, como todo lo que es fácil (ella misma lo sabe: “Los estudiantes me miran. Les explico que la vida del arte es una vida de labor infinita”). Pero antes que con Robert Lowell o con Anne Sexton, su poética está en deuda con Theodore Roethke, a quien leyó a instancias de su mentor Stanley Kunitz.
Hubo de todas maneras una progresión, una conquistada continencia. En el prólogo a la recopilación The First Four Books, Glück cuenta que, después de su primer libro, se impuso la restricción, para escapar del fragmento, de hacer poemas si fueran oraciones simples y que, más tarde, en el otro extremo, procuró desasirse de las “torsiones sintácticas” porque “lo que empieza como visión degenera en manierismo”. La poesía de Glück no se permite ninguna deshonestidad, ni siquiera (mucho menos) la del artificio.
Alguien llamó a la poeta la “mitógrafa secreta” de Rilke. El Dinggedicht (el poema cosa) de Rilke encuentra en Glück una rememoración. De las cosas, igual que a Rilke, le importa lo que no está en ellas, pero que no sería sin ellas. Eso pasa en “Final del verano”: “Después la luz blanca/ sin el disfraz de la materia”. Hay también ángeles, pero en los poemas suyos el hombre mira al cielo. “No tendrás lugar en este jardín/ si piensas cosas como ésas, y haces/ signos exteriores y tediosos”. El poema pertenece al celebrado The Wild Iris (1992). De todos sus libros, el preferido de Glück era Descending Figure (1980). Será la elección de ella. Sin embargo, The Triumph of Achilles (1985) anuda los hilos. La intimidad deja de ser individual y se vuelve angustiosamente humana: “Es este tu camino a dios,/ que no tiene nombre y cuya mano/ es invisible: un reflejo/ de luna en el agua oscura”.
Glück señaló que, para ella, aun antes de aprender a leer, un libro era un “objeto sagrado”. “Sagrado” debe entenderse de un modo literal, como algo separado del resto. “Ese temor reverencial se prolonga en cada tentativa de hacer de un cúmulo de poemas una totalidad que hable”.